Se dice que en culturas remotas se sacrifica animales en rituales religiosos; tan bárbaras esas culturas, se oye. Se añade a esto que en Estados Unidos se sacrifica un pavo cada Thanksgiving, que también obedece a una celebración religiosa. Y así se habla de las raíces genético-históricas del consumo de pavo, se habla del consumo de pavo como una tradición de remotas raíces culturales, cuando en realidad la campaña de marketing de los explotadores de pavos es salvaje, y nos hace vivir en la ilusión de participar en una saga sobre potentadas familias centenarias criadoras de pavos. Si se modificase la película que nos presentan los medios y órganos educativos y científicos, se podría ver por ejemplo al ciudadano en una serie moderna donde se celebra Thanksgiving con platos repletos de exuberantes plantas atractivas, en frescos entornos, mientras se discute sobre la inmortalidad, haciendo todo lo posible por perfeccionarla. La cultura del sacrificio de pavos puede socavarse mediante (el diseño y) aplicación de otra película. Las raíces son marketing taladrable.
El activismo y lobby animalista para lograr algo así debe borrar la ilusión de que constituye un frente junto a los bienestaristas. Los bienestaristas son perpetuadores del status quo, de la industria de la explotación animal. Encontré la siguiente joyita de cita de la WSPA (la cita más descarada que encontré jamás hasta ahora de ninguna de estas organizaciones pseudoprotectoras, como Peta, Hsus, Rspcr y otras), pronunciada en la Primera reunión y formación de la Coalición Latinoamericana de Bienestar Animal (2008), donde entre los puntos a trabajar está el de impedir que la gente caiga en el “vegetarianismo”:
“Es importante […] no tergiversar el mensaje de la crueldad animal y traducirlo a vegetarianismo, sino a cambio para el consumo de carne sin “culpa”, de demostrar que hay formas humanitarias de producir y comer carne.
Con semejantes planes de acción, cualquier animalista que pretenda cambios necesarios se dará cuenta de que la estrategia bienestarista es un obstáculo. En lugar de ayudar a mantener la explotación -con el nazi cuento de que al menos mientras tanto ellos ayudan a que los animales sean menos maltratados- ideemos estrategias de marketing acordes con otros principios, de respeto a animales, planeta y salud humana. Exijamos ya mismo, por ejemplo, que en las cantinas de ministerios se sirvan solo menús veganos, así como en colegios y otros centros públicos. En Holanda están en esto. El Estado no puede dejarse avasallar por los potentados. Tiene que estar a la cabeza en investigación y debate ético, y aplicar consecuente y responsablemente políticas. Y los animalistas deben estar haciendo el lobby ahí, y no del lado de los que tienen como valor hacer plata vendiendo vidas.
La publicidad del especismo deberá ser prohibida: se acabó que los medios emitan impunemente su vanagloria de la tortura y asesinato de millones de animales, de la destrucción del planeta y el aniquilamiento del cuerpo humano. El cuerpo humano, al que destruye la ingesta de animales; cuerpos humanos yonquis. Hay que intervenir este plan demoníaco, aniquilador de vida. Y hay que hacerlo hoy, en lugar de la WSPA (en lugar de todas estas organizaciones pseudoanimalistas, que navegan en contra a los intereses de los animales), no de su lado. Es imposible.
Pero ganar esta batalla está en convencer a los que apoyan la explotación de que están en el camino equivocado.
El aparato de los explotadores es tan poderoso que, como en videogame, tendremos que hacer también uso de armas de otra categoría: armas espirituales, para derrotarlos.
Se incrustaron en nosotros, son parte de nuestras estructuras. Son muy poderosos.
El impulso espiritual es un arma que actúa interpersonalmente, que puede por ello adquirir mucha fuerza y puede acabar fundiendo las estructuras de los explotadores. Somos siete billones de habitantes en el planeta, la grandísima mayoría de nuestro lado (los potentados son pocos).
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