¿Qué nos está sugiriendo Berríos con la frase lícito pero inmoral?
Son varias las preguntas que abren las últimas declaraciones televisivas de Felipe Berríos sj.
En primer lugar, interrogantes por el estatuto actual de la Iglesia Católica: ¿Es sostenible la unidad de una iglesia que dentro de sí sostiene posiciones tan divergentes como las del sacerdote jesuita y, por ejemplo, Fernando Karadima?
Podríamos pensar que si se tratara de posiciones meramente teóricas, el resultado a lo sumo sería un conflicto de interpretaciones, pero hechos concretos como la clínica de la Universidad de Los Andes, o el propio establecimiento educativo -aludido en la célebre expresión de la cota mil- han sido denunciados por Berríos como lícitos pero inmorales. ¿Cuáles son las consecuencias para la Iglesia Católica de esta doble moralidad?
¿Qué mensaje es finalmente el que cada domingo reciben los fieles de cada sector? «La unidad no significa que todos pensemos lo mismo» se dirá, pero el problema no es pensar distinto, sino transitar por veredas en muchos casos opuestas que finalmente terminan debilitando el origen común -el palabra de dios- que las distintas posiciones hacen propio.
En segundo lugar: la crítica al poder. ¿Qué nos está sugiriendo Berríos con la frase lícito pero inmoral? En pocas palabras: que hace algunos años se ha venido gestando la legalización de prácticas que a la luz de la interpretación del evangelio que su sector representa, son inmorales, condenables, inaceptables e incluso vergonzosas, especialmente aquellas ligadas a la discriminación de clase que provienen desde el interior de la propia iglesia.
También el enriquecimiento de los más ricos que salvo escasas excepciones -las más por falta de astucia- resulta imposible condenar desde una perspectiva jurídica. Allí cuando los llamados poderosos han necesitado redención por sus actos han encontrado alivio en el oficio de misas privadas, celebradas por ejemplo y como es de público conocimiento, por el mismo Karadima, antes de su reclusión.
Esta privatización de la vivencia religiosa contribuye a la demonización de la clase alta, del dinero y del poder económico en general, problema que las declaraciones del jesuita tampoco ayudan a resolver, toda vez que la crítica moral no va acompañada de ejemplos de buenas prácticas -suponemos que no porque no existan- configurando así en el discurso público al poder económico como algo demoníaco.
En tercer lugar: el diálogo como dispositivo de inclusión. Consultado sobre la pertinencia de la legislación sobre el aborto Berríos toma posición pero acto seguido indica «para mí la vida es un regalo de Dios, desde el momento en que se gesta hasta que se muere, pero esa es mi experiencia».
Esta manera de plantear la discusión es lo que Maturana llamaría entender al otro como un legítimo otro al no neutralizar la postura a priori sino abrirse a escucharlo. Ante la vehemencia de las posiciones expresadas por actores políticos y la misma iglesia, resulta impactante que el foco se exprese de ese modo («nos tenemos que poner de acuerdo») y limitado a una experiencia individual («pero esa es mi experiencia») en vez de ofrecernos un discurso totalizante. Al fin y al cabo y particularmente en este tema, efectivamente es necesario abandonar la voluntad de verdad y reemplazarla por una voluntad de acuerdo, que es el fin de toda aspiración democrática.
Muchos no católicos ni cristianos -incluso ateos- podrán identificarse con el discurso de Berríos abstraído de su raigambre religiosa. La bandera del humanismo, de la igualdad o de la pobreza son cotidianas en el discurso público y tan políticamente correctas que ya no le pertenecen exclusivamente a un sector -aun cuando el Papa Francisco sostiene que el comunismo se ha identificado por mucho tiempo con esta última- sino que parecen ser tarea de todos.
Quizás los mayores desafíos de la iglesia y de los diversos actores políticos, que vienen experimentando una crisis profunda en los últimos años, sea por una parte ordenar la casa, encontrar coherencia en su discurso para sostener o reconstruir su identidad y por otra parte, abrirse a la formación de nuevos grupos, colectividades y mecanismos de participación con los que haya acuerdos en puntos fundamentales. Puede que la identidad de la iglesia y otros grupos de participación social se haya fundado sobre principios que hoy devienen obsoletos, y que sean algunos como Berríos en la iglesia o Iván Fuentes en política los que vienen a mostrarnos esta oportunidad.
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