Hace unos días se encendieron las alarmas en diferentes sectores de la población luego de que el Ministerio de Educación propusiera la idea de eliminar el curso de Filosofía del plan común de los colegios -que se aplica a los alumnos de tercero y cuarto medio- en el contexto de una modificación al currículum escolar para aplicar de esta forma los contenidos de Filosofía dentro de una nueva asignatura denominada Formación Ciudadana. Las críticas no tardaron en llegar por parte de diferentes instituciones, académicos y de los mismos alumnos, quienes consideraban el cambio una manera de coartar la necesaria reflexión de los secundarios chilenos.
A lo largo de los años se puede analizar una tendencia a la baja en cuanto a las oportunidades que tienen los escolares de nuestro país para poder expresarse dentro del aula de clases. Podemos ver, por ejemplo, que la eliminación de Educación Cívica -supuestamente para integrarla transversalmente en la educación general, cosa que en la práctica nunca se ha visto reflejada- o la propuesta del ex Ministro Joaquín Lavín de cortar las horas de historia para agregar más horas de matemáticas, grafican con claridad la poca relevancia que tienen las humanidades y, en específico, las jornadas de reflexión y pensamiento crítico dentro de los establecimientos educacionales.«Pretender que la Educación de Chile es medible sólo en números y que más allá de eso, todo lo relacionado a la exploración de la mente y el cuestionamiento constante de la sociedad en la que se vive, no es otra cosa más que perder el tiempo, grave error para una Nación que como decía Nicanor Parra, “pretende ser país, pero que apenas le alcanza para ser paisaje”.
Chile vive una crisis política de proporciones y desde el año 2011 los movimientos sociales no han cesado -lo cual nos podría decir que sí existen críticas constantes a los temas país-. No obstante, sigue siendo una práctica sectorizada y no generalizada dentro de la población. Además, otro problema aún mayor- impregnado dentro de políticas similares- es la creencia de que son elementos poco relevantes para la vida del estudiante y que hay otras prioridades en su educación, lo que genera alumnos poco conscientes de lo que ocurre a su alrededor y, de esta manera, con poca capacidad crítica-analítica, lo que posteriormente se ve reflejado en sus estudios universitarios y en su vida profesional.
Se ha abandonado esa capacidad de valorar el pensamiento sobre lo que queremos como país, buscando constantemente el resultado, dejando de lado el debate, la argumentación y, por sobre todo, la reflexión, tan necesaria en el siglo presente, en donde la inmediatez nos hace olvidar lo relevante.
Lo anterior se puede ligar con lo ocurrido con el Instituto Nacional, establecimiento emblemático que perdió su excelencia académica -entre otras cosas- porque sus alumnos decidieron movilizarse en contra del Simce y responder erróneamente a propósito, hecho que ha llevado a muchos a cuestionar la real calidad de estos alumnos debido al mal resultado de esta prueba. Sin embargo, aquí nace la pregunta nuevamente ¿es acaso un factor de medición válido aquel que solo plantea elementos de memoria y no de aptitud y aprendizaje que puedan ir más allá de lo estandarizado? Volvemos a la sociedad de la inmediatez, aquella que pretende eliminar la Filosofía (o mezclarla para eventualmente terminar eliminándola) porque, al fin y al cabo, ese es el problema, pretender que la educación de Chile es medible sólo en números y que, más allá de eso, todo lo relacionado con la exploración de la mente y el cuestionamiento constante de la sociedad en la que se vive, no es otra cosa más que perder el tiempo, grave error para una nación que, como decía Nicanor Parra, “pretende ser país, pero que apenas le alcanza para ser paisaje”.
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