La reciente visita del Papa Francisco nos ha dejado dos grandes conclusiones; Chile ya no es un país católico en la práctica, si en el papel, cómo quién indica una generalidad a la hora de apegarse a un credo o religión y la segunda, es que Jorge Bergoglio dejó un sinsabor en su visita, calificada por la prensa internacional -incluso de su país natal- como la más desastrosa de todas. Más que un líder religioso se comportó como un estadista político, bien Jefe de Estado de la Ciudad del Vaticano, pero no como cabeza de la Iglesia Católica Romana.
En la práctica, lo que más resonó de su visita fue Juan Barros, Karadima, el «perdón» por los abusos sexuales en el Palacio de la Moneda y el llamado a la paz en la Araucanía.No quedará más que para una fecha en el calendario, no cómo la de Juan Pablo II, que aún resuena en nuestros consciente colectivo.
Inocente o culpable, encubridor o no, idóneo para el ministerio o no, la presencia de Barros opacó la visita de un Papa que tenía la intención de aumentar la fe de los chilenos, avivar una Iglesia en crisis, promover la justicia social y la paz entre los hermanos. Esto no se logró. Solo los verdaderos defensores del Vaticano, los fieles más acérrimos del catolicismo o la clase política tradicional podrían defender que la visita de Su Santidad fue certera y logró sus objetivos. Algo ocurre en la miopía del poder político y del poder eclesiástico que están desconectadas de la realidad de un país descreído, personalista y competitivo; el capitalismo se enraizó incluso en nuestras creencias del mundo, de lo supraterrenal, de cómo estos se ligan entre sí y cómo nos relacionamos entre nosotros como iguales.
El Papa se fue y con ello la «efervescencia?» de su visita.
No quedará más que para una fecha en el calendario, no cómo la de Juan Pablo II, que aún resuena en nuestros consciente colectivo.
Comentarios
24 de enero
Me alegro que la gente este despertando.
+1
25 de enero
Excelente punto de vista, que nos hace reflexionar que estamos evolucionando como ciudadanos.
0