Todos lo días los ciudadanos comunes estamos expuestos a las noticias de prensa. Digo expuestos, ya que es prácticamente obligatorio el escucharlas. Si usted no escucha la radio, por ejemplo, arriesga parte por no respetar una restricción vehicular.
En este calvario tan particular, uno se expone a toda la fauna periodística chilena: personas con distintos niveles educacionales y de distintas clases sociales, individuos desnaturalizados que han llegado al podio, a la tarima aquella donde dicen y hacen lo que quieran, aquí nadie censura, ni siquiera usando el tan olvidado sentido común. Nuestra información oficial está basada en dimes y diretes de periodistas, comentaristas, y opinólogos comunes. Sus datos proceden de canales no estructurados de dudosa procedencia y no se exige mayor aclaración.
Los "petardos" de Twitter o los "cahuines" de la radio pasan a ser noticia en EMOL; se publica una página web pero más tarde se comprueba la falsedad de la información, entonces "graciosamente" es borrada. Mientras tanto un periodista de fuste del Canal 13 comenta el hecho informando que un gran medio publica y elimina a diestra y siniestra, sin que ello signifique comentar también la noticia que ahí fue expuesta. En pantalla, un periodista de TVN ve su reloj para calcular cuántos días lleva el llamado "Reality del Dolor". El Presidente realiza Viaje Bicentenario para exponer Fiesta de Celebración en regiones, y la noticia publicada es la “mocha” que ahí se genera, nunca supimos qué se iba a hacer, cuándo se iba a realizar, cómo y qué se esperaba de tal inversión.
En este escenario tan grotesco, la desinformación es total.
Hoy los “pseudo-periodistas” muestran sin ningún pudor sus posturas políticas y, lo que es peor, la cambian según sea el gobierno de turno. En los programas políticos se miente con total descaro, que ya nadie se sorprende, no hay autoridad moral pública que pudiese controlar tal engaño. Ni hablar del grosero "reality del dolor" que solo muestra lo bajo que hemos llegado.
En el Siglo pasado se hablaba del Colegio de Periodistas como organismo autónomo con potestad para evaluar, criticar y censurar las acciones de sus afiliados. Era cuestión de honor el cuidado de la información: los miembros se valoraban unos a otros y había nombres de peso que la “gente” respetaba por sus dichos no importando colores políticos, clases sociales y/o niveles de educación. Todo eso se perdió, si es que alguna vez existió.
Con la proliferación de medios y con la degeneración de la profesión periodística, la “gente” ha tomado el toro por las astas, comienza la auto información o la total desinformación, cada cual lee y cree lo que quiere, con ello las acciones de cada cual dejan de ser racionales y pasan a ser viscerales. Con este paso la democracia, perderá el rumbo.
Pero a río revuelto, ganancia de pescadores.
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