El fanatismo ha llevado a un grupo de hinchas a desear celebrar en otro sitio. ¿Una mala decisión? ¿Un mal juicio al no analizar suficientemente bien los pros y contra del viaje considerando los pasajeros? ¿Debería haber niños en este tipo de celebraciones?
Cuando el pasado año se aprobó la ley de violencia en los estadios, se dijo inmediatamente que con ella no se garantizaba que no hubiese más actos de violencia, sino que se busca promover el encanto en la familia de asistir a ver partidos de fútbol y, con ello, suscitar una tradición que para la mayoría de los chilenos se ve mermada con actos que conllevan consecuencias a veces fatídicas.
Con la tragedia de los barristas sucedida la madrugada de este sábado en Tomé, se ve fielmente reflejada la tradición familiar que implica seguir un equipo de fútbol. Y es un hecho que no solamente en Chile, sino en muchos otros países, la pasión por un plantel deportivo desborda emoción, energía y una especie de amor fiel. Sin embargo, dado el fatídico accidente, me llama la atención el hecho de que entre las víctimas se encuentren dos menores, uno de 6 meses, aproximadamente y otro de un año. En la lista también figura una mujer, lo que puede llevar a suponer que podría tratarse de la madre de uno de los menores o, bien, de los dos. Me pregunto, entonces, ¿será imprudencia de parte de los padres de estos dos menores y de todos los otros el que el fanatismo por el triunfo nuble el juicio de estas personas? Me duele, me duele profundamente cada pérdida, de cada padre y madre, pero cuando se tiene la opción de tomar las medidas preventivas al respecto, por ejemplo, de la capacidad del bus, de las características de seguridad del mismo, del conocimiento de los choferes sobre la ruta, etcétera, debería primar más la seguridad por sobre la celebración.
No deseo que se malentienda mi parecer respecto del fanatismo que genera el fútbol, ni hacerlo parecer como algo negativo o como una especie de trastorno. Sólo analicémoslo desde un punto de vista objetivo o mejor dicho, de conocimiento relativo al respecto: en primer lugar, el fanático del fútbol y de un equipo en particular, busca en este su identidad, o la complementa, tanto en el equipo mismo como en los integrantes que lo componen, con sus historias y desempeño. Es justamente en la adolescencia que se vive se manera más intensa y cuando logra consolidarse.
Algunos piensan que el fútbol también funciona como una maniobra de evasión en un mundo que se percibe como caótico. Se crea un mundo de fantasía donde lo más importante es el fútbol, se deja de lado a la familia, a las preocupaciones económicas, y no hay más actualidad que la que sucede con su equipo en particular. Es así que el resultado de un partido de fútbol puede llegar a determinar el estado emocional del fanático y con ello, una tergiversación de sus propios valores.
Un fanático del fútbol y de un equipo, en su mundo fantástico, en su mundo cargado de fidelidad, podría incluso llegar a pensar que muchos problemas se solucionarían si gana su equipo, o bien podría ver mejorada su situación social-económica y familiar bajo este escenario. Sin embargo, esta práctica deportiva también mejora resultados académicos en niños, a veces, es un excelente medio para evitar la drogadicción y el alcoholismo; mejora relaciones familiares o las hace más fuertes.
Este mismo fanatismo ha llevado a un grupo de hinchas a desear celebrar en otro sitio. ¿Una mala decisión? ¿Un mal juicio al no analizar suficientemente bien los pros y contra del viaje considerando los pasajeros? ¿Debería haber niños en este tipo de celebraciones? Eso queda a criterio de cada uno. Uno solamente puede compartir con ellos el dolor, la pérdida profunda, el sentido de la tragedia. Por lo mismo, considero que cada vez que se tenga una conexión tan fuerte con una “pasión”, en este caso, deportiva, se debe reflexionar más antes; o invertir más, tomar más medidas de seguridad y se organización.
Para finalizar, creo que seguir un equipo de fútbol, ser fanático de este, le permite a alguien en particular sentirse parte de un grupo social y cultural; se involucra, adquiere valores, metas e ideales; logros y derrotas de su equipo serán sus propios logros y derrotas. Sentir esa pertenencia provoca sufrir, celebrar, pelar, madrugar, gritar, emocionarse, crecer, exagerar. Cuando un fanático se funde con su equipo, finalmente, pierde su identidad y pasa a ser parte de una identidad colectiva, una identidad común en la que conviven los mismos deseos y aspiraciones del compañero de barra. Mis condolencias para cada uno de los familiares de las víctimas. Sé que esta misma fuerza los unirá y los levantará día tras día.
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Fuente de fotografía
Comentarios
13 de febrero
Hay un detalle, algunos barristas no practican el fútbol, de hecho son malos o nulos para practicarlo. Ahí hay un detalle clave.
En la barra los códigos de pertenencia son distintos a los códigos de pertenencia del equipo de fútbol. En la barra los códigos son tribales, la ley del más fuerte. El sujeto inhibe su individualidad y la disuelve en el colectivo, pero en realidad la somete a la voluntad de los líderes. Sin la barra no es nada, se siente vacío interiormente. Eso explica el comportamiento de manada.
En el equipo de fútbol, las individualidades no se disuelven, se potencian y desarrollan para contribuir al trabajo colectivo del equipo. Eso permite entender el rol de cada cual, y también entender el rol del contrincante. Permite entender que tu pertenencia a un equipo puede variar según las necesidades del mismo. Se desarrolla una disciplina.
En aquel sujeto que no entiende la lógica deportiva del equipo de fútbol (el respeto a los rivales, el juego limpio, el compañerismo, la disciplina, etc.) y que sólo tiene la lógica tribal del equipo, está la semilla del fanático, del “fundamentalista”, del hooligan, de aquel que ve al rival como un enemigo y a su equipo como una iglesia inmaculada, como una manada, por la que incluso podría llegar a matar.
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