En lo personal, dejo en paz al resto pues comprendo que una creencia religiosa es un asunto privado, no tengo motivo para andar por la vida desmitificando estructuras mentales provenientes de la ignorancia o la desidia que lleva a algunos a dejar de pensar por sí mismos.
“En nombre de Dios y la Patria, se abre la sesión”, anunció el siempre solemne y republicano senador Pizarro al dar inicio a la cuenta pública que entrega anualmente el Presidente de la República. Así es como se inician las ceremonias oficiales en un estado laico: en nombre de Dios. Aquí, en pleno Chile, se deja claro además que nada tienen que ver Alá, Buda o Shiva. Se trata de un dios específico, el dios cristiano, el dios en que cree el Presidente.
De veras somos un país afortunado en muchos aspectos. En esta “tierra bendita por Dios”, como su excelencia denomina a Chile, gozamos de la paz que nos brinda el no tener una secta musulmana con devotos en cantidad suficiente como para postular un clérigo a la Presidencia. No logro imaginar la que se habría armado en el Salón Plenario del Congreso no bien Pizarro hubiese pronunciado aquellas magníficas palabras si un Ayatollah hubiere reclamado a tiros la preeminencia de Alá, proclamando una yihad inmediata.
Sin importar que una Constitución lo refrende o no, a cada uno le asiste el derecho a creer en lo que se le dé la gana y podrá adscribir a cultos, sectas o instituciones políticas que le entreguen la mejor versión de cómo ha sido creado el mundo, por qué se vive en él y en las maravillas paradisíacas que le esperan inmediatamente muera, eso si se ha comportado debidamente, de lo contrario arderá por siempre.
En su mensaje del 21 de Mayo, día en que se hundió la Esmeralda y se hunden las promesas e ilusiones, su excelencia Sebastián Piñera siguió aquella divina sentencia pronunciada por su ex funcionaria Ximena Ossandón la que con gruta portátil a la entrada de su oficina, declaró “el trabajo hecho al alero de la virgen es mucho más eficiente”.
Imposible no recordar a nuestro emperador Augusto I, quien mostró al país a través de TVN la imagen de la virgen que se formó en el blindaje de su auto producto de las balas cuando sufrió el atentado contra su vida.
Imagino el drama del tribunal de La Haya cuyo fallo en la demanda boliviana podría generar un severo problema a la Virgen del Carmen ya que, en caso de conflicto armado, ella aparece como patrona de ambos ejércitos. Vaya Dios a saber cómo se resolvería tamaño disparate.
En un país de hipócritas en el que más del 80% se confiesa creyente no es extraño que un estado laico declarado brille por su ausencia y toda clase de (in) dignatarios eleven su mirada al cielo y exhiban a vista y paciencia del resto sus creencias en divinidades que finalmente deben hacerse cargo de nuestra economía y del devenir ciudadano.
Unos días atrás me informo que el precandidato presidencial Claudio Orrego ha incluido en sus pancartas una en la que declara “Creo en Dios, ¿Y qué?”, apelando al voto de ese 80% que, aun compartiendo su creencia, escasamente le votará.
Probablemente se deba a que creen en Él, pero no a él. No es el único que aspira a la presidencia haciendo gala de sus creencias sobrenaturales. Le gana Longueira (también en las urnas) con su influencia incomparable que le permite recibir instrucciones desde el más allá de un amigo muerto ya hace varios años.
Así ha pasado nuestro 21 de Mayo y el discurso de Sebastián Piñera. Nos queda su devota despedida cuando nos dice “que Dios los bendiga a todos, que Dios bendiga a nuestra patria”. Dos conceptos en cuyo nombre se ha matado a millones, pero en fin, son misterios divinos. Ya vendrá el 18 de Septiembre y por red nacional de televisión podremos escuchar directamente la voz de Dios dirigiéndose a un estado laico.
Mientras tanto, los ateos declarados contemplamos este espectáculo aferrados al imperativo ético que nos dice que cada quien puede creer lo que quiera, que puede depositar sus preguntas existenciales en la divinidad que se le antoje, o creer que cree, que es aún más grave. Allá ellos.
El blindaje de la razón nos permite saludar a los demás sin prodigar bendiciones ni conducirnos a golpear puertas buscando revertir estados mentales delirantes, ni a intentar modificar conductas inducidas por la superstición. Algunos tenemos metas modestas como la efectiva separación entre iglesia y estado e incluso abogamos por la tolerancia religiosa, incluida la tolerancia a los ateos y su reconocimiento como ciudadanos iguales ya que con modestia vivimos nuestro ateísmo no como un ataque a la diversidad sino como una defensa de la realidad.
No tenemos por misión convencer a nadie de lo irracional de creencias en deidades sino que esperamos que los creyentes lleguen a esa conclusión por sí mismos y nos intriga ver, por ejemplo, que hasta un Presidente de la República hace invocaciones a su dios en desmedro de los otros. Contrariamente al creyente, los ateos no nos ofendemos con la proliferación divina en la que debemos vivir inmersos, muy por el contrario, nos resulta siempre curioso que el creyente sí se ofenda cuando manifestamos nuestro ateísmo.
En lo personal, dejo en paz al resto pues comprendo que una creencia religiosa es un asunto privado, no tengo motivo para andar por la vida desmitificando estructuras mentales provenientes de la ignorancia o la desidia que lleva a algunos a dejar de pensar por sí mismos.
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Comentarios
28 de mayo
Empecé leyendo con indignación, pero siempre el agrado de leer un artículo de calidad. Pienso que el tema no debería generar tanta discusión, es tan fácil entender que lo único que se pide es no mezclar las creencias personales en asuntos públicos y políticos, me cuesta entender como alguien puede no entender algo tan simple. Bueno, qué mas te esperas de un Republicano.
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