A estas alturas, debo confesar que creía en la existencia de alguna bolsa inflándose en alguna parte y amenazando con un “estallido social”, como le llaman sesudamente los analistas. Ya no. Creo que nos acostumbramos vivir así. Sin escrache. Apenas los estudiantes para pedir gratis la misma porquería por la que hoy pagan.
Así es como hoy se populariza en España nuestra funa, esa manifestación social consistente en ir a la casa o lugar de trabajo del beneficiario para espetarle unas cuantas de aquellas muchas que se merece.
El escrache toma fuerza cada día como una pequeña muestra de la ira de los españoles que han soportado por demasiado tiempo el ser gobernados, administrados, recortados y basureados por una cáfila de corruptos que guardan su moral dudosa a buen recaudo en una caja de seguridad junto a lo robado. Políticos, funcionarios y dirigentes son encarados en plena calle. Si tomásemos a cada uno de los que se están robando España y les hiciéramos llover sobre nuestro país acabarían con nuestra sequía.
Pero aquí también los hay, no en el nivel de la Madre Patria (por favor, considérenme huérfano), pero los hay. Nos hemos acostumbrado a escuchar de “casos aislados” o aquello que solamente es “un desorden administrativo”, “error pero no delito” y que para que las instituciones funcionen se “ha ordenado un sumario” o la clásica “querella hasta las últimas consecuencias”. Pero por algo se empieza y nosotros partimos hace rato.
Desde hace mucho los chilenos sentimos que alguien nos está viendo la cara (nótese la elegancia). Basta ver nuestra prensa duopólica cuando nos muestran los casos de corrupción o abusos para hacerlos desaparecer tan rápido como sea posible. Los auspicios mandan y nuestra mala memoria ayuda.
En toda conversación trivial asoman los comentarios acerca de tal o cual caso del que nos hemos enterado, siempre acompañado de toda clase de insultos contra la mayoría de ellos y alguna muestra de admiración en otros, por parte del idiota infaltable en cualquier estadística. “Es que la supo hacer el compadre”. Pero no hacemos nada.
Desde el año pasado observamos, sin manifestación alguna y mucho menos escrache, el imperdonable perdonazo de 112 millones de dólares que el Servicio de Impuestos Internos otorgó a la multitienda Johnson’s. Al día de hoy ni siquiera se investiga la querella en tribunales. El resto de los contribuyentes debemos pagar con multa hasta por el más leve atraso y ya sabemos lo que pasa cuando alguien se atreve a reclamar. Caen las penas del infierno, a pesar de que aún el SII no especifica cuáles serían en el caso de contribuyentes ateos. Pero de que les caen, les caen.
Para qué vamos a hablar del caso La Polar. A los reportajes de Ciper, titulados “La red de sociedades y millonarias ganancias que devela cómo los gerentes participarondel fraude” I y II, bastaría cambiarle unos cuantos nombre para transformarla en una novela de gangsters. Y de las buenas. Tras los hechos, elección de un nuevo directorio, una lavadita de cara (ni siquiera ducha) y vamos andando de nuevo. Y allí está operando de lo más bien y los mismos estafados de antes siguen entrando como si nada hubiese pasado.
Y la cosa funciona más o menos así. No pasa nada. Todo bien, para qué nos vamos a hacer más problemas.
Hace pocos días fue elegido Pedro Velásquez Seguel como vicepresidente de la Cámara de Diputados. Dentro de sus antecedentes curriculares figuran el haber sido destituido como alcalde en 2007, acusado de fraude al fisco, procesado y condenado a 300 días de pena remitida, inhabilitación perpetua para ejercer el cargo de alcalde, (legalmente podría ser Presidente de la República) y al pago de una indemnización que, con los intereses, al día de hoy asciende a más de 280 millones de pesos y que aún no paga. Elegido con los votos de la derecha, sus parlamentarios argumentaron que su elección era producto de una negociación en la que sus maquinadores “no conocían estos antecedentes”. Por su parte Velásquez ha declarado que “son cosas del pasado”. Así de campante. ¿Por qué? Fácil, pues. Porque no pasa nada. Nadie lo apremia mientras, al resto del país endeudado hasta las orejas, no cesan de llamarle por teléfono durante todo el día y todos los días.
Un pequeño empresario, a quien conozco desde hace años, pretendía ingresar como contratista en una empresa de la gran minería. Negocio por un par millones de dólares. Cuando finalmente lo recibió el gerente indicado, le hizo esperar unos segundos mientras terminaba de hojear el catálogo de una camioneta 4×4. Luego, delicadamente, se lo dejó a la vista sobre el escritorio. Frase para el bronce: “ese es mi sueño”, le dijo. Obtuvo su 4×4 hasta con la patente, y la maquinita, convenientemente aceitada, funcionó a la perfección “para que ganemos todos”, como se dice.
Vamos de grandes a chicos. Uno de muestra: un conocido mío tramitaba desde hace mucho tiempo un permiso municipal para su negocio. Tras meses de dilación le informaron que “la carpeta estaba extraviada”. Nada que hacer pero hoy está funcionando normalmente; le pasó un dinerillo al funcionario para que se quedara a trabajar horas extras en la tarde y viera si aparecía la carpeta, “debe estar por ahí”, le dijo. Apareció al día siguiente. Al final, todo funciona.
A estas alturas, debo confesar que creía en la existencia de alguna bolsa inflándose en alguna parte y amenazando con un “estallido social”, como le llaman sesudamente los analistas. Ya no. Creo que nos acostumbramos vivir así. Sin escrache. Apenas los estudiantes para pedir gratis la misma porquería por la que hoy pagan.
Nos acostumbramos a vivir con lo que puede no ser ilegal pero que es manifiestamente inmoral. Total, como dijo Groucho Marx: “estos son mis principios, pero si no le gustan, tengo otros”.
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