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El camino hacia la recuperación de las confianzas

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Una investigación amplia sobre este fenómeno debiera referirse, a lo menos, a cuatro temas. Uno, describir los conceptos de confianza y desconfianza. Y los niveles del análisis, si individual o social. Dos, desentrañar los factores y circunstancias que determinan la existencia y la percepción de la confianza y la de desconfianza en una sociedad dada. Tres, cuáles son los efectos de una y otra sobre tal sociedad. Cuatro, cómo se podría restaurar la confianza en cada uno de los niveles de análisis, si en ellos se ha instalado la desconfianza. La confianza, o su contraria, es un sentimiento que puede referirse a uno mismo (el Yo), hacia otras personas (el Otro) o hacia entes impersonales como las instituciones políticas, jurídicas, económicas y otras. Ver columna donde se explicitan cada una de estas tres posibilidades.


La participación popular es un antídoto a la carencia de representatividad de instituciones y autoridades. En breve, se requiere una democracia más participativa que la mera representativa.

Sabemos que hay factores estructurales y otros coyunturales, que provocan las crisis de confianza. Subsanar la falta de confianza en si mismo es una tarea de largo plazo ya que sus causas dicen relación con las características de las sociedades avanzadas y en desarrollo de esta etapa histórica. Llámese modernización avanzada; aldea global; sociedad digital. En nuestro país esta etapa la vivimos cuando la concepción neoliberal de la economía y la sociedad se instaló de modo exagerado, lo que ha acentuado los daños para la sociabilidad. Es conocida la afirmación de Margaret Thatcher “La sociedad no existe. Sólo existen hombres y mujeres individuales”. Y aquí tuvimos en Augusto Pinochet un aventajado discípulo de la Dama de Hierro.

El individuo así acosado puede recuperar la confianza en si mismo en la medida que se convierte en Sujeto y deje de ser un mero objeto de fuerzas anónimas que gobiernan los grandes procesos de la economía y la sociedad. Y deje de identificarse con los antivalores de los pequeños grupos en que esté inserto. El Sujeto, dice Alain Touraine, “es la voluntad de un individuo de actuar y ser reconocido como actor”, es decir, de ser capaz de vivir con libertad personal, ajeno a los prejuicios culturales, afirmando con prestancia sus propias convicciones. La simbiosis de razón y libertad le permitirían al Sujeto movilizar su personalidad para enfrentar los riesgos e incertidumbres de la vida. Se correspondería a la personalidad que David Riesman, el psicólogo y sociólogo de Harvard, en su libro “La muchedumbre solitaria” llama el “carácter autodirigido”, que se contrapone al “carácter dirigido por otros”. La confianza en si mismo posibilita el reconocimiento de parte de los demás como del propio individuo del derecho a llevar una vida que conduzca a su realización personal, aún en épocas en que prevalece el individualismo egoísta por sobre la noción del “bien común”.

Restaurar la confianza en el Otro es una tarea que puede cumplirse en el mediano plazo. Si el Estado atiende con eficiencia a los grupos más vulnerables y la sociedad de clase media desarrolla a niveles local, intermedio y nacional posibilidades de acciones solidarias participativas. La educación, en el sentido griego de “Paideia” (formación del ciudadano culto), más esas iniciativas locales que inserten a los vecinos en actividades solidarias, mucho ayudarían. (La ciudadanía alude al “bien común” ella contrarresta a la individualización que prioriza el personal). Si todo ello se complementa con acciones de organismos estatales se abriría la posibilidad de recomponer el tejido social que el devenir de la economía y la reestructuración de la sociedad han deshilvanado. La participación popular es un antídoto a la carencia de representatividad de instituciones y autoridades. En breve, se requiere una democracia más participativa que la mera representativa.

Restaurar la confianza en las instituciones requiere entender que el solo hecho de que ellos funcionen no es suficiente. Sí, las instituciones funcionan. Tienen ejecutivos, funcionarios, horarios de trabajo, atienden público, etc. Pero su funcionamiento se percibe como ineficiente. Alejado, a veces, de las necesidades de la gente. Por ejemplo, el Poder Judicial funciona. Los delincuentes, en muchas ocasiones, son detenidos por la policía. Esta los lleva al juzgado correspondiente. Ahí son procesados, pero las penas que se les aplica son tan leves que la ciudadanía se ha vuelto tan escéptica al respecto que declara que en el país “no hay justicia”, que la justicia no sirve para nada. Los jueces dicen que ellos aplican la ley. Es el caso, por ejemplo, de los delincuentes menores de edad, un fenómeno nuevo. Incitados por sus padres niños de sólo doce años participan, armados, en delitos (claro indicador de descomposición familiar). Como son inimputables de acuerdo a la ley quedan en libertad. Gran frustración de las víctimas. Mayor aún porque los Poderes Legislativo y Ejecutivo (que en Chile es co-legislador) no reaccionan prestamente para proteger al ciudadano común de las variadas estrategias delictivas, que cambian con rapidez. Tampoco para proteger a aquéllos menores. En este escenario la percepción pública es que los políticos parecieran vivir en una burbuja bien protegida con altos salarios, numerosas granjerías y dedicados a lo que más les place, la política menor: acusaciones mutuas, candidaturas diversas, querellas insubstanciales aunque mediáticas. Y, por tanto, la opinión pública percibe que una brecha, demasiado ancha, separa a los políticos de sus electores. Es la crisis de representatividad.

La crisis de confianza en las instituciones es una tarea que puede enfrentarse en el corto plazo. Incluyendo la crisis de confianza en el funcionamiento del mercado. Puede que ello sea difícil, pero es indispensable para el eficaz desempeño de la vida política y de la economía. Además, desde el punto de vista político es muy conveniente que la situación de la confianza empiece a mejorar pronto, antes que el populismo haga su cosecha. No hay que olvidar que el ciudadano común aspira y requiere que sus problemas más acuciantes se resuelvan “aquí y ahora”. El largo plazo en las áreas del desarrollo y del destino de la sociedad, no obstante ser indispensable, es preocupación casi en exclusividad de élites intelectuales, en especial de estudiosos de esas áreas. Es cierto que las proyecciones a largo plazo son necesarias para el propósito de reformar la realidad actual. Pero no es menos cierto que para hacerlo se requiere que la sociedad y sus dirigentes tengan, primero, el control del presente. Porque el futuro comienza, justamente, ahora mismo.

Probidad y transparencia; eficiencia institucional de los Poderes del Estado y de todo su aparataje burocrático; regulación y control de la actividad económica; cumplimiento obligatorio e igualitario de la ley; separación de política y dinero. Muy en especial, un sólido liderazgo político. Además, esfuerzos para disminuir las desigualdades, los abusos derivados del poder y la riqueza, la larga permanencia en cargos públicos, el nepotismo y la endogamia en la política. Por último, pero no menos importante, atender al perfeccionamiento de la constitución, la actividad y la gestión de los partidos políticos, considerando que los que gobiernan son personeros suyos.

Todo lo anterior podría allanar el camino para la recuperación de las confianzas. Primero en las instituciones, luego ello permitiría iniciar los esfuerzos por hacerlo en los otros dos niveles: la confianza en los demás (el Otro) y la confianza en sí mismo (el Yo).

 

TAGS: #Providad Confianza Sociología

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