Torturas y asesinas. Lo niegas. Humillas. Lo transformas en un símbolo con un corvo de 2 kilómetros de largo y lo vuelves a negar. En su empuñadura, a modo de bitácora, escribes “1973-1978” y vuelves a decir que no recuerdas, que no sabes. Dices que ya diste toda la información, que ya no hay más, pero ahí está, nuestra historia en Google Earth.
El 3 de septiembre, mientras Odlanier estaba vivo The Clinic publicó una pequeña nota titulada “Calama, el siniestro corvo de 2 kilómetros que indica la ruta de la caravana de la muerte”, ahí para sorpresa de todos podíamos ver el clásico cuchillo militar en pleno desierto de Calama, una suerte de obra precolombina que como el nazca peruano, rajaba el norte de Chile con la memoria de los detenidos desaparecidos de la Caravana de la Muerte.
Y ahí estaba Odlanier, un sorpresivo y reciente “menos malo” que Manuel Contreras, en el lugar donde sacaron esos cuerpos para dinamitarlos y tirarlos al mar, ahí estaba, inspirado, para no permitir que nunca más un familiar pudiera despedirse y rendirles un humilde adiós.
Y es que quizás nos acostumbramos al horror. De tanto ahora los detalles nos parecen poco, como los “temblores” de 6,5° en Chile. Pero los símbolos violentos existen o existieron igual: La llama de la libertad de Pinochet, la moneda de diez pesos, el penal Cordillera y ahora, este corvo.Y no se trata de enumerar atrocidades, pero no sé si les pasa. Esa sensación violenta que traspasa la carne al entender que hay que sentirse infinitamente poderoso e impune para inspirarse de ese modo, trabajar bajo el sol del desierto, a conciencia, haciendo arte para mantener proporciones y la línea, para escribir los años y entusiasmarse más.
Y no se trata de enumerar atrocidades, pero no sé si les pasa. Esa sensación violenta que traspasa la carne al entender que hay que sentirse infinitamente poderoso e impune para inspirarse de ese modo, trabajar bajo el sol del desierto, a conciencia, haciendo arte para mantener proporciones y la línea, para escribir los años y entusiasmarse más, porque a pesar de que la nota rasca e insuficiente que hace The Clinic retrata este cuchillo típicamente militar (¡de 2 mil metros!), olvida que un poco más allá también hay una bala: arte y simbolismo en el ápice de la creatividad militar.
Y no pasó ni un mes para que Odlanier se suicidara y no pudiéramos preguntarle para saber más de esos detalles violentos que los militares les encanta olvidar. Tal y como dinamitaron los Hornos de Lonquén o echaron abajo centros de tortura. Pero parece que también olvidaron su cuchillo favorito en el desierto, el mismo que hoy nos regala la oportunidad de impresionarnos con su bestialidad.
Esta pequeña columna lleva una acción, busca relevar este símbolo. No olvidarlo. No dejar que lo usual del horror nos arrebate el espantarnos, pedirle al Museo de la Memoria que lo grabe y lo muestre, que enseñe –como hace- hasta donde la impunidad lleva al abuso y a la tortura, y en una sublimación derivada quizás a qué potencia, a esta manifestación trágica y horrenda de arte militar.
Comentarios
01 de octubre
El Vencido ejército de Chile. La derrota es total. Odlanier Mena es ejemplo de que el mito del ejército «jamás vencido» era solo eso, una frase vacia.
Mientras el ejército no degrade y expulse de sus filas a todos los asesinos militares, mientras no les quite medallas y privilegios, el ejército sigue siendo cómplice de las torturas y crímenes, porque sigue respaldando a los condenados militares.
No era solo un grupo de sicópatas, no fueron unos cuantos locos, no fueron excesos de grupos de militares fanáticos.
El respaldo del ejército , el majadero respaldo del ejército a estos criminales, los señala como una isntitución perversa, y eso los convierte en lo mismo, en semejantes a los torturadores de Punta Peuco. Ni marchas, ni estandartes, ni bonitos uniformes, pueden ocultar la negrura de alma del ejército vencido por la infamia.
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