El inesperado terremoto, además de derrumbar nuestras casas y dejar a la vista de todos nuestros muebles y pertenencias, también ha sacado a la luz pública trapitos que habíamos mantenido guardados con mucho celo. Chile se mostró sin maquillaje, en paños menores, sin tiempo para buscar la máscara.
Y se vio de todo.
Mucho se ha ensalzado el caracter del chileno para afrontar desastres, la solidaridad, la resignación y la fuerza para volver a levantarse; pero poco se habla de aquello que todos vimos y de lo que fuimos partícipes, pero que ocultamos como el secreto de la familia.
A mi zona llego mucha ayuda, pero, como siempre, no faltaron los avivados que aprovecharon la oportunidad (y aún la siguen aprovechando) de "agarrar" todo lo que se pueda, porque "la están regalando", sin detenerse a pensar que quizás hay otras personas que sí necesitan.
Este vicio de avivarse, tan chileno y tan democrático (y como tal recorre todas las clases sociales), ha formado verdaderos profesionales. Los vemos en una amplia gama y en todos los colores (ahora que esta tan de moda eso de identificarse con un determinado color).
Mi madre me contaba que para el terremoto del ’60, cada familia se las arreglaba como podía, que cada uno debia buscar sus propias soluciones, que la gente no se sentaba a esperar a que la ayuda le llegara desde afuera.
Y por todas partes veo que se piden y se dan cosas, que muchos exigen, pero que pocos solucionan. Veo personas clamando por mediaguas y pienso que quizás cualquier ser humano, con un poco de ingenio, puede levantar una, con los materiales que estan ahi, botados, al alcance de cualquiera. Que el problema no es la falta de materiales; es otro.
¿Qué nos ha pasado como sociedad?
Que nada es gratis todos lo sabemos, y quizas lo material de este vicio tiene raices más profundas, quizás habría que buscar en esta especie de aridez humana que se empieza a vislumbrar en el horizonte.
Nos fuimos refugiando en las cosas, olvidando que son efímeras, como lo hemos comprobado todos los que vivimos este sacudón. Somos tan duros de mollera, que incluso un evento como éste. a veces es insuficiente para abrirnos los ojos.
Pero no todo está perdido. El otro dia un viejo muy viejo me dijo: "mírelos como andan. No han aprendido nada".
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