El Decreto Nº 109 del 14 de Marzo de 1853 establece la primera colonización de la Araucanía orquestada por el Estado de Chile. No obstante esto, solo sería con la ley «enajenación de terrenos situados en territorio araucano», de 1874, que la ocupación chilena de los territorios mapuche se consagraría definitivamente. Lo interesante de todo esto es que en el artículo Nº11 se establece algo que parece obvio, pero resulta ser un detalle crucial:
«A los particulares que quieran establecer colonias por su cuenta en el territorio indígena, se les concederá hasta ciento cincuenta hectáreas de terreno plano o lomas, o bien, el doble de serrarías o montañas por cada familia inmigrante de Europa o de los Estados Unidos de Norteamérica, previas las condiciones que estableciere el Presidente de la República en los respectivos contratos. En las colonias que se fundaran por el Estado en el mismo territorio conforme a lo dispuesto en el inciso final del artículo Nº 3 de la Ley de 4 de Diciembre de 1866, no se admitirá como colonos sino a inmigrantes de las nacionalidades antedichas».El Estado chileno declaraba que para su proyecto colonizador y civilizador de los «bárbaros», ubicados al sur del Bío Bío, no le servía cualquier tipo de colono.
El párrafo anterior responde al porqué de los altos niveles de xenofobia y racismo en nuestro país, registrados principalmente por organizaciones nacionales e internacionales. Buscando la respuesta, la inmediatez nos hace creer que, la poco ilustrada retórica del señor Adolfo en Alemania, es la única responsable de nuestra admiración casi religiosa de los blancos y el rechazo categórico de indios o negros. Pues bien, esta dicotomía antropológica profundamente arraigada en el subconsciente de los chilenos, que amenaza con quedarse por varios años más, tiene su principio claro, el que, a diferencia de lo que algunos pueden pensar, es el año 1878.
El Estado chileno declaraba que para su proyecto colonizador y civilizador de los «bárbaros», ubicados al sur del Bío Bío, no le servía cualquier tipo de colono. Manifestaba (con un pragmatismo que hoy causa franca vergüenza) que se necesitaba sangre anglosajona, europeos y norteamericanos, para blanquear las tierras originales de los verdaderos dueños de lo que hoy llamamos Chile. Esta conducta vulgar (aunque normal para aquellos tiempos de la oligarquía y burguesía chilena) significó que el país se acostumbrara a que su identidad estuviera construida por un surtido de culturas e idiosincrasias foráneas que, siempre y cuando contaran con niveles óptimos de civilidad primermundista, ingresaban holgadamente a un país que hasta hoy no sabe cómo vivir sin ser colonia.
Hoy, iniciando el siglo XXI somos una de las flamantes sociedades más racistas y discriminatorias del globo. Aquel distinguido estatus no se lo debemos al esquizofrénico de Hitler y su versión manoseada del darwinismo social, sino que se lo debemos al Estado chileno, que desde sus anales inculcó en este país la triste idea de que el blanco siempre será mejor que el negro.
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