Una sociedad que no desea tolerar marginales debería en primer término preocuparse de no crear este tipo de marginalidad, de lo contrario, la horda será más grande, los ataques más feroces y finalmente la lucha de clases estallará en una revolución que tal vez no sea la que conduzca a un nuevo orden, sino que, sin una filosofía ordenadora, simplemente nos lleve a un caos irrespirable. En este mismo continente ya tenemos ejemplos de ello.
Un grupo de inadaptados han atacado de manera más o menos organizada un shopping mall. ¿Quiénes son estas personas? No son una mayoría, porque la mayoría de las personas no delinque, ni destroza, ni es violenta. La mayoría de la gente es razonablemente buena, capaz de comprarse lo que necesita o quiere y si es muy caro puede ahorrar para tenerlo, endeudarse, lo cual es lamentablemente frecuente y no recomendable, o simplemente resignarse a no tenerlo y conformarse, por ejemplo, con conducir un auto común y corriente y no un híbrido Prius. Al menos no hasta que esa tecnología se democratice, como sucedió con los celulares.
La mayoría de nosotros tiene un canal por el cual recibir dinero más o menos periódicamente porque presta un servicio que vende por honorarios o sueldo, y puede formarse expectativas más o menos realistas de incrementar su nivel de vida y de obtener más reconocimiento y respeto, en eso que han venido a llamar salario emocional. Esta mayoría puede, bajo estas condiciones, “comprarse” una moral, compartir ciertos principios y creencias tales como confiar en el sistema financiero y en el rol del Estado, y aunque para la gran mayoría ese rol del Estado no se trate sino de policía y oficinas para trámites, existe la noción casi intuitiva de que todo ello para algo sirve.
Existe, sin embargo, una minoría que no puede comprarse esa fe. Muchos de ellos son hombres jóvenes que no tienen nada que hacer y que si encuentran trabajo apenas pueden pagarse una vida fuera del hambre, y el hambre contemporánea está condicionada por los medios y quiere también iPods y teléfonos inteligentes. Muchos de ellos viven todavía con sus padres, lo que hace que sus necesidades sexuales y emocionales no estén satisfechas de manera adecuada. Ellos creían que eran clase media solo porque en Chile las palabras ‘clase media’ incluyen a un espectro demasiado grande, pero ahora se están enfrentando a la realidad de ver que siempre han sido o que están descendiendo a ser una clase realmente baja. Muchos de ellos tienen hijos porque su conocimiento de la reproducción humana es limitado o simplemente porque, en su sistema de creencias proletario, no tenerlos es señal de poca hombría, quién sabe; tengo la suerte de no pertenecer a su grupo etario ni social, pero los conozco porque he hablado con ellos, aunque confieso que no los he comprendido del todo.
Estos hombres no ven la oportunidad de educarse para salir de sus empleos mínimos porque ni tienen el tiempo ni el dinero que ello costaría. Se dirá que existen programas de capacitación que algunos efectivamente toman, pero otros aún tienen el problema del tiempo libre, la energía o incluso la cabeza para tomarlos, dado que su educación ha sido pésima y en su momento no entendieron que en la escuela estaba su posibilidad de salir del círculo de la pobreza. Sospecho que nadie se los dijo en un lenguaje que supieran entender, entre otras razones, porque los profesores de las escuelas ya tampoco lo creían y porque sus madres estaban muy ocupadas cuidando a los hijos de madres más afortunadas.
Según el gobierno, estamos cerca del pleno empleo, por mucho que estos números escondan el subempleo de estas personas. El gobierno celebra, los medios llaman al consumo y al endeudamiento en un mundo donde el ser ha sido completamente opacado por el tener, al punto de que el solo hecho de mencionarlo ya suena pasado de moda.
Estos muchachos se ven marginados del consumo e incluso de la deuda; la tele ya no les habla a ellos cuando ofrece las vacaciones en Miami o cuando el pato del Banco del Estado ofrece prestar lucas. Esta gente no tiene lo que se necesita para endeudarse, para tener –ese tener que ha reemplazado al ser–, ellos compran en ferias que son una economía paralela curiosa, porque pueden conseguirse antibióticos sin receta al lado de la fruta, pero no el auto, aunque sí la bicicleta de dudoso origen a precios de huevo, lo mismo que las zapatillas de marca que son el símbolo de estatus entre las clases pobres y que también han sido obtenidas de maneras oscuras, pero eso es todo. El banco para ellos ya no existe, el Estado consiste en pacos que en cualquier momento los humillan, el futuro no ofrece ni siquiera promesas falsas. En este contexto, el bien común parece ser común para otras personas, no para ellos y si es así ¿por qué tendrían que tragarse las reglas de una comunidad que los excluye?
Un número suficiente de estos desencantados se ha subido sobre sus bicicletas y ha atacado el símbolo de la sociedad de consumo que los excluye: el shopping mall. Ellos no saben el inglés suficiente para saber lo que esas palabras significan y cuando las liquidaciones se ofrecen como “sail” ellos apenas son capaces de leer lentamente la pronunciación castellana que dice simplemente ‘sale’.
Chadwick se indigna, el jefe de los Furiosos Ciclistas niega cualquier vínculo con ellos y al parecer la sociedad toda los condena y lo hace con justa razón, porque ninguna sociedad puede darse el lujo de tolerar a estos outlaws, como dicen los gringos, y cuya correcta traducción ‘proscrito’ me parece demasiado académica. Sin embargo, una sociedad que no desea tolerar marginales debería en primer término preocuparse de no crear este tipo de marginalidad, de lo contrario, la horda será más grande, los ataques más feroces y finalmente la lucha de clases estallará en una revolución que tal vez no sea la que conduzca a un nuevo orden, sino que, sin una filosofía ordenadora, simplemente nos lleve a un caos irrespirable. En este mismo continente ya tenemos ejemplos de ello.
Comentarios
28 de octubre
También puede ser que los «violentos» hayan sido unos niños perfil Luciano Pitronello que se dan cuenta que tampoco les gusta el sistema y mucho menos sus grostescos mall y están enojados y se pelean con ese insensible del Starbucks de quien no entienden que defienda los vidrios limpios del que lo esclaviza y le paga una miseria. No veo por qué siempre la violencia deba estar asociada a los que no tienen, a los flaites, a los que no accedieron a la «buena educación». En realidad nadie sabe muy bien quiénes son los encapuchados de siempre, lo que no entiendo muy bien es por qué siempre se «descubre» detrás de la capucha, a un pobre.
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29 de octubre
Todo lo que aquí se dijo, sino lo comparto en su totalidad si en un buen porcentaje. Y aquí viene el gran pero, no solamente es gente, personas o pueblo excluido y marginado que se desquita con la representación ficcionada del pene de Paulman (o como sea el apellido). Es a mi parecer una invocación a desobedecer al dios bicéfalo autoridad – mercado, cuyo ángel portador diario es el dinero, muchos de estas personas tienen sobre si varias decenas de pesos chilenos puestos en ropa, zapatillas, lentes de sol e innumerables accesorios que rinden culto al dios y su ángel, pero que se están introduciendo de tal manera en la vida publica y privada (donación de recalcine a hospitales públicos, plazas de la felicidad «donadas» por coca cola) que esa condición no contradice a la otra, sin olvidar que existe el arrepentimiento, el rechazo y una creciente fuerza iconoclasta, que rechaza a ese dios y su ángel portador de nuevas modas.
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