Si adoptamos la costumbre de evaluar éticamente nuestras estrategias, podríamos modificar la forma en que medimos el crecimiento, así como definir estas metas con mayor conocimiento de causa. Podríamos establecer y monitorear nuestros compromisos con las generaciones que nos sucederán.
Para ser un país con ciertas tendencias moralistas (aunque cada día menos pechoño, gracias a Dios), no me cuadra la nula evaluación ética que hacemos de nuestra estrategia de crecimiento. No estoy diciendo, a priori, que nuestro crecimiento sea antiético, sino que lo hemos mantenido al margen de las discusiones morales.
Sin embargo, en nuestra estrategia de crecimiento hay varios elementos que ameritan ser discutidos. En cierto sentido, nuestro crecimiento se produce a expensas del mundo: emitimos CO2 por la minería y nutrientes por la acuicultura, por ejemplo. También se produce a expensas de futuras generaciones, cuando extraemos recursos o legamos pasivos ambientales. Que nuestra economía dependa del comercio exterior es problemático: nos aporta cierta prosperidad, pero nos amarra de manos frente a las potencias y nos lleva al silencio en materias como los derechos humanos o la justicia entre países. Por otra parte, podría llamarnos la atención que queramos ser una potencia alimentaria a partir de la “diferenciación”, que no es otra cosa que ofrecer alimentos de lujo a los sobrealimentados, en vez de utilizar nuestras hectáreas de tierra y mar para disminuir el hambre en el mundo.
La forma misma de medir el crecimiento tiene una connotación valórica. Cuando lo que nos importa es la variación del PIB, y no – por ejemplo – el ingreso disponible de los ciudadanos del quintil más pobre, estamos diciendo que un peso en el bolsillo de un rico vale lo mismo que un peso en el bolsillo de un pobre. Por otra parte, el solo hecho de medir principalmente el crecimiento y no tanto otras variables asociadas al desarrollo (salud, educación, sostenibilidad, incluso felicidad) tiene también una connotación valórica.
Pero nosotros no vemos allí ningún dilema ético. Simplemente no es tema. ¿Será que no queremos ver a la bestia directamente a los ojos?
Ahora bien, si nos preguntáramos por el sentido ético de nuestro crecimiento, ¿serían muy distintas las cosas? En lo inmediato, quizás no mucho. Puede que nuestra estrategia responda más a necesidades legítimas y circunstancias poco evitables, que a una codicia egoísta. Puede que concluyamos que no jugamos ni más limpio ni más sucio que la mayoría de los países. Y puede que los sacrificios no recíprocos sean de frentón inoficiosos: alguien menos escrupuloso y más rápido sacaría ventaja, y el mundo seguiría igual (el viejo dilema del prisionero).
¿Para qué serviría un cuestionamiento moral entonces? Fundamentalmente, para aprender a sostener una conducta basada en el discernimiento ético más que en la evasión. Aunque las cosas no cambien mucho en el corto plazo, podremos construir objetivos comunes para el mediano y largo plazo, y podremos imaginar formas de alcanzarlos.
Si adoptamos la costumbre de evaluar éticamente nuestras estrategias, podríamos modificar la forma en que medimos el crecimiento, así como definir estas metas con mayor conocimiento de causa. Podríamos establecer y monitorear nuestros compromisos con las generaciones que nos sucederán. Podríamos, también, establecer límites a nuestras emisiones, en el contexto de acuerdos multilaterales o incluso unilaterales.
Lo más preocupante, a mi juicio, no es nuestra estrategia de crecimiento, sino nuestra incapacidad de reflexionar sobre ella desde una perspectiva ética. Y desde hace rato que es necesario hacer este debate.
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Foro: Fawewayer
Comentarios
19 de diciembre
Es una bestia, sí, una bestia. Y muchos se niegan a reconocerlo. Y si lo admiten es porque se sienten a gusto con la bestia, en la bestia, la bestia sobre ellos, siendo ellos la misma bestia.
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21 de diciembre
Reconozcamos que es una bestia bastante atractiva. Saludos.
08 de enero
Me parece muy bien la propuesta, pero me parece que un esfuerzo ético -país – debería partir en los párvulos. Otro buen esfuerzo sería intentar desterrar la envidia, si lo logramos, bajarían nuestras altas tasas de morbilidad y de paso se deberían cerrar algunos partidos politicos.
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