África es un continente que muestra la cara que no queremos ver, aquello indignante y lejano que nos conmueve sólo a través de los noticiarios pero que, en la intima calidez de nuestros hogares desaparece como si fuera un problema inventado, una mera narración que si no la evocas, desaparece o se soluciona como en un cuento de hadas.
La realidad es más dura, cercana y de responsabilidad de todas y todos nosotros. El desgastante entorno del Cuerno de África es un ejemplo de lo que ocurre en todo el continente, diezmado por problemas que todos creemos superados hace mucho: el hambre, la esclavitud las guerras, las fuentes de recursos saqueadas antes por los Estados europeos y hoy por las grandes empresas transnacionales, así como también las rígidas estructuras valóricas y religiosas de sus culturas construyen un cerco para el desarrollo difícil de romper.
Para muchos la solución son intervenciones militares rápidas que democraticen por la fuerza y pacifiquen por la espalda pero, el proceso de refundar naciones, mercados, construir carreteras, hospitales, escuelas y generar modelos sostenibles de gestión pacífica y solidaria de éstos, por ejemplo, es un desafío mayor en calidad y tiempo en el que debemos pensar y contribuir con ideas, esfuerzo y dinero. Yemen es un ejemplo de una situación que da gritos de estar cayendo en el descontrol, como sucedió con Somalía y los otros países del cuerno de África pero que nosotros no escuchamos o no quisimos escuchar y hoy arrepentidos, exigimos, donamos y lloramos. Aquí hay algunos datos que nos pueden ayudar a oír cuando debemos escuchar.
Los continuos combates en varias provincias de Yemen, que recientemente han desplazado a miles de personas, especialmente en Abyan y el Distrito Arhab de Sana’a, están comprometiendo la situación nutricional de los afectados, especialmente la de los niños. Esto podría aumentar la morbilidad y mortalidad, especialmente entre los niños menores de cinco años.
Yemen podría convertirse en la próxima Somalia dado que los índices de desnutrición infantil son tan altos como los del Cuerno de África, si eran malos los pronósticos en la situación normal de inestabilidad, éstos se han agravado por el desplazamiento.
Un estudio reciente de las organizaciones humanitarias con presencia en el país realizada sobre los distritos de Haradh, Bakeel Al Meer y distritos de la gobernación de Hajjah Mustaba, estima que la desnutrición aguda global (DAG) en los niños menores de cinco años ha aumentado en casi 40%, de los cuales un 8,5% son casos graves. La DAG es el porcentaje de niños mayores de seis meses y menores de cinco años que tienen desnutrición aguda moderada o severa. El estudio, que abarcó las familias desplazadas que residen en y fuera de los campamentos y comunidades de acogida, muestra que los niveles más altos de DAG se encuentran entre los niños desplazados (39,7%) en comparación con los de las comunidades de acogida y sus alrededores (34,7%).
Los niveles preliminares de desnutrición aguda superan el umbral de emergencia, lo cual es indicativo de que la situación se está deteriorando a pesar de las intervenciones existentes, como plantea el informe de situación del Instituto Internacional de Investigaciones en Políticas Alimentarias (IFPRI, en inglés, la sigla) de diciembre de 2010 (http://www.globalfoodsec.net/static/text/ifpri_foodasthebasis.pdf). Este indica que Yemen ha tenido la mayor prevalencia en desnutrición infantil entre todos los países de Oriente Medio y África del Norte.
Yemen también tiene una de las mayores tasas de mortalidad materna en el mundo; 365 de cada 100.000 mujeres en edad reproductiva mueren durante el parto. La situación se ve agravada por las creencias tradicionales. Por ejemplo, se acostumbra a reservar las porciones de mejor alimento para el padre, mientras que las mujeres y los niños deben conformarse con los elementos de menor valor nutricional, o son los últimos en la fila para conseguir comida. Estos factores, unidos a la pobreza y el analfabetismo, son responsables de la prevalencia de la desnutrición entre las mujeres y los niños situando a este país en un punto de inflexión que amenaza con transformarse en otro infierno como el que sufre Somalía, Etiopía o Djibouti.
¿Hay esperanzas? Por cierto que las hay. Los programas de las organizaciones de ayuda humanitaria así lo demuestran. La inversión en educación escolar de los niños, en especial de las niñas aumenta hasta en 60% si va aparejado de alimentación escolar (buena oportunidad para reestablecer nutrientes básicos). Invertir en la alimentación+educación de niñas sugiere mantenerlas en la escuela, aliviar a las familias de una boca que consideran “pasiva”; le aleja de un matrimonio por conveniencia en el que se reproduce la violencia doméstica o exposición a enfermedades y agresiones sexuales en los campos; retrasa los embarazos hasta la edad adulta teniendo mayores posibilidades (sobre el 76%) de tener periodos gestacionales más estables y pariendo hijos sanos (sobre el 86%). Hablando en dinero, cuesta menos de 25 centavos de dólar diarios salvar la vida de un niño y menos de 50 centavos diarios si se trata de niñas hasta los 16 años 6 veces por semana.
Es importante mencionar en tiempos que se discute sobre postnatal y otros derechos de los niños y de sus padres, que la inversión en el más antiguo método de nutrición que hay sobre la tierra: el amamantamiento (lactancia materna), es un buen ejemplo de desarrollo, o sea, pasar de condiciones menos humanas a condiciones más humanas para las personas. Y es que sorprende averiguar que es posible salvar a un niño cada 22 segundos si éste fuera amamantado en sus primeros seis meses de vida. Pero en países como Yemen o Nigeria, por ejemplo, menos del 7% de los niños son amamantados en los primeros 6 meses de vida exclusivamente; en Mauritania menos del 3%. Esto es algo que se puede transformar con conocimiento, voluntad y trabajo sostenido. Invertir en condiciones favorables para que las madres puedan amamantar es un excelente negocio para las familias y los Estados pobres y, constituye una eficiente manera de salvar la vida de los niños; es por ello que hoy buena parte del trabajo humanitario se centra no sólo en el reparto de comida sino en asegurarnos de que las madres tengan suficiente enriquecimiento nutricional y en enseñarles acerca de la lactancia materna.
Lo mismo ocurre con la inversión en bancos de alimentos para pequeñas comunidades, las tarjetas de crédito para alimentos saludables, los mosquiteros y la vacunación+desparasitación en terreno por poblaciones focales y en las escuelas.
¿Es posible reproducir a escalas mayores estas “pequeñas intervenciones” (pensemos que estos esfuerzos se aplican sobre una población mayor a los 100 millones de personas en 34 países al mismo tiempo) en poblaciones más grandes reunidas? La respuesta es positiva. Tanto un país, un sistema de salud o un programa de protección social pueden desarrollar estos ejemplos ajustados a cada núcleo poblacional. Ejemplos de esta transferencia de conocimientos y éxitos son programas como Hambre Cero en el Brasil. En todas estas iniciativas se presentan tres elementos centrales que usted puede vislumbrar: esfuerzo económico y de trabajo sostenido en el tiempo; tecnología+innovación, es decir, conocimiento que hoy está disponible, y; voluntad política, liderazgo y compromiso, o sea, personas dispuestas.
Los primeros en hacer sentir las carencias y el sufrimiento son los niños y niñas. Sin una acción constante y duradera en estas zonas tendremos mes a mes noticias del estallido del hambre y las enfermedades derivadas de este mal que, sigue siendo el principal problema de las personas en el mundo. Indignante situación toda vez que hoy, como nunca antes poseemos tecnología, personas capaces de aplicar técnicas y conocimientos para solucionar estas problemáticas pero que, como un puente a medio terminar siguen estando ahí presentes contemplando impávidos como el tránsito de lo moderno sigue su curso amenazando con dejar atrás, en el olvido y la invisibilidad a la mayor cantidad de personas en el mundo.
Esperemos que el llamado de Yemen, que calza en todos los factores del colapso, pueda calar en las personas, como nosotros, para que pongan a disposición su voluntad sostenida, los conocimientos disponibles con innovación y tecnología para el bienestar y acerquen a los donantes y financistas para que acudan los recursos sostenidos en el tiempo y veremos que antes de una generación obtendremos resultados positivos y, por cierto, humanos que hagan del sol infernal del África un calor que abrace la esperanza.
* Néstor Morales es funcionario internacional.
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