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Teletón, la muleta del modelo

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Sería fácil escribir una columna desde los estereotipos de la Teletón. De hecho, abundan por estos días en los medios. Eso sí, la mano está cargada acríticamente hacia la imagen positiva, esa que hace de las 27 horas una expresión de unidad nacional y de sentimiento común en torno a una causa indudablemente justa. También aparecen por estos días, como parte del rito anual, aquellos análisis que ven en la Teletón un vil mecanismo al servicio de las empresas y una supuestamente cínica “responsabilidad social”. Estos por cierto, no tienen ni la misma tribuna ni la misma adhesión que la mirada edulcorada. Adhesión pública, quiero decir, porque con la Teletón ocurre ese extraño fenómeno de inmunidad que protege a lo “políticamente correcto”: una pléyade de defensores aplaca cualquier atisbo de crítica, tildando de resentidos a quienes levantan una opinión contraria, por muy fundamentada que esté.

No hablaré desde el estereotipo. No. Es innegable que la Teletón ha ayudado a miles de personas por más de dos décadas a tener una mejor calidad de vida, promoviendo la integración familiar, educacional y laboral de quienes, de no haber tenido acceso a sus tratamientos, posiblemente hubieran estado condenados por las limitaciones propias de sus discapacidades físicas.

Este es un dato duro: la Teletón ha sido, desde la definida dimensión de sus recursos y personas atendidas, una política pública. Una política “pública” no por ser ejecutada desde el Estado, que no lo es, sino porque somos todos, a través del acto público mediante el cual se recaudan los fondos, invitados de manera acotada a ser parte de su implementación. En principio, esto no es malo per se, pero la imagen tiende a distorsionarse cuando tomamos en consideración otros tres elementos.

El primer elemento son las cifras de discapacidad en Chile. En uno de cada tres hogares en Chile hay, a lo menos, una persona que sufre algún tipo de discapacidad. Uno de cada ocho chilenos y chilenas es discapacitado, y casi el 40% de ellos son personas de ingresos bajos. Nueve de cada diez personas con discapacidad en edad de trabajar están cesantes; el resto trabaja en empleos informales y apenas el 1% tiene contrato laboral. Estas cifras, que pueden consultar en la Fundación Nacional de Discapacitados, incluyen muchas patologías que no son parte de las que aborda la Teletón, pero son la mejor forma de graficar que Chile no puede darse el lujo de carecer de una política pública (“pública” de verdad, liderada desde el Estado) con máxima prioridad respecto del tratamiento, rehabilitación e integración de las personas con discapacidad. Para el común de nosotros, terminadas las 27 horas de espectáculo, el tema desaparece, pero es ahí donde el Estado debe permanecer, como garante del derecho a la salud cuando los focos se apagan, las cámaras apuntan para otros lados, los personajes públicos dejan de hablar y las empresas vuelven a lo suyo (si es que alguna vez lo abandonaron).

El segundo elemento es entender la Teletón como una expresión más de nuestra al parecer atávica desigualdad. Pongámosle números al ejercicio, tomando como base el monto que la Teletón espera recaudar este año. Considerando las ganancias de la banca chilena entre enero y octubre, se podrían financiar 71 teletones. Claro, la banca es la banca dirán ustedes. Sigamos. Con las ganancias de las isapres en el primer semestre de 2011 se superaría 2,3 veces la meta de la Teletón. Una coincidencia: las utilidades de LAN en el trimestre julio-septiembre (sí, solo tres meses del año) también representan 2,3 teletones. Y un dato curioso que espero no los indigne mucho: 8,3 teletones se podrían costear con el monto que las AFP “perdonaron” a  La Polar  “defendiendo” los ahorros previsionales de todos nosotros. Si a estos datos se le suma el hecho, que no he logrado documentar para esta columna, pero que sugiere que las personas de ingresos medios y bajos aportan, proporcionalmente, más que las personas de altos ingresos, nos encontramos ya no solo ante el hecho de que esta política “pública” no es pública, sino que grava de mayor manera a quienes menos tienen. Es otra forma de escribir solapadamente la regla del “sálvese quien pueda”, el lado B del fervor por el emprendimiento personal como motor del desarrollo impuesto por el modelo socioeconómico vigente en Chile desde fines de los setenta.

Y el tercer elemento que borronea la Teletón tiene que ver, precisamente, con su perfil como estandarte de la iniciativa privada para resolver problemas públicos -en este caso de salud pública – que el Estado no puede enfrentar. No es un azar que la primera Teletón haya ocurrido en 1978. Recordemos que por aquellos días el desatado neoliberalismo de la escuela de Chicago estaba iniciando su asalto al Estado chileno, consagrado dos años después con una Constitución que entregaba al Estado solo un rol subsidiario y no garante de derechos en ámbitos como la educación y la salud. Bajo esa lógica, la Teletón, junto con permitir al sector privado llevar adelante sus acciones de responsabilidad social (mientras desarrollan prácticas contra los consumidores o mientras sus dueños y ejecutivos ocupan impúnemente sus posiciones de poder para seguir aumentando sus utilidades de manera ilegal), colaboraba con fundamentar ideológicamente algo que hasta hoy se repite majaderamente: el Estado no está en condiciones de asumir la Teletón. Si Chile tiene un sistema público de salud que está entre los que tienen mayores niveles de eficiencia en el gasto en el mundo, ¿por qué no puede asumir una labor como la de la Teletón? ¿No será que tras esa afirmación lo que hay es un rechazo ideológico a la posibilidad de un Estado más fuerte y con mayores recursos que pueda garantizar integralmente el derecho a la salud de toda la población? Porque vistas las comparaciones anteriores, sería apenas una minúscula parte de las políticas públicas que una reforma tributaria ayudaría a financiar.

La Teletón, con todo el bien que ha realizado y que no se puede negar, está en la base del modelo que este 2011 ha entrado en crisis. Aunque pueda parecer inverosímil, la Teletón, más que contribuir a una sociedad crecientemente solidaria, consolida un modelo construido desde la destrucción del bien común y el tejido social que lo sustenta, haciendo que la solución de un problema de interés público (la discapacidad) dependa de cada uno de nosotros en forma individual, en la medida que nuestras billeteras puedan y nuestras conciencias quieran. En un guiño en algún grado premeditado, la Teletón es la muleta del modelo, lo ayuda a caminar por una senda que todos creemos mejor, pero que es la misma que ha hecho de Chile uno de los países más desiguales del mundo.

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Foto: Bud_Spencer / Licencia CC

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02 de diciembre

«La caridad comienza donde termina la justicia» Padre Alberto Hurtado

02 de diciembre

Pedro Pablo, no sé si la lógica que está detrás del Hogar de Cristo, la principal obra del Padre Hurtado, muy anterior al modelo neoliberal en Chile, apunta en la misma dirección que la lógica de la Teletón (aunque por motivaciones distintas). No lo tengo claro.
Gracias por comentar.

02 de diciembre

Bueno, si la U pierde la final de la sudamericana culparé al «modelo» por la derrota, ello en vista que su columna demuestra que dicho paradigma sociopolítico es una verdadera caja de pandora de la cual emanan todos nuestros males y pecados colectivos.
Nadie en este país con un mínimo de conciencia social y respeto por el prójimo podría cuestionar el enorme deficit que existe en materia derechos sociales, muchos de los cuales derivan de una ideología materialista e individualizante que a la postre denigra al ser humanos. Y me valgo de esta consideración, precisamente, para recalcar que uno de sus errores en centrar a la teleton como uno de los símbolos del «modelito.»
Permítame discrepar abiertamente don Darío. Me temo que la postergación social de los pacientes minusválidos o personas con capacidad reducida se remonta a una larga tradición de menosprecio e insensibilidad nacional en torno a la figura del enfermo. Ella se remonta ni más ni menos al siglo XIX, si nos ponemos autocríticos como nación conciente de su historia. Culpar a los privados por ejercer una tarea que, a su juicio, responde a intereses cuestionables, es delatar ni más ni menos la incapacidad que el Estado chileno ha tenido en desarrollar plenamente el denominado derecho a la salud, consagrado constitucionalmente en 1925.
Si vamos a hablar de muletas, pues, revisemos nuestra historia social y podremos comprobar que desde hace décadas nuestro Estado, el suyo y el mío, tiene el tejado de vidrio en esa materia. Incluso mucho antes que las «legiones diabólicas» de la Teleton asumieran la simple tarea de tender una mano a quienes la necesitan.
Un gran médico fránces del siglo XIX; Corvisart, señaló que en el lecho del enfermo la teorías desaparecen. Y hasta tiene mucho sentido ese predicamento. El dolor, don Darío, no tiene ideologías. Pregúntele a un enfermo.
Le extiendo la invitación para que conozca un poco más de la historia de la salud de nuestra República. Por tratar de evitar estereotipos, su columna termina generando otros.

02 de diciembre

Me cuesta encontrar el punto de divergencia con su opinión, don Marcelo. Está usted en lo cierto y de hecho así lo sugiero en mi entrada: el tratamiento de la discapacidad es un problema de una envergadura tal que requiere una política pública integral, una que nunca el Estado chileno ha tenido. Yo no critico a la Teletón, pero el empecinamiento en sostener que la necesaria labor que ella realiza no puede ser asumida por el Estado es cerrar las puertas a la posibilidad de que el Estado se ponga definitivamente los pantalones. Le pregunto: ¿estaría usted de acuerdo con una reforma tributaria que hiciera que las empresas que hoy donan voluntariamente la plata la paguen en forma permanente vía impuestos?

Marcelo

01 de diciembre

Preguntemos a los cientos de niños y jóvenes rehabiltados si es importante que la ayuda venga del sector privado o público. Mientras usted se pajea con disquisiciones teóricas sobre quién debe asumir la ejecución de los derechos sociales, mucha gente ayuda a la Teletón.
Estas 24 horas son también una demostración de la sociedad civil que se moviliza.

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