Hay gente que si le pregunta por qué vota aun por la gente de la Concertación le dirá que es porque se opuso a Pinochet; otra porque se opone al gobierno actual; algunos porque gracias a ella consiguió su casa o ese subsidio que le faltaba. Es en estas personas donde se puede reflejar el legado de la República Concertacionista, esa que gobernó al país durante dos décadas cruciales en nuestra historia.
A juzgar por los motivos que tienen muchas personas para que Michelle Bachelet ocupe nuevamente la presidencia, se puede decir que hay un sector importante de la población que aún mantiene una ligazón con la Concertación. No obstante, hay muchísimas cosas que la separan de esta coalición, la más duradera de nuestra historia. Ya que se ostenta esta categoría, bueno es criticarla en esas condiciones, evaluando su historia.
Bien vale hacer un par de aclaraciones. Se entenderá como República Concertacionista al período de gobierno entre 1990 y 2010, que se divide en dos grandes épocas: el período democratacristiano (1990-2000), y el socialdemócrata (2000-2010). La primera etapa es la de los grandes acuerdos políticos, los primeros encuentros cívico-militares y la inclusión de Chile en el concierto económico mundial. La segunda fase es la de los grandes avances sociales.
Muchas personas, beneficiadas con una serie de políticas gubernamentales, se sienten ligadas a la Concertación. Rescatan el rotundo No a Pinochet, el reencuentro de Aylwin, la inclusión al mundo de Frei. Además, rescatan los avances de Lagos y el sentido social de Bachelet, así como su hito histórico de ser la primera mujer en llegar a la presidencia. Juntan con eso su rol de oposición política al actual gobierno y las ansias de volver pasada esta administración.
A estas personas podríamos denominarlas neo o post-concertacionistas, que se incluyen en el período de la “desintegración” o “post-concertacionismo”.
Debemos ser sinceros: esta alianza iba derecho a convertirse en un PRI chileno, pues ya estaba montando una maquinaria clientelar que intervenía efectivamente en las elecciones. Por otra parte, tenía una red de personas que actuaban en distintas esferas que se “apernaron” en sus cargos durante largos años. No hay que olvidar, por cierto, los casos de corrupción, sobresueldos, coimas y otros vicios que cometieron sus integrantes.
A nivel de coalición, existe una especie de sector transversal que dificulta el recambio generacional (por ende, su renovación y perpetuación) y las reformas necesarias para su adaptación a los tiempos que corren, de una ciudadanía más y mejor organizada. Estas personas, que no se han retirado del poder, si bien tienen una mayor figuración y reconocimiento (por ende, más votación), han enquistado a la coalición mermando su imagen. Ya se demostró con la salida de rostros emblemáticos desde 2008 y con la victoria de Hernán Pinto en las primarias de abril de 2012.
22 años de democracia nos enseñaron que ya no basta sólo con un buen discurso, sino que se debe avanzar en un programa de Estado que mire al 2030, con el acuerdo de toda la oposición. Ya no basta con prometer la eterna alegría si por detrás se hacen acuerdos viciados y se ofrecen las grandes riquezas del país al extranjero. Ya no basta solo con la foto del candidato con un niño o un adulto mayor. Hoy es tiempo de que las cúpulas de la coalición despierten de ese sueño en el que duermen desde 1990.
Ya no estamos en ese año. Aylwin ya se fue del gobierno, Pinochet ya murió y pasaron los tiempos en que Bachelet llegaba al poder. Hoy son oposición y la gente en masa ha dicho que los rechaza. Es tiempo suficiente para haber leído las señales que está dando Chile y abrir la coalición a los nuevos tiempos.
Estoy seguro de que si quitamos la mala hierba del camino y sacamos a esos operadores que todo lo enquistan, y no se cometen bochornos como el de la Convergencia Opositora (que terminó siendo un show mediático para demostrar que los ex presidentes y los más antiguos no quieren soltar sus riendas del poder), esos sectores neoconcertacionistas los apoyarán.
Ganar una elección por tener poder no vale. La gente no es tonta y sabe cuándo le mienten. Sabe cuando alguien tiene segundas intenciones y no hace bien su trabajo. Si no despiertan del sueño de 1990 y reconocen con urgencia que ya han pasado 22 años, no sueñen con que vuelva Bachelet o gane otro. Si tienen los mismos equipos y asesores (con mentalidad de fines del siglo pasado) es difícil proyectar el país del siglo XXI.
Este es el tiempo del neoconcertacionismo.
————-
Comentarios