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La participación política del pueblo evangélico

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El año 2008, una encuesta levantada por investigadores de IDEAS (USACH) arrojó conclusiones similares a la anterior, en el sentido que una gran mayoría de los/as evangélicos/as se identificaba con el centro político (73,6%); los que se identifican con la izquierda alcanzaron un 8,3% y los que se identificaron con la derecha, el 9,4%.

A propósito de las distintas reflexiones y análisis que se han hecho sobre el “factor evangélico” en las elecciones, tiene sentido entregar alguna información que nos permita intentar comprender a este segmento social y su relación con la política.

Lo primero que es necesario señalar es que la heterogeneidad y diversidad existente al interior del mundo evangélico, sobre todo a nivel denominacional y organizacional, hace que sea imposible que alguien se arrogue su representatividad. Una segunda puntualización tiene que ver con la forma en que se usa la categoría “evangélico/a”, que pareciera, en principio, incluir a los/as adherentes de las iglesias protestantes históricas (anglicanos, bautistas, luteranos, etc.) y a los/as adherentes de las iglesias de raíz pentecostal (tanto las “autóctonas” surgidas del avivamiento de 1909 como las “misioneras” llegadas al país a partir de 1940). El Censo de Población agrupa o asimila este segmento como “protestantes o evangélicos”, que representan –de acuerdo al Censo de 2012, utilizado sólo como referencia, por razones obvias- un 16,6% de la población mayor de 14 años. Estimaciones apuntan a que, en su conjunto, las iglesias de raíz pentecostal representan entre un 80 y un 90% de todas las iglesias que podrían entrar en la categoría protestante/evangélico.

En realidad, el uso de la palabra “evangélico/a” –tal como se ha establecido desde el punto de vista de los actores sociales, en este caso, la sociedad chilena en su conjunto- nos remite fundamentalmente a los/as adherentes a las iglesias de raíz pentecostal. La palabra “pentecostal”, por su parte, se tiende a asociar a la pertenencia a las iglesias tradicionales más antiguas (Iglesia Metodista Pentecostal/Iglesia Evangélica Pentecostal) que contienen la palabra en su nombre, de allí que muchas personas que no pertenecen a estas iglesias tiendan a negar el ser “pentecostales”, identificándose como evangélicos/as -a pesar de compartir el tipo de espiritualidad que representa el pentecostalismo- y tampoco se identifican como “protestantes”, que es un término lejano y no siempre reconocido por las personas.

Lo anterior es relevante para delimitar el grupo al que nos referiremos en adelante, pues cuando los estudios hablan de “evangélicos”, debemos pensar en este segmento del pueblo chileno que pertenece al mundo de las denominaciones de raíz pentecostal.

Se ha instalado en el imaginario social chileno la idea de que los evangélicos constituyen un grupo que tiende a identificarse como apolítico, a no participar en organizaciones de carácter social, sindical o política y a adherir mayoritariamente a posiciones de derecha. Como todo en el mundo social, estas afirmaciones parten de algún sustento empírico y, por tanto, algo de realidad tienen, pero es necesario realizar un análisis profundo para develar la problemática.

Uno de los primeros estudiosos de la expansión del pentecostalismo en Chile fue el sociólogo suizo Christian Lalive, que en la década de los 60 publicó “El Refugio de las Masas”, libro que continúa siendo un clásico indispensable para quienes pretenden adentrarse en la temática. Lalive vinculaba el crecimiento de los evangélicos a la migración campo-ciudad de grandes masas de población y el consiguiente estado de desarraigo y marginación en que quedaron estos sectores luego del fin del sistema hacendal, y que encontraron en las iglesias pentecostales una salida a la crisis de sentido y una posibilidad de re-construir una comunidad de referencia. Estas comunidades tendían a cerrarse en sí mismas y a establecer una fuerte distinción entre las actividades “del mundo” y las “actividades para el Señor”, siendo un buen ejemplo de ello el ámbito del trabajo, que era visto en ese momento como un “mal necesario” pues se le consideraba revestido de valores “mundanos” que sólo entorpecían el paso de miembros del movimiento “por el mundo”. De allí se deriva en parte la imagen que se comenzó a construir de los/as evangélicos/as en el mundo obrero organizado: ante todo apolíticos y/o desinteresados de aspectos sociales y políticos de su entorno, pero buenos trabajadores, sin vicios y confiables, como muestra Lalive en su libro basándose en entrevistas con sindicalistas de los años 60.

En general, ha habido consenso entre los/as investigadores acerca de que las primeras décadas del siglo XX estuvieron marcadas por una tendencia al aislamiento de la sociedad, por parte de las  iglesias pentecostales, que trataron de evitar el contacto con el “mundo externo”, estableciendo una fuerte dicotomía entre “este mundo” y el “mundo trascendente” que, en alguna medida, aún permanece vigente entre ciertos sectores.

A comienzos de los años 70, Hans Tennekes hizo un primer intento por analizar los vínculos entre el pueblo evangélico y la participación política. Para ello, realizó una encuesta a 300 personas (pentecostales y no pentecostales) pertenecientes al estrato social bajo, en la que abordó una serie de temas para responder a su interrogante. Una primera apreciación tiene que ver con la representatividad de los resultados, que son sólo orientativos, pues no hay un muestreo aleatorio detrás. Una segunda puntualización es que si bien el autor habla de “pentecostales” en general, la mayor parte de sus encuestados provenían de la Iglesia Metodista Pentecostal, por aquellos años una de las más grandes y numerosas denominaciones.

El autor encontraba que los pentecostales mantenían opiniones políticas relativamente similares a las que mantenían los no-pentecostales que pertenecían al mismo estrato social. Las diferencias entre los dos grupos se acrecentaban en lo relativo al interés, donde efectivamente los pentecostales se mostraban menos interesados en los acontecimientos políticos nacionales, y en su nivel de participación, pues casi no participaban en organizaciones sociales, políticas o sindicales. En cuanto a simpatías políticas, tanto los pentecostales como los no-pentecostales exhibían una estructura similar: los partidos que gozaban de mayores simpatías eran los que conformaban la Unidad Popular y el Partido Demócrata Cristiano, mientras los partidos de derecha captaban pocas simpatías. Asimismo, pentecostales y no-pentecostales tendían a tener una opinión negativa de la actividad política y los políticos, pero los no-pentecostales tendían a participar mas que los pentecostales en organizaciones de carácter político, como dijimos.

El clima de politización que recorría a la sociedad chilena en los años 60 y comienzos de los 70 afectó también al movimiento evangélico, surgiendo la necesidad de salir del enclaustramiento e iniciando un lento proceso de apertura social. Durante esos años, al interior del movimiento se reprodujeron las mismas divisiones y conflictos que en el resto de los sectores sociales chilenos. El Golpe de Estado de 1973 marcaría una profunda división en el movimiento evangélico entre un grupo conservador que manifestó su apoyo a la dictadura y una minoría ecuménica que abogaría incesantemente por la defensa de los derechos humanos. Esta última facción desempeñaría una importante labor que hasta el día de hoy permanece en un relativo e injusto estado de desconocimiento.

El acercamiento entre un importante sector evangélico y la Junta Militar tuvo lugar en el contexto de la abierta disputa que sostenía la dictadura con gran parte de la jerarquía de la Iglesia católica. En 1975 tiene lugar el primer Te Deum evangélico durante las celebraciones patrias, con asistencia de las autoridades militares, instituyéndose así una tradición que continúa hasta el día de hoy. Esta situación les granjeó la antipatía de los movimientos sociales y de la ciudadanía opositora a la dictadura, y ayudó a cimentar la imagen que venía fraguándose del pueblo evangélico como simpatizante de derecha y contrario a las luchas sociales del pueblo chileno. A pesar de la visibilidad que este sector del mundo evangélico tuvo durante muchos años, no es posible derivar de allí que los/as evangélicos hayan apoyado masivamente la dictadura como si lo hicieron los líderes de las principales iglesias.

Ya en 1990 contamos con datos levantados por el Centro de Estudios Públicos y Adimark que permitieron caracterizar políticamente al pueblo evangélico. La encuesta comparó católicos/as y evangélicos/as arrojando resultados interesantes: comparando evangélicos/as observantes con católicos/as observantes, se encontró que los primeros se identificaban menos con la izquierda que los segundos (14,5% y 22,5% respectivamente), pero también los/as evangélicos/as se identificaban menos con posiciones de derecha (en un 11,2%) que los/as católicos (en un 16,1%), concentrándose en posturas de centro (28,2%) y, sobre todo, definiéndose como independientes (en un amplio 46,1%). Consultados por la figura de Augusto Pinochet los/as evangélicos/as observantes tenían una opinión negativa en un 61,6%, comparado con el 54,8% de los/as católicos observantes que tenían una opinión negativa; sólo un 12,2% de los/as evangélicos/as observantes tenían una opinión positiva de Pinochet frente a un 18,5% de los/as católicos/as observantes. Sin embargo, es en el grado de interés por la política donde se continuaba expresando la tendencia que se venía diagnosticando desde hacía décadas: un 76,4% de evangélicos/as observantes se mostraba poco interesado, muy poco interesado o nada interesado en política, en contraste con el 58% de los/as católicos/as observantes en la misma situación.

El año 2008, una encuesta levantada por investigadores de IDEAS (USACH) arrojó conclusiones similares a la anterior, en el sentido que una gran mayoría de los/as evangélicos/as se identificaba con el centro político (73,6%); los que se identifican con la izquierda alcanzaron un 8,3% y los que se identificaron con la derecha, el 9,4%. Asimismo, el interés por la política, por informarse o participar, continuaba siendo bajo o nulo. Pero, desde un punto de vista cívico, el estudio detectó que si bien los/as encuestados/as se mostraban muy poco interesados en participar en organizaciones laicas (sindicatos, partidos políticos) sí tenían una mayor participación en actividades comunitarias que buscaran el mejoramiento de la calidad de vida del barrio.

Como hemos visto, parte de la imagen social que se tiene del pueblo evangélico tiene un sustento empírico: efectivamente, las personas evangélicas se muestran mucho menos interesadas en la política que las personas no-evangélicas pertenecientes al mismo estrato social. Sin embargo, en general sus adhesiones políticas sólo difieren de las adhesiones de los/as católicos en su mayoritaria identificación con el centro político o en su definición como “independientes”. Nada indica que puedan representar necesariamente un voto de derecha o de izquierda -probablemente su “independencia” les permita evaluar también las aptitudes personales de un determinado candidato o candidata a la hora de decidir- o que mantengan posiciones poco proclives a la democracia, sino por el contrario. La evolución socioeconómica y el mayor nivel educativo de los/as jóvenes adherentes evangélicos/as serán determinantes en el futuro, pues los estudios indican que la generación más joven mantiene una apertura mayor hacia temas políticos y sociales.   

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Foto: Wikimedia Commons

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