Este año el país logró salvar a 33 mineros a más de 700 metros de profundidad, pero dejó morir calcinados a 81 reos en la superficie. La sofisticada escenografía bilingüe para exhibir a los mineros rescatados, contrastó con las peores formas para enfrentar el dolor de las familias de los hombres muertos en la cárcel de San Miguel. A los mineros los dejó enterrado la avaricia de sus patrones, a los reclusos el Estado los arrojó a ese infierno con cinco gendarmes para vigilar a dos mil internos. Es que somos un país de contrastes, en nuestra geografía, en nuestra cultura y en nuestra democracia.
Bastián Arriagada un joven de 21 años que vendía películas piratas en la calle es parte de los reos que encontró la muerte recientemente en ese fatídico incendio. Pero los otros piratas, esos que se ponen de acuerdo para subir los precios de los medicamentos en las farmacias, e idear sofisticadas cláusulas para esquilmar aun más a los clientes del retail, a esos piratas no les pasa nada. Retozan en la desregulación más abyecta y anodina. Navegan en sus rentabilidades históricas y exprimen las ventajas de una legislación inventada para que el capital no encuentre ningún obstáculo.
Pero el año no comenzó allí. Al terremoto político de enero, le siguió el movimiento telúrico de febrero. El quinto más fuerte del mundo, parecía que hasta lo más inconmovible se vendría abajo, fueron minutos infernales, un pánico alojado para siempre en el disco duro de toda una generación. Pero las réplicas se intensificaron ese 11 de marzo, cuando Sebastian Piñera se ponía la banda presidencial en el Congreso Nacional. Parecía que la tierra se sacudía desde el fondo, como anticipando los efectos de “la nueva forma de gobernar”.
El periodismo informativo de mercado, ha mostrado todos sus límites. Una asombrosa independencia para investigar a los poderes públicos y una sorprendente prudencia para dar cobertura a las huelgas de los trabajadores y a los abusos de “sus avisadores”. Medios de comunicación obsesionados con la transparencia de los órganos del Estado y tácitamente comprometidos con la opacidad de los auspiciadores de sus programas. Farmacias Ahumada, Almacenes Paris y la empresa Tur Bus entre tantos otros tienen un trato preferente y una edición comprensiva. Medios que se oponen a cualquier regulación pública, mientras abren generosamente sus puertas a todas las formas posibles de determinación de los inversionistas de turno.
Marcelo Bielsa, la expresión más nítida de un trabajo bien hecho y un compromiso a toda prueba, fue virtualmente sacado de la selección chilena por su evidente distancia con los sectores oficialistas de gobierno. Entonces, los accionistas privados esperaron su turno, sacaron cuentas y asestaron un golpe blanco. Pero la ciudadanía hizo lo suyo, llenó un estadio para apoyar al entrenador argentino, intensificó su indignación en las redes sociales y en la encuesta siguiente, la imagen del Presidente tuvo una caída libre que dejó las cosas como estaban antes del rescate de los mineros.
Ha sido un período intenso, de eso no cabe ninguna duda. Como si el año del bicentenario quisiera tornarse inolvidable, imborrable de la memoria histórica. Un año estremecido por las denuncias de abusos sexuales en la iglesia católica. Un año en que la nueva derecha acelera los trámites para crear empresas (con un solo click desde Internet), mientras miles las familias pobres pernoctan en la calle para obtener un subsidio habitacional, como en los peores tiempos de la dictadura militar.
Fue el año en que la familia Herrera de la serie Los 80 estremece a las élites y las masivas audiencias; mientras el canal público le dice adiós a Los Venegas. Un año en el que se endurece la fiscalización para quienes abusan de las licencias médicas, mientras dos diputados “se las arreglan” para no hacerse la alcoholemia.
El año más difícil para la coalición que venció a Pinochet ese inolvidable 5 de octubre de 1988. Esa vieja y nueva Concertación intentando huir de un conflicto inevitable entre su pasado reciente y todo el futuro pendiente. Atada a esa retórica rancia del legado y la unidad del centro y la izquierda. Encerrada en reuniones de coyuntura, mientras la vida cotidiana fluye en la feria, el mall, el almacén, la tele, el celular, “el muro” y las redes sociales.
Pero la ciudadanía, esa real e inasible, esa que se manifiesta en la calle y en las redes de internet, esa ciudadanía se agrandó, mientras la política sigue empequeñeciéndose. Ha sido un año de tantas movilizaciones sociales, con intensidades y resultados diversos. En lugares públicos y privados, los manifestantes mostraron sus ganas de cambiar, de mover lo que las elites políticas y económicas suelen confundir con lo posible. Esa prolongada resignación de los años noventa convertida en una ideología indolora, flexible y paralizante.
Por estos días, algunos parlamentarios hacen un intenso lobby para que se reconozca al Estado palestino, mientras los mapuches todavía no son reconocidos plenamente en sus derechos sociales y ancestrales. Son los contrastes de Chile, de esa geografía loca y una democracia inconclusa que no se atreve a vencer tantas desigualdades.
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