Todos nos movilizamos en pro de esas familias que vieron destruido algo más que su casa. Sin embargo, ya han transcurrido tres años de éste hecho y aun vemos a aquellos afectados preguntándose por qué las cosas no avanzan.
Quiero comenzar esta entrada presentando una molestia. El punto de partida es la liberalización al sector privado de las políticas de vivienda, urbanismo y hábitat (agrego éste último porque no logro convencerme que aún existe un Ministerio de la Vivienda) que se acrecentó en la dictadura militar. Lo extraño es que al parecer se acentúa con la democracia. Por lo mismo, quiero declarar que no culpo a Piñera por cómo se están haciendo las cosas en materia de reconstrucción. ¿Saben por qué? Porque él fue electo Presidente de la República explicitando su visión liberal de la sociedad, pero tenemos cuatro gobiernos anteriores que nos hablaron de comunidad escondiendo groseramente su inclinación derechista. Entonces, si la reconstrucción está como está, quiero culpar a cuatro personas que no hicieron absolutamente nada por hacer de éste un país más justo y equitativo. Corro el riesgo que cause molestias, pero esa es mi introducción.
En general, cuando se habla de pobreza y vulnerabilidad, nos referimos a situaciones padecidas. Padecidas porque son soportadas, incluso asumidas, con paciencia. Si nos invitan a pensar en la vulnerabilidad, nuestro imaginario social nos lleva a lo siguiente: una mujer con muchos niños, en una vivienda precaria, alejada de la ciudad, con escasos servicios básicos cubiertos, higiene preocupante, presencia de enfermedades crónicas, empleo informal o poco digno, ingresos muy por debajo de lo mínimo y otro sinnúmero de características que varían según territorio y cultura local. Lo cuasi positivo de esta imagen es que quienes lo viven lo padecen. Asumen, gracias a la asistencia gubernamental y a la importante presencia del sector privado (empresas, ONGs), su situación. Asumen sin molestar a las cifras micro y macro económicas, a la política y a la sociedad. Permiten incluso que existan equilibrios entre el mundo público y privado. Padecen.
Esta vez quiero referirme a las vulnerabilidades no padecidas, esas que no se soportan, y por tanto, son enfrentadas. El terremoto nos develó vulnerabilidades escondidas en lo privado, que en tres minutos con treinta y cuatro segundos salieron a lo público (incomodando a este último). Todos nos movilizamos en pro de esas familias que vieron destruido algo más que su casa. Sin embargo, ya han transcurrido tres años de éste hecho y aún vemos a aquellos afectados preguntándose por qué las cosas no avanzan.
Las y los damnificados han demostrado que no están dispuestos a padecer esa vulnerabilidad. ¿Cómo? A través de la organización. Y no solo esa organización que se autogestiona para resolver con sus propios capitales (de todo tipo) la indefensión que vivencian, sino que se organizan para exigir la reincorporación del Estado en los derechos humanos, sociales, políticos, culturales y económicos. Esto va desde organizar grandes movilizaciones que buscan la recuperación de la calidad de vida en las políticas públicas, aciertos sociales que se los debemos en gran parte al Movimiento Nacional por una Reconstrucción Justa (MNRJ), hasta conseguirse un bus con el municipio para encontrarse de cuando en vez con otras organizaciones que permiten desnaturalizar el padecimiento (ambas opciones igual de valorables, ya que asumen diversos recursos que la mayoría de los mortales no tenemos).
Casi el 80% de las comunidades damnificadas optan por esto último: líderes anónimos, vulnerables en su pasado y presente, pero creyentes religiosamente en la transformación social, lo que implica la necesidad de construir un futuro distinto, dejando atrás el padecimiento.
Tuve la oportunidad de compartir en diversas ocasiones con vecinas de un campamento de Lebu, donde conviven damnificados y pobladores de una toma de 1987. Para llegar a él, hay que bajar desde la carretera aproximadamente un kilómetro de cuesta no pavimentada. Como el bus Municipal no baja esa cuesta, pude observar como una mujer de avanzada edad con muletas tuvo que avanzar con calambres en las piernas, todo para reunirse con sus colegas en miras de una reconstrucción justa. Ella padece una enfermedad, pero no vulnerabilidad.
Todo nos dice que hay diversos anónimos y otros no tanto que están cansados de padecer, por eso le doy las gracias al 27F.
Comentarios
27 de febrero
Interesante opinión. La organización de base, esa que trabaja en el marco de la horizontalidad, logrará siempre encontrar un frente de lucha frente a la injusticia de las realidades territoriales.
El terremoto demostró que nos podemos reconocer territorialmente, y desde allí dar la pelea por nuestra dignidad.
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