Ella es madre. Afortunadamente pudo serlo, porque quiso serlo. A pesar de las violaciones. A pesar de los golpes, la violencia. A pesar de la injusticia y el hambre. Eligió ser madre. Pero tarde y vieja, no cuando la habían violado y tenía tanto miedo de abortar que lo escondió hasta que casi ya no era posible. Lo hizo sola y se desmayó de dolor. Por suerte, vivió para contarlo. Pero no en ese momento en que cualquiera le habría dicho que fue su culpa. ¿A quién decirle? ¿A carabineros para que mil ojos examinen? ¿Para contar un relato incontables veces y ojos desconfiados miren con desdén?
Porque mujer y pobre. algo debe querer. No basta con el sufrimiento propio, la sociedad condena y el embarazo de una violación mata, no a todo tal vez, pero al menos a una buena parte del ser persona. Pero logró vivir. De buena o mala manera. A veces llora. No por el hijo que no fue. Llora por la injusticia de haber nacido mujer.Al final, la responsabilidad cae sobre nuestros hombros, como si un hijo se concibiera solo y nos quedamos con las culpas de nuestras decisiones, porque las culpas… las culpas son todas nuestras. Y si lo son, que también puedan serlo los derechos.
Una pareja que maltrata es invisibilizada, las relaciones sexuales forzadas en ese contexto se callan, no se dicen, no se hablan. Los golpes pueden ir y venir, ser físicos o psicológicos. Y el amigo de la familia que se aprovecha de las confianzas. Y el padre que golpea y la madre que calla. Y lo repetimos como un círculo que mantiene las estructuras. De pobreza, de machismo, de miedo.
Su cuñado la violó. Escondió todo lo que pudo su embarazo. Tuvo su parto. No quiso ver a su recién nacido después. Lo dará en adopción. No sabemos cuál será su destino, pero las probabilidades dicen que estará sólo y abandonado por suficiente tiempo para dejarle secuelas en su eventual vida adulta. Mientras ella fue torturada por un sistema que la obligaba a hacerse cargo de esa maternidad no consentida, no querida, con respuestas esperadas y responsabilidades no compartidas. Fue forzada a arrastrarse porque sí, porque una ley lo dice, porque es pobre y no tenía a quién acudir, porque estaba asustada, porque tenía culpa.
Se prostituye en la esquina para conseguir pasta base. Se embarazó, lo fue a botar un día en medio de sangre y fiebre. Con dolor y angustia, en medio de la crisis, una línea de humanidad la obligaba a llorar. Sola y abandonada. Sin derechos. Sin dignidad. Sin vida.
Hoy no se celebra, simplemente se respira un poco de alivio para avanzar hacia un mínimo de legalidad que permita en tres causales abortar bajo ciertas condiciones. Falta mucho aún y probablemente los grupos que, bajo la excusa de una cruz insisten en que criemos lo que sea como sea, sin tener el más mínimo interés en asegurar derechos de nada –ni educación ni salud ni vivienda ni agua- van a seguir insistiendo, agotando los límites de la legalidad y lo racional. Por una vida que ni respetan ni honran.
A pesar de eso, en todas esas circunstancias podemos escoger ser madres o no. Pero es el derecho a elegir lo que está en discusión. Un aborto no es una vía fácil, la maternidad tampoco.
Al final, la responsabilidad cae sobre nuestros hombros, como si un hijo se concibiera solo y nos quedamos con las culpas de nuestras decisiones, porque las culpas… las culpas son todas nuestras. Y si lo son, que también puedan serlo los derechos.
Comentarios
18 de marzo
Se agradecen estos espacios
Se agradece el hecho de compartir historias y vivencias. Crudo pero cierto
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20 de marzo
Gracias por tu columna. Fiel reflejo de una realidad desgarradora
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22 de marzo
Qué bien contado!.. Refleja la dura realidad de muchas mujeres.
Saludos Libe!
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