El conflicto estudiantil – nombre que es claramente insuficiente para designar un fenómeno cultural, social e histórico de dimensiones mucho más importantes – cumple cinco meses. Podría decirse que es un plazo bastante razonable para dar por terminada la etapa de exposición de ideas y se proceda a abrir la de las definiciones. Convengamos que uno y otro lado, en esto no han tenido un desempeño equivalente.
Por el lado del gobierno, una lamentable sucesión de “soluciones” que no merecen ni en el plano individual ni en su conjunto el nombre de tales. Nombres de fantasía, cifras flexibles y poco claras, políticas vagas y difusas, leyes que no se aplican y que se promete aplicar, ministros que se cambian de puesto como los jinetes del circo cambian cabalgaduras a pleno galope, anuncios sin plazo, diálogos que más parecen monólogos y una actitud constante de discursos amistosos que nadie cree. La experiencia de usar el podio de Naciones Unidas para alabar un “noble movimiento” de los estudiantes mientras ellos son apaleados en las calles de Santiago y fumigados generosamente con gases, es cercana a la esquizofrenia. Como lo es el espectáculo de un alcalde mesiánico que produce una manifestación de autoapoyo digna de García Márquez.
Por el lado de los estudiantes, en cambio, la ciudadanía ve a jóvenes comprometidos, inteligentes y preparados que invaden espacios que siempre eran coto privado de los políticos. Que con paciencia y discurso claro nos dicen que el problema de la educación es más que resolver dificultades de medios y financiamiento. Que los cambios necesarios abarcan aspectos que van más allá y se extienden al campo de la sociedad toda. Que hay que hablar de presupuestos, de política, de democracia, de Constitución. Dirán algunos que se han tomado atribuciones que no les competen. Rechazo de manera absoluta esa interpretación. Ellos son chilenos y mayores de edad, sí les compete todo lo que le compete a usted, lector, o a mí, que también lo somos. Invito a asumir a cada quien su propia responsabilidad en esa especie de modorra que nos abruma desde el derrumbe de la dictadura, ese soponcio, esa siesta estival a la sombra de un sauce en que todos, unos más que otros, caímos sin darnos cuenta. Esa que permitió que nos metieran las manos en el bolsillo y nos robaran, que hicieron de la educación un negociado, de la salud, una feria libre y de la previsión, una ruleta. Esa que nos hizo olvidar la necesidad de política sana y justa, participativa e informada y la hizo equivalente a la publicidad con que se promueve una marca de champú o de mayonesa, la que nos vendió la pomada de los cambios, la corrupción y la delincuencia. Para caer en el desgobierno y la anarquía que el 70% de los ciudadanos acusa en las encuestas y que contrasta con el 89% que apoya a nuestra juventud y comparte sus sueños y sus esperanzas.
Ahora, la etapa de presentación de razones y argumentos toca a su fin. Se inicia una mesa de diálogo que es nuestra última oportunidad. Si el gobierno insiste en la política del gatopardo – que todo cambie para que nada cambie – estamos fritos. El resto de este período presidencial estará perdido. Como lo estará si vuelve a los maquillajes, los parches y las remiendas improvisadas y se elude la responsabilidad de discutir en serio y a fondo nuestra problemática esencial.
A horas de que este diálogo se inicie, expreso mi ferviente deseo que éste sea, de verdad, fructífero. En la mesa, en los hechos, en las intenciones, las voluntades y en las conciencias más que en el discurso repetido y artificial que hemos oído tantas veces que ya, lamentablemente, recurrimos al recurso de presionar en el control remoto el botón que dice Mute.
Que, impactado por un rayo de sabiduría surgido del cosmos, el gobierno escuche a nuestros jóvenes que quieren intentar una vez más, explicar cuál es el Chile que ellos quieren, necesitan y exigen. Que nuestros niveles de equidad son definitivamente inaceptables y que hay que tomar medidas eficaces -¿ se acuerdan de esa palabra que sustentó toda una campaña? – para ponerle coto.
Eso significa, para un gobierno que, cuando se define, usa argumentos de derecha, una palabra muy usada y que ahora cobra todo su sentido: Cambio. Y eso es, a su vez fin al abuso del retail:¿Hay alguno de los ladrones que robaron a un millón de chilenos que haya estado un minuto preso? Fin al lucro ilegal en las universidades, que alcanza a altos funcionarios. Fin al binominal. Reforma tributaria. Término de la educación municipalizada. Reforma constitucional que regule los partidos políticos y las elecciones.
De acuerdo, todas estas medidas son de largo aliento, hay cosas que no se pueden cambiar de lunes a martes. Pero se necesita un itinerario, una hoja de ruta, una intención sincera, transparencia , la fijación de plazos, garantías explícitas.
De lo contrario, no quedará otro recurso que la democracia. En sus plazos y con sus propias herramientas. Inscribiéndose, tomándose los partidos como se ha tomado las calles, poniendo en primer plano las reformas nombradas, exigiendo a los políticos que sean capaces de sobrevivir a la experiencia que se comprometan, que despierten de la siesta, que se jueguen. Borrando del diccionario las palabras : “vamos a” para reemplazarlas por: “estamos en.”
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Foto: Rodrigo dizzlecciko / Licencia CC
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