El diccionario de la Real Academia Española de la lengua define ideología como un “conjunto de ideas fundamentales que caracteriza el pensamiento de una persona, colectividad o época, de un movimiento cultural, religioso o político, etc.”. Por su parte, a partir de una revisión somera de planteamientos que provienen de disciplinas tales como la ciencia política y de la sociología política, es posible rescatar otras características de este concepto, tales como que su construcción busca generar una explicación de la realidad, en cuanto a sus orígenes y efectos actuales y, además, los que se producirán en el futuro, teniendo en perspectiva un deseo o un objetivo último de escenario a lograr. Junto con ello, también se puede relevar que su influencia es capaz de enmarcar y dar sentido a la acción que realiza una persona en cualquier ámbito de su vida, buscando incluso influir a partir de ella en el pensamiento y en la acción de las demás.
Con base en lo anterior, resulta a lo menos extraño (por no decir molesto) el uso que pareciera que se le da a este término en el debate político actual. Ello por cuanto en la discusión política de hoy en día se escuchan mucho frases tales como “ese objetivo es puramente ideológico” o “esas medidas solo tienen fines ideológicos” o “solo para satisfacer intereses ideológicos”, lo que aparentemente pretende darle un carácter negativo al concepto, como si fuera algo malo o despreciable. Así, lo que está detrás de ese tipo de comentarios pareciera ser el que existen dos grandes tipos de argumentos y acciones de política pública: la primera de tipo “ideológico” basada, como su nombre lo dice, en un ideologismo puro y recalcitrante, que no tiene sustento técnico, sino que se fundamenta en el mero voluntarismo enceguecido de las personas que lo plantean. La segunda es la de tipo “realista” (por llamarla de alguna forma), la cual aparentemente tiene un sustento técnico de tal nivel que es irrebatible, que es una especie de verdad universal no tiene base ideológica, sino que proviene de la Biblia o del Corán, o bien, de los dioses del Olimpo o de los sacerdotes del Oráculo y que, por lo tanto, es lo que se debe hacer indiscutiblemente.Considero que es necesario transparentar las posiciones y reconocer los legítimos orígenes ideológicos de donde provienen y no darle en ningún caso una connotación negativa a eso (para ello considero que es bueno tener en cuenta que en el debate político no participan mensajeros de los dioses, sino que actores que tienen y que representan intereses).
En esa perspectiva, el menosprecio de las ideologías resulta injustificado y además, injusto, por cuanto detrás de ambos “tipos” de postulados e iniciativas existe un sustento ideológico, lo que a mi juicio es muy legítimo que así sea porque finalmente, y en una perspectiva más amplia, las acciones que todos realizamos tienen como objetivo último el alcanzar un ideal, el que en el caso de la acción pública dice relación con el bienestar de la sociedad. Esto hace que, al menos, ideologías que más suenan en nuestra vida cotidiana sean respetables y loables en sus fines “teóricos” (por cuanto, hasta lo que sé, ni ideologías como el neoliberalismo ni la socialdemocracia ni el comunismo tienen como fin último el que las personas sean infelices o que no se desarrollen o vivan en malas condiciones, ni nada por el estilo).
Por lo expuesto, considero que es necesario transparentar las posiciones y reconocer los legítimos orígenes ideológicos de donde provienen y no darle en ningún caso una connotación negativa a eso (para ello considero que es bueno tener en cuenta que en el debate político no participan mensajeros de los dioses, sino que actores que tienen y que representan intereses). Esto también es positivo para contribuir a sincerar el necesario debate que debe producirse en democracia en relación a los problemas que afectan a la población, a la forma en que deben ser abordados y a los desafíos que presenta el desarrollo del país de corto, mediano y largo plazo. Además, es de utilidad para que la ciudadanía esté mejor informada y más motivada para hacer parte del quehacer público con opiniones y argumentos más sólidos y no simplemente basados en el menosprecio liviano y ofensivo de las ideas, lo cual lamentablemente es algo cotidiano principalmente a través de las redes sociales.
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