Mi hijo adolescente ama a los gatos con infinita locura. Los gatos, la esgrima y los juegos en línea.
Agreguemos que es muy buen alumno. No es que ninguna de las asignaturas impartidas en su colegio le produzcan pasión especial. Estudia cada día y obtiene buenos resultados como condición sine qua non para efectuar libremente sus actividades favoritas: mantener su hogar para gatos desvalidos en el patio de nuestra casa, practicar esgrima a diario y viajar a campeonatos una vez al mes y jugar Minecraft y otros en línea con compañeros de estudio y deportivo.
El hogar para gatos desvalidos que en su momento de máxima capacidad ha llegado a albergar 11 mininos en situación de calle, funciona bastante bien con el trabajo que realiza mi hijo y su hermana mayor; se lo han tomado, por años, de modo serio.Si un joven y sus gatos tienen un comportamiento ejemplar, ¿es mucho pedir a nuestros Ministros, Honorables, Concejales, Ministros y asesores varios que hagan lo mismo? Si pecó, renuncie. Si no lo hizo, exija castidad y pureza a sus colegas. Citen al menos una vez al día a La Política de Aristóteles.
Una de las motivaciones de permitir la labor de mis hijos es que asuman con responsabilidad, amor y, por sobre todo con seriedad una labor no remunerada. Esto, pensaba, asegurará actitudes similares en su adultez.
En estos últimos tiempo, mi hijo ha estado algo dubitativo. Ve, lee y escucha que quizá todo podría ser distinto: pagos millonarios por asesorías verbales; el jefe político de La Moneda en sospechosa relación laboral con siniestro personaje; «raspados de olla» por 20 millones de pesos; Concejales y asesores emitiendo boletas de honorarios por servicios jamás realizados; opíparos y bien remunerados almuerzos de ex ministros; hijos malcriados que sin mayor mérito que ser hijo de su madre, accede a información privilegiada, especulando y lucrando con ella. Una clase completa incapaz de poner de manifiesto sus convicciones éticas.
Hace unos meses, la gata Tailet, dio a luz un hermoso gato de mirada distante y exigente. Lo llamamos «Seriedad»; el gato haciendo honor a su nombre se convirtió en modelo de lo que un gato de familia debe ser: limpio, obediente, cariñoso. Serio. Siempre correcto y acertado.
Si un joven y sus gatos tienen un comportamiento ejemplar, ¿es mucho pedir a nuestros Ministros, Honorables, Concejales, Ministros y asesores varios que hagan lo mismo? Si pecó, renuncie. Si no lo hizo, exija castidad y pureza a sus colegas. Citen al menos una vez al día a La Política de Aristóteles.
Es decir, haga como nuestro gato, sea un buen modelo: busque su arenita y no defeque fuera del tiesto.
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