Septiembre en Chile, siempre es una mezcla de reflexiones acerca de nuestra trágica historia política y una batería de celebraciones a lo largo y ancho del territorio, festines de distintos calibres y consumismo desenfrenado, auspiciados por el dinero de plástico.
Este año fue distinto. Fuimos azotados por un terremoto de esos que solo un territorio como el nuestro puede garantizar cada cierto tiempo, con un nivel de destrucción material importante, pero con un número reducido de víctimas fatales. Circunstancia que fue destacada incluso por entidades internacionales como el PNUD, y medios de prensa extranjeros.El mes de septiembre nos ha traído de vuelta la política verdadera, la de las soluciones concretas a problemas concretos, puestos en circunstancias extremas y dolorosas. Se ha brindado una nueva oportunidad al liderazgo presidencial, de marcar con claridad los énfasis de su programa.
De algún modo, la destrucción y el dolor ocasionado por este nuevo embate de la naturaleza cambiaron el foco de atención de la ciudadanía y se detuvo un espiral de violencia verbal que parecía escalar cada día, en los partidos de la derecha y en sus medios afines.
Recordemos que se desarrolló una verdadera campaña de desestabilización, en medio de la cual aparecieron unos muy “independientes y apolíticos” dueños de camiones, con amplia cobertura de prensa y televisión en horario prime, incluso con intervención del Cardenal Ezzati en su favor. De pronto se aparecían fantasmas del pasado, el lenguaje destemplado de algunos dirigentes de la derecha, y la acción irresponsable de medios de comunicación afines a la derecha, insinuaban serias enfermedades de la Presidenta, siempre a nivel de trascendidos y filtraciones y se decía que la mandataria se encontraría inhabilitada para terminar su período.
Pero la naturaleza habló e hizo callar el coro altisonante y majadero, y ahora las cosas parecen volver a su cauce natural. El gobierno liderado por la Presidenta continúa cumpliendo con la plataforma programática y se van consolidando una a una las reformas ofrecidas durante la campaña presidencial.
El impulso de reforma tributaria que recaude más sobre la base de una mayor cotización de los sectores de más altos ingresos; una reforma educacional que garantice acceso igualitario y gratuito, sin selección, a la educación pública y de una reforma laboral, en curso, que pondrá término al reemplazo de trabajadores en huelga y consagrará la titularidad sindical.
A su vez se puso fin al binominal y al financiamiento irregular de campañas políticas, sumado a una reforma y fortalecimiento del servicio electoral. Todavía pendiente está el inicio del proceso constituyente que brindará a Chile una nueva constitución nacida en democracia y generada a través de un procedimiento amplio, legítimo y participativo. El gobierno parece retomar el control de la agenda pública.
Sin embargo, la profundidad de las reformas iniciadas y el nivel de transformación social y política que ellas entrañan, requerirán mucho más que un gobierno de cuatro años. La consolidación de los cambios requiere tiempo, pero también el apoyo de una amplia base social y política. No basta solo con tener la mayoría parlamentaria requerida para aprobar los proyectos de ley, debemos zafar de la trampa que enfrentan los movimientos progresistas en el mundo, que es acometer programas o procesos de reformas, contando con mayorías circunstanciales y en muchos casos precarias. Las reformas deben realizarse en un proceso escalonado y progresivo de avances, que en su conjunto permitan concretar los aspectos centrales de la agenda progresista.
Para consolidar los cambios se requiere de una ciudadanía empoderada, movimientos sociales que vayan más allá de la coyuntura y que sean capaces de alzarse como interlocutores y como fiscalizadores permanentes de la acción pública. Y se requiere también un sistema de partidos políticos que dé cuenta de la diversidad y de la heterogeneidad de nuestra realidad política.
La gran medición, el gran diagnóstico de cómo va el país, será la elección municipal de 2016. Ninguna encuesta tiene valor frente a la opinión de las urnas. Si alguien en Chile alberga alguna duda acerca del camino, acerca del rumbo trazado por el gobierno, serán los electores quienes se pronunciarán.
Si el respaldo a la coalición de gobierno es claro y contundente, no quedará ninguna duda acerca del derrotero fijado por la conducción política de la Nueva Mayoría. Se requiere un veredicto claro e indubitado. Un empate no sirve para disipar las nebulosas sembradas por la propaganda de la derecha y sus medios.
De algún modo, el mes de septiembre nos ha traído de vuelta la política verdadera, la de las soluciones concretas a problemas concretos, puestos en circunstancias extremas y dolorosas, se ha brindado una nueva oportunidad al liderazgo presidencial, de marcar con claridad los énfasis de su programa. Asimismo, ha obligado a la derecha a detener su campaña de desprestigio y de ataques personales, viéndose forzada a dialogar frente a la iniciativa de un gobierno en la emergencia.
Octubre dirá si la oportuna y eficaz respuesta dada por la autoridad política frente al desastre natural, traerá consigo incrementos en la adhesión o simpatía con el gobierno.
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