Mientras la derecha se debate entre los coletazos de la encuesta, la centroizquierda tampoco está libre de problemas. Con las cifras exhibidas por la persona en referencia tácita – se ha hablado de mudez, de silencios – el foco pasa desde una estrategia de cómo conseguir votos a una más compleja: qué hacer con ellos. El desafío es enorme. Se encontrará frente a una tarea inmensa: administrar a una sociedad que se enfrenta a serios problemas y contradicciones.
Ha caído –con un pequeño retraso-el veredicto. Habló la madre de las encuestas, única sobreviviente, luego del tsunami de la elección municipal.
Y habló en lenguaje claro, asertivo, directo, inobjetable.
Por una parte obliga a la derecha a poner en escena un acto de malabarismo. A buscar explicaciones que rayan lo esotérico. A relativizar contra viento y marea. Sí, porque de una marea se trata. El alza de las preferencias políticas tras tres años de gobierno de derecha es inatajable como las aguas del océano.
Dirán algunos que las mareas son debidas a la atracción lunar, y de ahí a inferir que se trata de un fenómeno lunático hay poco trecho. Bueno, los argumentos son una mercadería siempre disponible en el mercado de la política y hay para todos los gustos.
Mientras la derecha se debate entre los coletazos de la encuesta, la centroizquierda tampoco está libre de problemas. Con las cifras exhibidas por la persona en referencia tácita – se ha hablado de mudez, de silencios – el foco pasa desde una estrategia de cómo conseguir votos a una más compleja: qué hacer con ellos. El desafío es enorme. Se encontrará frente a una tarea inmensa: administrar a una sociedad que se enfrenta a serios problemas y contradicciones.
El estado actual de cosas es producto de tres vectores:
La herencia maldita de la dictadura, plasmada en una constitución malévola que nos dejó atados de manos frente a una democracia restringida por el poder de las minorías.
La de una concertación que hizo y dejó de hacer, que pecó más de omisión que de acción, que se recordará más por la cantidad que por la calidad y profundidad de sus actos de gobierno. Que, llena de intenciones y bajo la imagen de un arcoíris convocante y pluralista, acometió una serie de reformas positivas, se preocupó de la gente y realizó obras concretas largamente esperadas. Pero fracasó en demoler las estructuras legales y pseudoconstitucionales que la dictadura dejó a última hora como represas sólidas e infranqueables.
Y, finalmente, el festival de errores, vacilaciones y desatinos que se acerca a su fin. Si algo quedará de este gobierno, será la imagen de romper el termómetro para controlar la fiebre, de dar marcha atrás, de explicar y explicar, de una excelencia tan soberbia como falsa. La comprensión de que las promesas tardaron apenas veinte días en transformarse en frustración.
Parece llegada la hora de dar vuelta la página. Parece cuerdo dejarse de especular con el resultado de las presidenciales y ocuparse con seriedad en el contenido que queremos darle a un futuro gobierno. Ponernos de acuerdo en la definición de los problemas, como en su posible solución. Demostrar en los hechos que se ha escuchado y entendido el mensaje de la juventud en la calle.
Y ser realistas. El progreso es tarea larga, mejor dicho, interminable. Nadie, ni el futuro gobierno tan fácil de adivinar, como cualquier otro que nos demos en el futuro, de nuestro agrado o no, puede solucionar en cuatro años los problemas que se arrastran al menos por cuarenta.
Lo que sí debemos exigirle es diseñar un programa coherente, fijar las prioridades, superar los obstáculos políticos, juntar voluntades y echar a andar.
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Fuente de fotografía
Comentarios
07 de enero
Muy bien dicho! completamente de acuerdo. Lo comparto.
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08 de enero
Gracias, Ceci,
un abrazo
Pedro