Se habla de la desaceleración económica como un terrible fantasma que nos sumirá en el desempleo y la pobreza, cuando en realidad lo único que nos está conduciendo en el mediano plazo hacia una crisis de proporciones es seguir fomentando un modelo exportador de rocas, palos y peces.
Ya nadie pone en duda que el acuerdo firmado en el Senado hace algunas semanas entre miembros de partidos de la Nueva Mayoría y la oposición para sacar adelante la Reforma Tributaria significó transar puntos que para el Gobierno eran parte del corazón de dicha Reforma y, por tanto, no eran, en un inicio, modificables en lo esencial.Sin embargo, y sin tanta sorpresa, nos enteramos de que con el nuevo proyecto se había desnaturalizado parte del espíritu del anterior, al dejar abiertos muchos flancos por donde puede seguir operando la elusión tributaria, gran objetivo a combatir en el proyecto original, además de otorgar garantías innecesarias a las grandes empresas, tales como la ampliación de la renta presunta en el caso del sector agrícola o la mantención del beneficio del IVA en el caso del sector de la construcción.
El Senador Carlos Montes, en una entrevista con El Mercurio, señaló que lo que hizo necesario el protocolo de acuerdo fue la desaceleración económica. Efectivamente los indicadores de la actividad económica están acusando una desaceleración, reflejada en una caída del consumo y la inversión que aun no da muestras de querer detenerse, lo cual obligó al Banco Central a intervenir la Tasa de Política Monetaria reduciéndola a un 3,5 %.
La incertidumbre creada por el rápido avance por parte del Gobierno en el envío de los proyectos de transformaciones comprometidos en el programa probablemente generó ciertas repercusiones en la economía local. Tampoco es de extrañar que el impacto se hiciera sentir si consideramos que los principales afectados por la Reforma Tributaria son quienes pertenecen al 1 % poseedor del 31 % de la riqueza nacional y en cuyas manos se encuentran las riendas de la economía de nuestro país.
Lamentablemente esta vez se han impuesto quienes han operado a través del chantaje del decrecimiento económico, amparándose en el poder real que les otorga la abrumadora concentración del poder político, económico y mediático. La incertidumbre del mercado es coyuntural, en cambio la incertidumbre de la gran mayoría de la gente sobre su capacidad para cubrir diariamente sus necesidades básicas representa un serio problema para el desarrollo del país. Se habla de la desaceleración económica como un terrible fantasma que nos sumirá en el desempleo y la pobreza, cuando en realidad lo único que nos está conduciendo en el mediano plazo hacia una crisis de proporciones es seguir fomentando un modelo exportador de rocas, palos y peces, sustentado en bajos salarios, precariedad laboral y una institucionalidad que limita el poder de los trabajadores para negociar mejoras en las condiciones en que desempeñan su trabajo, la auténtica fuente de creación de la riqueza.
Lo señalado por el Senador Montes como el motivo por el cual se firmó el acuerdo es sintomático y da cuenta de la enquistada visión economicista, propia del consenso neoliberal, que ha primado en Chile durante décadas al momento de plantear las políticas públicas, donde todo es posible solo en la medida en que no se afecte el sacrosanto crecimiento económico. Por ello, nunca es tiempo de emprender reformas estructurales que busquen mayor igualdad, ya sea porque éstas amenazan con frenar el crecimiento en épocas de prosperidad o bien porque se profundizarían los problemas cuando el ciclo económico está a la baja.
Es momento de que todos aquellos que estén comprometidos con las transformaciones por años esperadas y necesarias para hacer de Chile un país más justo y menos desigual, emprendan decididamente el camino de los cambios, sin temor a las deplorables campañas del terror levantadas por quienes gozan de sendos privilegios garantizados por un orden institucional caduco y seriamente cuestionado por la gran mayoría del país.
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