No pretendo negar que existen muchos grupos que ejercen el lobby de manera errónea, presionando indebidamente a los parlamentarios. Lo vemos diariamente por los pasillos del Congreso, pero es por esta misma razón que debemos retomar cuanto antes la tramitación de la Ley de Lobby, para que esta actividad se descubra de ese manto de duda y cuestionamiento en el cual funciona.
Si algo nos dejó la recién aprobada Ley del Tabaco, además de la necesaria restricción de los sitios para fumadores, es el debate sobre la (falta) de regulación del lobby en nuestro país.
Las acusaciones (un tanto irresponsables) hechas por el Ministro de Salud, quien afirmó que quienes se oponían a esta iniciativa habían sido objeto del intenso lobby de las tabacaleras, o la afirmación de un par de colegas que dicen haber recibido “cuestionables” llamados por el tema, abrieron una gran puerta a la discusión de cómo se regula y norma una actividad como el lobby.
Ya sabemos que la sola palabra genera desconfianzas y se asocia a una actividad desconocida y en las sombras, pero que dista del objetivo principal de esta actividad, que es exponer los puntos de vista de un determinado sector, entregando argumentos y visiones del tema.
Sí, es verdad que existen presiones indebidas de ciertos grupos (económicos sobre todo), pero también es cierto que el lobby no sólo se ejerce desde “los malos” y desde los grandes conglomerados, sino que grupos minoritarios, gremios de trabajadores y ONGs, entre otros, también ejercen ese derecho en nuestro parlamento; que lejos de implicar una acción cuestionable, responde a la necesidad de que esta práctica se dé para lograr un mejor escenario de lo que se quiere legislar, escuchando la mayor cantidad de puntos de vista y visiones que existan.
Personalmente, no he recibido llamados ni correos, sólo peticiones de audiencia para tratar distintos temas, a los que he accedido de manera transparente y pública, reuniéndome en el Congreso mismo, a vista y paciencia de colegas, periodistas y funcionarios. Porque creo que el sólo hecho de escuchar una postura, venga de donde venga, no implica una mal ejercicio, sino todo lo contrario, es una obligación de cada parlamentario, para que luego podamos tener un voto informado y que considere las distintas aristas.
Con esto, no pretendo negar que existan muchos grupos que ejercen el lobby de manera errónea, presionando indebidamente a los parlamentarios. Lo vemos diariamente por los pasillos del Congreso, pero es por esta misma razón que debemos retomar cuanto antes la tramitación de la Ley de lobby, para que esta actividad se descubra de ese manto de duda y cuestionamiento en el cual funciona.
Teniendo una legislación adecuada podríamos saber quiénes son las personas, organizaciones y empresas que se dedican al lobby; bajo qué circunstancias se permite esta actividad, cuánto es el porcentaje que gastan las empresas en este ítem y un sin número de datos que harían mucho más transparente el proceso.
Son muchos los expertos que afirman que teniendo una buena regulación del lobby, se contribuye a mejorar nuestra democracia, se transparenta de mejor manera el proceso legislativo y evitamos que surjan esos llamados casi clandestinos, que con una buena ley, quedarían en total descrédito.
Si como parlamento y clase política nos comprometemos a avanzar en su tramitación y aprobar una regulación clara y que no dé espacios a dudas, creo que todos estos conflictos que surgen cada cierto tiempo no existirían, y que si algún grupo o sector pretendiera seguir presionando indebidamente, habría una norma que lo castigue. Hasta que eso no ocurra, tendremos que seguir cargando con la duda sobre nuestro desempeño, con la idea de que somos corruptibles y que se nos paga por votar de una otra forma. Por eso quiero una ley de lobby, y ¿tú?
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