El sistema político apenas está digiriendo las demandas de transformación que la sociedad ha venido construyendo hace varios años, aún a pesar de los problemas de nuestra democracia pesada e inmovilizadora. La clave ahora será seguir reactivando el tejido social que quedó roto tras la Dictadura, y revertir la concepción de lo político como algo dañino, para que vuelva a renacer el interés por lo público.
Una de las ideas centrales que Fernando Atria describe en su libro “La Constitución Tramposa” es que el sistema político adoptado después de la dictadura de Pinochet busca contener y neutralizar la agencia política del pueblo.
Este efecto no solo se logró a través de un diseño legal, sino también insertando ciertas ideas en nuestra cultura que la despolitizó, satanizando lo político hasta el punto en que la palabra se transformó en una “mala palabra”, una descalificación.
Aún en nuestros días el que levanta la cabeza, alza la voz, dirige y organiza, es mirado con desconfianza. El dirigente sindical es una molestia para la empresa, un agitador, una persona non grata; y entre sus compañeros genera desconfianza, es un vendido que trabaja para sí mismo. En los colegios y universidades los dirigentes estudiantiles son vistos como agitadores que se movilizan para perder clases en lugar de estudiar y “comunachos”.
Este modelo permitió la inmovilización, ya que por muchos años la política fue monopolio de algunos pocos profesionales de lo público, totalmente desconectados de la ciudadanía, no solo por falta de voluntad, sino también porque el pueblo carecía de organización y voces claras. Así fue que pasaron años gestionando las demandas “en la medida de lo posible”, administrando los lastres de la dictadura.
A pesar de que algunos de esos anclajes cayeron con el tiempo, una forma de hacer política quedó estancada: la “democracia de los acuerdos”, que se tejía incluso respecto a una minoría conservadora que no quería acuerdos, hizo que la voluntad transformadora pasara a segundo plano. La Concertación renunció a hacer grandes cambios al modelo un poco atrapada en este contexto, pero también por la comodidad que les iba ofreciendo este Chile de pomposo desempeño macroeconómico, lleno de halagos internacionales.
Varias urgencias quedaron, sencillamente, en carpeta. Entre ellas, por cierto, la necesidad de hacer modificaciones profundas al Código del Trabajo, que restringe al máximo el actuar colectivo de los trabajadores pese a que en algún momento la Concertación tuvo los votos para hacer los cambios. La Educación corrió una suerte similar a pesar de los persistentes esfuerzos de los estudiantes. La estructura tributaria, la Constitución, el sistema de pensiones. Hacer otra vez aquí esa lista no tiene sentido.
El gran quiebre, al menos respecto de lo que era «tolerable», lo marcaron precisamente los estudiantes. El Movimiento Estudiantil se preguntó por lo público y por el bien común, y decidió influir para cambiar las cosas. Rápidamente algunos bloques de la muralla empezaron a moverse. A través de los medios de comunicación y con todos los medios que pudieron disponer, los estudiantes lograron finalmente instalar en la mente de las personas cuatro palabras que significaron toda una revolución: “Educación Pública, Gratuita y de Calidad”.
Fue así como cuatro palabras pasaron de ser solo pronunciadas por ellos, a ser parte del discurso político de la gran mayoría de los candidatos presidenciales de la última elección, y parte importante del programa de la actual Presidenta. Pero el tema, más que lo que se ha alcanzado, es cuánto paño queda por cortar.
El sistema político apenas está digiriendo las demandas de transformación que la sociedad ha venido construyendo hace varios años, aún a pesar de los problemas de nuestra democracia pesada e inmovilizadora. La clave ahora será seguir reactivando el tejido social que quedó roto tras la dictadura, y revertir la concepción de lo político como algo dañino, para que vuelva a renacer el interés por lo público.
La movilización social ha probado ser un agente poderoso en instalar agendas y generar conciencia de las necesidades. Desde Revolución Democrática creemos que una nueva alternativa política tiene que hacerse cargo de la re-agrupación y organización del pueblo, permitiendo una mayor injerencia de las personas comunes y corrientes en las grandes decisiones del país, y generando unidad desde la comunión de ideas. Así lo hemos hecho ya con varias experiencias: a través de nuestro Frente de Género, posicionando el debate sobre una ley de cuotas que incentive una mayor participación de la mujer en política; o con nuestro Frente Estudiantil, a través Federaciones de Estudiantes en diversas universidades y liderando la Coordinadora Nacional de Estudiantes Secundarios con una fuerte vocería.
Entre estas experiencias, hay algunas muy significativas también que nacen desde el Frente de Trabajadores, como la creación un hito político de reivindicación de la dirigencia social: el «Día de la Dignidad Sindical», en el que un mes antes del 1º de mayo, a través de un comunicado y un acto público contra Starbucks -empresa campeona en prácticas antisindicales- los trabajadores y trabajadoras de más de 20 organizaciones, líderes de organizaciones sociales, dirigentes de la multinacional y los diputados Giorgio Jackson y Gabriel Boric; mostraron su solidaridad para empujar una causa.
De alguna forma, la movilización social, los movimientos sociales que se han elevado como agentes poderosos en la tarea de instalar agendas, deben tener en su centro a la clase trabajadora. La “nueva clase trabajadora”, si se la puede llamar de esta manera, no es otra que esa gran clase media que hoy está liderando este despertar social que ha puesto el sentido común en la discusión. Los padres que tienen a sus hijos atrapados en esa educación injusta. Esa gran clase media “hija” del actual modelo, que vive atrapada en él, y que son al final los trabajadores y trabajadoras del país.
Si queremos llegar a las mayorías, debemos apuntar a esa gran clase trabajadora. Es en la conquista del mundo del trabajo donde se recorre nuestro camino hacia esas mayorías.
Si hasta ahora parte de nuestro exitoso camino ha sido el tiempo y esfuerzo invertido en generar un cuerpo de ideas, de propuestas que respondan a los problemas de nuestra sociedad; el desafío ahora es ser capaces de generar las estructuras para que esas grandes mayorías puedan participar en la generación de estas ideas, articulando la manifestación, la participación, la reflexión y la propuesta. Y en esa lucha, es clave que podamos revalorizar también la sindicalización, seguir contribuyendo a su fortalecimiento, para lograr la repolitización de esos trabajadores, de esa mayoría, y que se haga más sólido nuestro encuentro con ella.
Comentarios
19 de junio
Hay otra clase que necesita mayor atención; no son aquellos que viven en Ñuñoa, Santiago, Providencia o en sectores privilegiados de comunas populares; son los que viven en las poblaciones periféricas, donde habita una juventud atrapada por el alcohol, las drogas, la sexualidad precoz, la desesperanza. Estos se manifiestan políticamente, a lo sumo, como encapuchados, fuente creciente de delincuencia juvenil. No son cientos; son miles de jóvenes; esto es ahora el pueblo; consumido y sojuzgado por un sistema que le ha dado todo, o casi todo, materialmente hablando, pero que los ha hecho prisioneros de una forma de vida en la cual ellos están en el último escalón. Lean en http://www.luisavalos.cl. Consulten mi libro «La gran crisis Social del 2029» o pídanme documentos con mis ideas a propuestaeducacional»@gmail.com
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