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¿Qué pierde el PC entrando al gobierno?

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La historia del PC en el gobierno es a lo menos trágica. Llevados con violencia a la clandestinidad en 3 momentos cruciales de su historia, el comunismo tuvo que inocular y ramificar su mente y alma en otras formas de organización política, distintas y distantes del institucional partido político. 

En términos simples, la política consiste en llegar al poder. La caricatura es simple, también se dirá, pero en este caso sumamente útil. La lucha por hacerse del poder, o la inagotable aspiración por gobernar y no ser solamente gobernado, constituye el sustrato básico o al menos connatural de toda acción política. De buena fe, movimientos, ideologías y, por supuesto, partidos políticos comparten esta premisa. La práctica es concluyente en esto, aunque siempre queda la posibilidad de matizar en la teoría. Usted decide.

Como se quiera, sí es claro que la sola remota posibilidad de gobernar se torna irresistible para cualquier partido político;  más aún cuando el proyecto ha nacido de las propias entrañas. No importa que sea un engendro sin pies ni brazos, pero un engendro propio a fin de cuentas siempre será bienvenido y amado. Siempre (pero siempre) estarán las corbatas de seda listas, y los zapatos bien lustrados, para entrar en La Moneda. Y ojalá quedarse por un buen tiempo.

Pues bien, la unanimidad con que el comité central del PC decidió abrirse a formar parte del nuevo gobierno de la electa Bachelet, responde a esta premisa inagotable, que como eterno actor político, envenena, drena y purifica la sangre y el alma comunista cada cierto tiempo en la historia chilena. El PC siempre ha buscado el poder, o el poder lo ha buscado a él por destino. Sin duda, la relación del comunismo chileno y el “gobernar” es de amor y odio. Piénsese que si el “Gobernar” es ya un verbo complejo de conjugar para un partido político de tradición oligárquica-institucional, para los hijos de la ortodoxia marxista es y ha sido siempre de naturaleza épica, de enorme cercanía con la novela.

El PC, a lo largo de su difícil longevidad, formó y vivió la pasión y muerte de dos grandes proyectos políticos en el siglo XX. Movimientos y alianzas populares, que llevaron a los suyos al gobierno y a los ministerios. Complejos pactos y asociaciones, nacidas del clamor de la ideología “pura” (aún no vencida por el paso del tiempo) y anhelos radicales de justicia social, que corrían como sudor por la frente de los explotados y sus dirigentes.

De esta forma, el Frente Popular, en el recordado año 38, fue el momento para el PC de unirse a la pseudo oligarquía de la época (Radicales), y conformar un bloque político popular que enfrentase a la derecha de Alessandri y su “delfín”, en una reñida lucha electoral. Una legítima y esperable aspiración para un partido nacido en el barro y en la picota del cobre y salitre de sol a sol. Sin embargo, el destino le presentó un dilema fatal al comunista, uno del que no podía escapar, y aquel, ante la huelga y el abuso, prefirió al trabajador por sobre el oligarca. La vieja dicotomía entre institucionalidad e insurrección, que tanto ha perseguido a sus intelectuales y dirigentes. El hecho, le costó la vida y el poder al PC, y sus incondicionales, ante tal vil “traición”, pasaron a la ilegalidad más humillante. Satanizados y perseguidos como escorias, se forjaron en la clandestinidad por 10 largos años. Allí se formó al comunista como prohombre, y se robotizó su conocida disciplina y carácter. Es simple: no había otra manera para él de sobrevivir.

La segunda experiencia fue, en cambio, una verdadera y poderosa utopía. Aquella esperanza cuasi irracional que se encontraba escrita en los textos de cabecera, y que sólo se podía materializar ocupando el primerísimo lugar en el gobierno, es decir, haciéndose totalmente del poder. Y así ocurrió. Primero, el atisbo de un incipiente FRAP, luego, la Unidad Popular. Ésta última colocó finalmente a un marxista en la presidencia, y ocupando la tan denostada democracia, llevó al gobierno un inédito programa revolucionario de transformación social. El escenario posterior de la historia es tan complejo como conocido: Un golpe de Estado llevó a la clandestinidad nuevamente al “compañero”, sin embargo, ahora con muerte, tortura y desapariciones forzadas a niveles extremos.

Como se puede ver, la historia del PC en el gobierno es a lo menos trágica. Llevados con violencia a la clandestinidad en 3 momentos cruciales de su historia, el comunismo tuvo que inocular y ramificar su mente y alma en otras formas de organización política, distintas y distantes del institucional partido político. Así, para evitar la extinción, el PC se refugió en la voz de los sindicatos, o se diluyó en el petitorio de algún movimiento u organización social. Otras veces, apareció en banderas, cánticos, y escritos de protestas juveniles. Sólo en la clandestinidad, el PC pudo formar con hierro una estructura ideológico-política que defendió, mantuvo, y no perdió nunca.

El “poder” que le fue tan efímero al amparo de la institucionalidad clásica, se erigió como una poderosa fuerza política en la calle y los sindicatos. En la marginalidad, el PC aprehendió en la práctica todas aquellas facultades que tanto teorizaban sus militantes en asambleas y comités, pero que fueron hasta entonces solo atisbos, acallados con fuerza por el gobierno central. La calle enseñó a los comunistas a sentir, escuchar  y movilizar con precisión y audacia. Por fin disciplinarse, so pena de desaparecer o dispersarse en el olvido.

Con el tiempo, el PC se hizo de un poder mucho más dinámico y pragmático del que alguna vez tuvo, lejos de la cómoda inmovilidad que provoca en los partidos políticos la estabilidad en el poder. Y esta fuerza sí es de la esencia del comunismo, siempre ligada a su historia no sólo en Chile, sino en el mundo entero. Es que la eterna lucha entre lo institucional y lo marginal, que divide tanto a comunistas, fue resuelta en Chile por las circunstancias de la historia.  El propio devenir de los hechos zanjó esta disputa, y puso al PC en las antípodas de la institucionalidad y el “status quo” oligárquico. El PC, por cosas del destino, se hizo señor y amo de un poder enorme y silencioso: una verdadera potestad de masas.

Así, es en esta taladrada historia donde podemos encontrar con bastante claridad el “por qué” del partido para negarse a formar parte de los gobiernos de la Concertación en los 90’s. Lo mismo, incluso, en los gobiernos socialistas de Lagos y Bachelet.  La explicación sólo puede ser una: el PC abandonó materialmente la vieja aspiración de ser gobierno. Ya “gobernar” no era su motivo. Por el contrario, había encontrado un enorme vacío en las masas populares, que con sabiduría logró llenar y consolidar en el tiempo. Un gran poder extra institucional que no estaba dispuesto a sacrificar por un ministerio o una subsecretaría.

Sin embargo, la política es compleja y, a veces, da para cambios radicales en cuestión de unos pocos años o meses. Y esto ocurrió con el PC.

Desde que lograron entrar en el Parlamento el 2009, luego de 37 años fuera, el comité central y las bases del partido comenzaron una revancha por lo “institucional”.  Entraron en el debate público y en los programas de televisión. Sólo así se descubrió la “patrulla juvenil” de Camila Vallejo y Cía. Luego, con las movilizaciones estudiantiles lo que fue una pequeña chispa, se transformó en un voraz incendio. En cuestión de un par de años, el obtuso PC volvía a la carrera en gloria y majestad.

Con la nueva elección presidencial, no hubo que esperar mucho para que el PC se sumara a la enorme “Nueva Mayoría”. El PC le fue sumamente útil a Bachelet, y ésta, por supuesto, a ellos. El comunista pasó a ser la “vedette” del nuevo elector, cansado y maniatado por el fatigoso discurso de los partidos tradicionales. Se ganó la elección, y por mucho.

Ante la decisión del PC de integrar el nuevo gobierno, la pregunta cae de cajón: ¿Qué gana el PC? La respuesta parece obvia: el poder. Sin embargo, no parece tan fácil. El poder del PC es uno mucho más complejo y marginal, marcado y cercenado por su propia historia. Ya lo hemos conceptualizado. Entonces, La pregunta correcta, me parece a mí, es otra: ¿Qué pierde el PC entrando al gobierno? Y sólo entonces la respuesta me parece bastante clara: Mucho, o incluso, todo.  Porque las enormes e inabarcables expectativas que la Nueva Mayoría ha generado en la población, exigen un compromiso de vida o muerte.

Esto seguramente está en las mentes de los directivos del PC. Sin embargo, ¿estarán dispuestos a sacrificar toda una vida de lucha y de consecuencia, un “poder” que tuvieron que arrebatarle al oscuro destino, por una tercera experiencia de “gobernar”? Enorme dilema, con un futuro repetidamente incierto. Incertidumbre aún mayor que en las experiencias pasadas, pues ésto ya no es la guerra fría, y un nuevo fracaso podría significar ahora, para el PC, la definitiva metástasis.

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Comentarios

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Jose Luis Silva

28 de diciembre

A mi me parece un avance. El PC acepta, reconoce y participa del sistema y todos saben que lo hace con el propósito de cambiarlo.

Dejar o alternar el poder de la calle por un lado y por otro tener participación en el poder institucional le suma influencia en las desiciones nacionales, no le resta.

Quedarse en la calle es una postura bulliciosa pero a la larga tan esteril que vaticinaba la extinción.

Saludos

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