En mis anteriores posteos he insistido en la necesidad del cambio de cultura de liderazgo político. En síntesis, el cambio en los partidos de centro izquierda no va a venir de debatir ideas, programas ni proyectos, sino que de cambiar el estilo de relación entre los líderes y especialmente con los ciudadanos. De hecho, dadas las políticas anunciadas por el gobierno, será más complicado mostrar diferencias claras, si la intención es no ceder al populismo. No es que las ideas den lo mismo (las intenciones cuentan finalmente), pero no bastan en la era de las imágenes y las redes.
Antes también he insistido de la urgencia de incorporar tecnologías de redes sociales o web 2.0 como cambio de relación con los ciudadanos y señal de no ser tan arcaicos. Aquí cabe el punto sobre qué significa cambiar la cultura política. Las tecnologías ayudan a este cambio, al producir más comunicación con los ciudadanos, cercanía, transparencia, vínculos, al humanizar rostros mediáticos. Pero especialmente abren la posibilidad de innovaciones sociales que promuevan la participación de los ciudadanos en la invención y gestión del futuro del país.
La tecnología no basta. Las tecnologías también deben ser ayudadas. Es efectivo que obligan a un cambio cultural; por lo mismo habrá muchos liderazgos reticentes a incorporarlas, por temores producto de sus actuales percepciones. Es decir, no es un asunto de tecnologías, de herramientas, porque ellas están disponibles gratis y de fácil uso hace bastante tiempo.
Hay dos tipos de fantasmas en relación con cambio de cultura y las tecnologías que aún hay que espantar en la mayoría de los liderazgos políticos. Primero: que las tecnologías son caras y difíciles de utilizar, y segundo, que haya un desborde de demandas ciudadanas que luego no puedan responder. En ambos casos, finalmente se trata de un reflejo atávico por el control: controlar las tecnologías y controlar a los ciudadanos.
La buena noticia es que basta acercarse muy poco a las tecnologías para descubrir que son “amigables” y hasta divertidas, pero especialmente que en las dinámicas sociales masivas en internet predominan por lejos las conductas de colaboración, responsabilidad y confianza, en la medida en que los liderazgos se muestren del mismo modo.
Por lo mismo, cuando hablamos de cambio de cultura de liderazgo político, nos referimos especialmente a las prácticas, a las disposiciones emocionales, a las creencias de cómo se debe ejercer el poder.
Por ejemplo, ya no queda tiempo para pensar mucho antes de pronunciarse en público, y esto es una habilidad más emocional que conceptual. No es que se necesite más tiempo para reunir información: se trata de asumir que siempre se toman decisiones con información incompleta.
Al mismo tiempo, los ciudadanos ya no toleran el secretismo de las decisiones, la gestión de recursos, los acuerdos cupulares, los proyectos que afectan la vida de las personas o las evaluaciones de desempeño de los actores políticos. Hay una exigencia de transparencia y de participación que los políticos tradicionales (viejos y jóvenes) deberán aprender a acoger.
Así como en los 90, al recuperar la democracia, entre las habilidades más apreciadas de los políticos estaba su manejo ante las cámaras, hoy será la inmediatez en la interacción cara a cara con miles de ciudadanos en la web. En este sentido, la TV todavía era 1.0; el político hablaba y los ciudadanos evaluaban. Ahora, en la era 2.0, la exigencia es conversar en directo y en público (y cada vez lo será más), responder preguntas en directo, exponerse a críticas de lectores en los blogs, conducir “convenciones”, “juntas” y “comités centrales” virtuales con miles de ciudadanos opinando, criticando y proponiendo.
Desarrollar nuevas competencias relacionales y emocionales (uf!)
Dejando lo técnico que es trivial (por fácil y barato), lo relevante será desarrollar habilidades comunicativas y relacionales nuevas, que abundan en el mundo de los jóvenes llamados “nativos digitales” (de 15 a 30 años). Se trata en gran medida de nuevas disposiciones emocionales, de una actitud nueva, hasta de una postura corporal que muestre apertura, confianza y flexibilidad.
Se trata de establecer los proyectos futuros como conversaciones abiertas, que se van cocinando en público (crowdsourcing), de establecer procesos de evaluación pública, formales e informales, y espacios de reflexión. En fin, el lugar de decisión, la cocina, debe dejar de ser exclusivamente el secreto de los políticos, el comedor de algún parlamentario o la oficina privada de algún líder. El papel de los periodistas tradicionales y sus comunicados de prensa será, por lo menos, insuficiente.
Por eso, más que técnico o de ideas, el cambio cultural es un cambio emocional, de relaciones y de inspiración. Emocional, porque deberán tener la fortaleza para conversar sin pauta, conducir pero no imponer, acoger pero no manipular, todas fuentes de incertidumbre ante la perdida de control del proceso. De relaciones, porque la transparencia es el principal rasgo de la política que exigen los ciudadanos, paso cero de una mínima credibilidad. Pero también se exige la horizontalidad en la creación, gestión y evaluación de las políticas públicas, en el centro la confianza. Y de inspiración, porque también debe cambiar el hábito del líder que todo lo sabe, que da respuestas, que controla, que esconde o manipula (con buenas o malas intenciones), que no se inmuta o enardece ante las masas, como único repertorio emocional.
Soy consciente que puede sonar ingenuo, pero una vez más hay que plantearse el horizonte ambicioso y luego avanzar en la medida de lo posible. Lo que no se puede hacer es desconocer estos desafíos, si la intención es renovar la política de centro izquierda para recuperar la confianza, el encanto y los votos de los ciudadanos.
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