El presidente Piñera ha vuelto a tener otra desafortunada acción pública, en la entrevista que le hiciera en México un periodista de la BBC.
El Presidente, olvidándosele lo que es la dignidad de cargo y las exigencias que éste tiene ante la prensa nacional e internacional, decidió –con intervención de su Secretaria de Prensa, quién el columnista de El Mercurio, Gonzalo Rojas, bien la timbró de “cancerbera”- terminar abruptamente la entrevista, cuando el periodista le pidió su opinión respecto del homenaje que recientemente se le rindiera al dictador Augusto Pinochet U.
Esta inapropiada e intempestiva reacción, daña no sólo su imagen, si no la de un país, además. Un presidente, que se auto define democrático, que es presidente de un sistema político democrático y elegido democráticamente, no puede escabullir una pregunta de esa magnitud. No debiera incomodarle, ni molestarle, ni inquietarle, dicha pregunta. Es más, debiera tener una claridad conceptual y política respecto de lo que significa y es un dictador en cualquier país del mundo, y por tanto, preguntas de esta envergadura, debieran ser oportunidades para educar y emitir claridades a la sociedad civil respecto de lo indeseado que son los regímenes dictatoriales.
El mero acto de haber enfrentado una pregunta de este calibre, aunque la respuesta pudo haber sido no la más políticamente correcta o la más aceptada por nosotros -los demócratas-, ya de por sí hace una defensa de una sociedad democrática, porque quiere decir que él no tiene ligaduras ni confusiones políticas, ni conceptuales respecto de lo que es una sociedad libre y democrática respecto de un régimen dictatorial y genocida.
El presidente Piñera, con esta fea actitud (porque no se puede calificar de otro modo), confirma que por un lado no tiene entereza de político para enfrentar preguntas de cualquier índole, y por otro lado, al rehuirla, confirma su atadura ideológica a una derecha militarista.
También esta reacción, confirma que un presidente demasiado ligado a intereses y grupos económicos, estará siempre atado a los poderes fácticos, y por qué no decirlo de una manera pedestre: atado a su grupo de amigos o a relaciones sociales de clase, lo cual lo mantiene cuasi amordazado frente a temas como éste.
Piñera no debe olvidar que cuando alguien asume como Presidente de la República, tiene un rol supra nacional y tiene que tener en primer lugar un compromiso con un sentido de unidad y mostrar una actitud respetuosa, caballerosa, digna y de arrojo para enfrentar cualquier pregunta.
Y ante una pregunta impertinente (que no era el caso), también saber cómo contener con inteligencia y prestancia a cualquier periodista; y ponerlo en su lugar, sin caer en la cuasi matonesca actitud, de censurar, tapar y desconectarle la cámara al periodista, a cómo lo hizo su grupo asesor.
Piñera hace rato que da muestras de algo de lo que nunca dudé (lo constatan artículos míos escritos antes de que fuera elegido): que él nunca ha sido político. Piñera es un individuo demasiado ególatra, demasiado personalista, poco culto, un empoderado que llegó a La Moneda a completar un currículum personal, para presentarlo no sé dónde.
Este impasse, que ya no sorprende a nadie, constata una vez más que el puesto le ha quedado demasiado grande.
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