La posverdad, o clara estupidez a estas alturas -como lo han dicho muchos quienes no creen en tal concepto-, de Piñera plantea un escenario complicado, por lo menos en lo que a discurso, retórica o debate nacional se refiere; que, a todas luces, no debe ser simplificado o tratado con levedad (algo bastante difícil de entender para la jerarquía política contemporánea).
Por la mañana del 4 de diciembre, Sebastián Piñera planteó en una radio la existencia de un fraude electoral en la primera vuelta, a manos de Alejandro Guillier y Beatriz Sánchez, donde responsabilizó, nada más ni nada menos, que a los vocales de mesa; de la misma manera, un día antes sus representantes y/o voceros, habían esbozado dicha idea en «Estado Nacional» (TVN). El hecho, supuestamente, rondaba en que los votos venían marcados ya con esas dos opciones, y que muchos vocales de mesa y apoderados fueron cómplices de esta triquiñuela.
Dicha aseveración constituye la cúspide del fenómeno de la posverdad en Chile, género que se viene homologando no hace mucho desde el extranjero (que, en todo caso, no es abismalmente distinta a la acostumbrada mentira de campaña o manipulación mediática). Como no es muy difícil presumir, para quien la objetividad no es una tranca, la problemática de esta paranoia pública no es el identificarla como tal (sus efectos claros en la sociedad, que ya no consisten, como antes, en negar los hechos, sino en reinterpretarlos a conveniencia, en la mayoría de los casos acorde a cierto tipo de pensamiento conservador preconcebido que, sin ese recurso, ya no tiene como anclarse a la realidad), sino como tratarla y enfrentarla, reduciendo al máximo sus efectos colaterales, de influencia, en la población.
Sería bastante paradójico, luego de todo esto, que la posverdad más grande actualmente sea la mismísima elección, y su supuesto origen («está pasando lo mismo que en España, Grecia y Portugal»…) para ocultar el hecho de que seguimos siendo una imagen y semejanza, algo forzosa y deformada, de Estados Unidos.
De esta manera, temas como la monopolización de los medios, por parte de grandes grupos económicos, o la precaria regulación o responsabilidad, a veces mal intencionada, por parte de las líneas editoriales a cargo del debate, cuando surgen estas cuñas, convergen en su realización.
La consecuencia, en síntesis, que esto provoca en la población es bastante clara, o no muy difícil de predecir: confusión, miedo y desconfianza. Sin embargo, para sus contendores u opositores el panorama no es nada fácil. A priori, tienen dos opciones claras: desmentirle, para así evitar el engaño y la manipulación, o ignorarle, evitando así legitimar su discurso paranoico, a veces casi esquizofrenico, dejándolo como un rídiculo público… y confiando, para ello, a completud, que la gente se dará cuenta que le intentan engañar.
Precisamente, lo que se suele dar es siempre el primer caso. Tanto aquí como afuera, la tónica es encarar al emisor, plantear dicha arista (la posverdad) como algo permisible o cierto, enfrentarlo y lograr efectos bastante comunes: quienes perciben amistosamente al candidato en cuestión le creen, quienes no, simplemente mantienen su posición. Así es como quien le ocupa como recurso, con el debido poder e influencia en los medios, siempre gana algo (tampoco es que sea de un acceso democrático, comúnmente quienes llegan a ello tienen algo de influencia establecida, con anterioridad).
Comentarios
06 de diciembre
Frecuentemente, opto por marginar o ignorar a quienes ocupan la posverdad como estrategía política (Loreto Letelier, Dra.Cordero, Piñera, etc). En efecto, por ello hoy decidí no manifestarme públicamente frente a los dichos oportunistas y sediciosos de Piñera; se suele dar como constante que, en estos escenarios, pase lo que pase, uno termina legitimando dicho discurso y rebajándose a su nivel, dando a entender de pasada que podría ser cierto; más aún, con la experiencia de Trump y las toneladas de publicidad gratuita que le dio la prensa, ante su heredero en Chile preferí guardar silencio, porque casi siempre ocurre lo mismo.. Casi, porque ni hoy, ni en sus peores pesadillas, Piñera hubiera imaginado que su arquetipo propagandístico provocaría tales consecuencias, como la declaración de Beatriz Sanchez señalando directamente que votaría por Guillier. Paradójicamente, la propia estupidez de Piñera terminó por unir a los sectores progresistas y de centro, algo que todos habían desahuciado. Sin embargo, ahora queda una tarea algo más complicada, y poco vistosa, que es traspasar esta adherencia o cercanía a términos sustantivos, tal como buscaba Sanchez; se debe hacer todo lo posible por fortalecer el acercamiento, tanto en líneas programáticas como estratégicas, para lograr también la ansiada estabilidad política en un sector tan conmocionado por la escisión y el sectarismo en el último tiempo.
+1