A dos años de asumido el actual gobierno, abundan los balances sobre el oficialismo, pero no así sobre la oposición. No es extraño. El régimen presidencial, dada su capacidad de impulsión de la agenda, concita mayor atención. Por otro lado, su papel aparentemente secundario se refuerza por el lugar que históricamente le asignan las estadísticas, siempre por debajo del gobierno. En todo caso, ello no ayuda a explicar el magro 16% de apoyo que, según la CEP, concita la Concertación. Sumemos a ello que no hay una, sino varias oposiciones a nivel político y social, y que hoy, a pesar de su papel parlamentario, desborda a la Concertación.
En este mismo espacio, Jorge Navarrete ha afirmado que la Concertación sigue presa de la perplejidad. Si bien no se cumplió el vaticinio de su implosión, manteniéndose unida, ha eludido el debate sobre las razones de la derrota. Tampoco pudo acometer la promesa de 2010, centrada en el recambio generacional. En 2011 privilegió un debate orgánico que pretendía colocar la carreta delante de los bueyes, y en 2012 sus derroteros parecen marcados por la lógica electoral. Pero lo más preocupante es la ausencia de propuestas para encarar un Chile cuyos problemas parecen remitir más a dilemas estructurales que coyunturales. Su posición, pero también el comportamiento de sus actores, parecen condenarla a la reactividad, atrapada en el encuadre en que la colocaron otros.
Como bien lo advirtió el ministro Longueira: "El mérito en la derecha chilena es que logró, desde el punto de vista ideológico, situar a la Concertación en un ideario de centroderecha".
La Concertación cifra sus expectativas en la alta aprobación que conserva la ex Presidenta Bachelet, pero ¿resultará suficiente para que la oposición se recupere y ofrezca una alternativa? La tentación del atajo, tal como sucedió en 2005, parece fuerte, pero las condiciones sociales y políticas han cambiado tanto, que el cariño y el carisma no resultarán suficientes.
Se piensa que la reciente emergencia de variadas precandidaturas presidenciales posibilitará los debates pendientes. ¿Se desea volver al gobierno para retomar la ruta ya conocida o se apostará por un sistema público en salud, en educación, en previsión, por una intervención activa a favor de los pequeños y medianos emprendedores y por un nuevo trato entre el Estado central y las regiones? Particularmente importante es la pregunta por el rol que se le asignará al Estado, al que la ciudadanía demanda un protagonismo imposible de concretar por el candado constitucional del principio de subsidiariedad. ¿Hará todo esto en amplio diálogo con la sociedad y no solamente privilegiando la interlocución con el gran empresariado?
En resumen, ¿cómo enfrentará los dilemas de redistribución y de reconocimiento, y lo que es más grave, la falta de pensamiento político estratégico en áreas como la energética? ¿Cómo establecerá un vínculo con el mundo social, que la observa todavía con sospecha? De no suceder, los cauces institucionales podrían distanciarse aún más de las crecientes demandas por transformación.
* Elaborado conjuntamente con María de los Ángeles Fernández
——–
Foto: aalbinger / Licencia CC
Comentarios