No son González. Tampoco Tapia. En ningún caso Ñancucheo o Cañuqueo. Son ellos, la elite. Los de siempre. Los del Saint George’s College, del San Ignacio de El Bosque, el Grange, o la Girouette. No es la política, son ellos. Esa cofradía que se reproduce, que entre ella no tiene diferencias, donde la homogeneidad social sobrepasa cualquier menudencia del debate público. Por cierto, dicho factor incluye todo aquello que hemos visto los últimos meses, la defraudación fiscal, el financiamiento ilícito a la política, el tráfico de influencias, el nepotismo, el acomodo en posiciones de decisión al interior del sector público, etc. Entre ellos se entienden.
La política no es el problema. ¿Cómo podría serlo si es la única herramienta de incidencia y cambio que posee la ciudadanía? Porque la política no es el gobierno, ni sus redes ni entramados de intereses particulares. La política es la herramienta de interrumpir ese proceso de subordinación/sumisión que genera la forma de ejercicio del poder de la elite.
La política no es el problema. ¿Cómo podría serlo si es la única herramienta de incidencia y cambio que posee la ciudadanía? Porque la política no es el gobierno, ni sus redes ni entramados de intereses particulares. La política es la herramienta de interrumpir ese proceso de subordinación/sumisión que genera la forma de ejercicio del poder de la elite. Siguiendo a Jacques Rancière, bajo la lógica del arkhé, la elite gobierna con la consideración de técnicas y herramientas a las cuales denomina policía, donde unos pocos pueden hablar y ser escuchados, mientras tanto otros solo callan, obedecen, siendo completamente invisibilizados y marginados de la esfera pública. Por lo tanto, el camino es revalorar la política, no necesariamente desde el acto procedimental del sufragio. La insurrección y la desobediencia civil también son actos políticos.
Frente al destape de ilícitos, irregularidades y errores involuntarios, pareciera que la elite sólo se ha visto entrampada circunstancialmente, mas no mermada ni menos desposeída para defensas públicas y concertadas, y que cada uno de sus actos, sea por obra u omisión, gozan de una impunidad legal. Los acuerdos extrajudiciales, las delaciones compensadas, condenas de tenor insuficiente, beneficios y privilegios, han sido la tónica, para una elite que se justifica, que se ofusca ante acusaciones supuestamente injustas. ¿Cómo olvidar la molestia de Jorge Pizarro por las boletas ideológicamente falsas presentadas por sus hijos a SQM, tras asesorías orales en materias donde sus primogénitos gozan de alta reputación? Bueno, ya sabemos que Pizarro sigue siendo Presidente de la Democracia Cristiana, inquebrantable ante su partido y supuestas voces disidentes. La elite intacta.
Pero bueno, sabemos quiénes forman parte de esa elite, dónde viven, estudian y cómo se reproducen, cuidando sus posiciones con leal complicidad. Pero también sabemos de su indolencia, a la confianza y a la fe pública, y de que nada de lo sucedido les importa. Tan así, que en la discusión sobre reformas políticas de las últimas semanas, así como a la publicitada reforma al sistema electoral binominal, de la cual derivó un redistritaje acomodado a los intereses de los dos grandes bloques dominantes, no se afecta, en lo más mínimo a los grupos de interés en política, de poder y alta organización, pues es insuficiente la transparencia entre la relación del dinero y la política. Bajo algunas excepciones y mejoras, tenemos una operativa legislativa de mala a insuficiente. La elite nos condiciona a la mediocridad.
Pero ¿dónde queda la ciudadanía entonces? Es aquí donde se le necesita con urgencia, con más precisión y convergencia sobre el rol que le cabe. El voto no es suficiente, si a este paso, con la abstención que se presume, sólo participaran los incumbentes. Importa votar, pero también informarse y participar activamente, en tanto rol clave para el cumplimiento de la nueva legislación, desde la observancia a la denuncia, por más insuficiente que sea la nueva legislación, da la oportunidad para un nuevo rol. He aquí la necesidad de diferenciarse y no condicionarse al estatus que la elite quiere para la ciudadanía. El quietísimo acrítico no es el camino.
Comentarios
05 de febrero
Insurreción y desobediencia civil. Denuncia activa. Sí, son formas de actividad política, pero ¿a qué conducen si no hay una alternatiava de organización y participación, si no hay una conducción? Hablar de apellidos y situaciones odiosas por todos conocidos sin acercarse ni un milimetro a al menos a describir el escenario en que la ciudadanía es formada y manipulada -para ir entendiendo los mecanismos del poder y entregar propuestas que nos vayan liberando, es decir, haciéndonos parte de las decisiones y no delegando soberanía a punta de pataleos a un sistema que es incapaz de dar respuestas – es ayudar a dicho sistema a reproducirse. Los espacios de participación ciudadana aparecen pero son rápidamente acomodados al sistema representativo y no son socializados para ser mejorados y reproducidos porque los medios los ignoran y los cientista políticos no los tienen en sus libros.
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05 de febrero
No es la elite es la política. Es la falta de una alternativa política para la ciudadanía. Y es la crítica que se da vuelta en lo mismo.(me explico mas en otro mensaje.
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11 de febrero
Estimado, aunque Ud. no lo acepte, Ud. es la elite. Su educación postgraduada, su capacidad de análisis, sus argumentos y sobre todo su rebeldía, que no comparto, me indican es un fiel representante de la elite de nuestro país.
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