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Neoliberalismo y mercadocracia: el caso chileno

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La palabra mercadocracia es un neologismo creado bajo el neoliberalismo que podríamos definir como: una minoría con hegemonía económica que ejerce el poder de facto sobre todas las instituciones del Estado desnaturalizando la representatividad democrática de las mayorías.


Lo que sin duda sí ha producido la mercadocracia, es una acumulación de riqueza sin precedentes en pocos conglomerados económicos, creando una desigualdad de dimensiones inéditas en detrimento de las grandes mayorías.

El neoliberalismo, en pocas palabras, es el mercado desregulado que minimiza al estado hasta convertirlo en una institución desfinanciada con, en rigor, una sola finalidad: resguardar los intereses corporativos del mercado desregulado. El neoliberalismo privatiza los servicios estatales -educación, salud, pensiones, etc.- maximizando el mercado desregulado hasta convertirlo en el Poder, con mayúscula, que termina controlando la actividad económica, política y social, restringiendo la democracia liberal hasta ser reemplazada por una mercadocracia de facto.

La desnaturalización de la representatividad democrática por la mercadocracia ha sido tan corrosiva como letal para los derechos sociales y económicos más esenciales de la ciudadanía. El estado, la institución esencial de la democracia liberal, gestiona el bien común garantizando la calidad y la universalización en salud, educación y pensiones; derechos ciudadanos elementales, pero que la mercadocracia ha sido incapaz de garantizar.

El colapso de estos derechos, columna vertebral de la democracia liberal que nace con la Ilustración, ha erosionado el estado democrático, impidiéndole distribuir los derechos garantizados, por la desfinanciación endémica al que lo somete la mercadocracia, y, con esto, ha arrojado a la democracia a una crisis sistémica de credibilidad y legitimidad crónica. Lo que está en juego, en última instancia, es la tradición del pensamiento liberal ilustrado: la democracia, la igualdad y la fraternidad, que ha sido el vivero del progresismo democrático durante los dos últimos siglos.

Por otra parte, el crecimiento permanente de la economía para provocar automáticamente, según la mercadocracia, el “chorreo” de la riqueza a las capas bajas, no es real; sí se produce por la implementación de políticas públicas de equidad gestionadas desde la esfera pública de la política, o sea, desde el estado. El caso chileno es muy ilustrativo: de 45% de pobreza en los 10 años de neoliberalismo ortodoxo en dictadura a 14% en 25 años de postdictadura. Lo que sin duda sí ha producido la mercadocracia, es una acumulación de riqueza sin precedentes en pocos conglomerados económicos, creando una desigualdad de dimensiones inéditas en detrimento de las grandes mayorías.

Así pues, los resultados generales de este sistema no son alentadores, aunque la realidad no es nunca tan simple y esto hay que matizarlo. Porque, si estamos hablando de repartición de la riqueza, es porque el neoliberalismo la ha producido en un volumen sin parangón y en tan poco tiempo. No obstante, la mercadocracia de facto del neoliberalismo, ha creado una desigualdad social inimaginable que se ha convertido en un tiro en el pie a su propio sistema.

En efecto, según un estudio presentado el 15 de junio de 2015 por el Fondo Monetario Mundial (FMI), el 1% de la población más rica del planeta concentra el 50% de la riqueza global; y, advierte, en concordancia con la OCDE, que la desigualdad social, la cesantía y el bajo poder sindical, aumentan la desigualdad, la que atrofia el crecimiento económico; y, por último, alertan de que la brecha entre ricos y pobres lastra el PIB mundial (y local).

El caso chileno confirma la alarma del FMI y de la OCDE: el 1,11% más rico se lleva el 57,7% del ingreso total del país, mientras el 98,8% de la población recibe sólo el 42,3% (R. López, E. Figueroa, P. Gutiérrez, La ‘parte del león’ …, Universidad de Chile. Chile, 2013). Esta desigualdad, a nivel mundial y local, ha producido bolsas de “pobreza dura”, que son los cesantes sin ingreso alguno; y de “pobreza relativa”, que son los que teniendo trabajo viven por debajo o al borde del umbral de la pobreza (A. Sanfuentes, Debates acerca de la pobreza «dura». CES. Chile, 2004).

Para corregir esta desigualdad insostenible, los ciudadanos exigen no sólo la gobernanza global de una democracia participativa, sino también alcanzar una relación simétrica entre mercado-esfera privada y estado-esfera pública, y el control político-normativo del mercado desregulado que ponga fin a la mercadocracia de facto.

La reforma laboral que propone la Administración Bachelet, otorga a la negociación colectiva, administrada por los sindicatos, el rol esencial para mejoras salariales, acogiendo la recomendación del FMI y de la OCDE para potenciar el sindicalismo y así minimizar la desigualdad y mejorar el desarrollo económico. En Chile, el 70% de la población vive bordeando la pobreza relativa por recibir un sueldo por debajo de 426.000 pesos/mes (G.Rurán y M. Kremerman, Los verdaderos sueldos de Chile. Fundación Sol. Chile, 2015). Sin embargo, la derecha neoliberal chilena y su aliada histórica, la cúpula empresarial, está obstruyendo sistemáticamente el debate (de todo el paquete de reformas estructurales) con una campaña del terror en toda regla.

Si las crisis tienen un componente positivo, toda vez que ofrecen una oportunidad para una reformulación de la democracia, la devastadora crisis de credibilidad y legitimidad que padece Chile en este momento, por una mercadocracia larvada heredada de la dictadura, es una gran oportunidad. La inclusión en la Administración Bachelet de una quinta reforma estructural –junto a la tributaria, educacional, laboral y constitucional– la Agenda por la Probidad que, entre otros ítemes, propone el financiamiento estatal de la política y el fin de la empresarial, apunta, sin duda, a transparentar y equilibrar la relación entre la esfera privada y pública, poniendo el marco legal para sancionar el modus operandi bajo la mercadocracia: la corrupción sistémica y sintomática empresarial y política.

Las otras cuatro reformas estructurales, aumentan la democratización del sistema tributario, educacional, los derechos laborales y la institucionalidad –con el diseño de una nueva Constitución–; reformas estratégicas que cambian parámetros excluyentes del sistema neoliberal chileno, ya insostenibles por lastrar el desarrollo económico y fecundar una explosión social. La plasmación de estas reformas mejorará la distribución de la riqueza y del poder, abriendo otro ciclo político, social y económico con más cohesión y justicia social que garantizan la paz social.

Pero para alcanzar ese nuevo ciclo, en Chile y en el mundo, habrá que parafrasear la máxima del máximo gurú del neoliberalismo mercadocrático, Ronald Reagan: «El estado no es la solución, sino el problema», por: El mercado (desregulado y su mercadocracia) no es la solución, sino el problema.

TAGS: #Desigualdad Ciudadanía Neoliberalismo

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17 de julio

Saludos. El problema, estimado, no está en las intenciones, sino en los medios. Los bazucas no son aconsejables como hormiguicidas. Respire profundo, mire las nubes desplazarse, después de un rato imagínese que este artículo no lo escribió usted y reléalo. Verá que el articulista, ahora desconocido, afirma que hay que reducir la desigual redistribución de la riqueza, que en Chile el 1,11% más rico se lleva el 57,7% del ingreso total del país y que como herramienta dará nuevas atribuciones a sindicalismo. ¿Se da cuenta? ¿Usted cree que ese sindicalismo afectará al 1,1% más rico tan solo? ¿Usted se imagina a los gringos bombardeando la casa de Bin Laden con artefactos termonucleares? ES EVIDENTE QUE LAS PYMES, LAS QUE MÁS EMPLEO DAN, NO TENDRÁN LA MISMA CAPACIDAD DE AGUANTE, PERO SE VERÁN AFECTADAS Y FRENARÁN LAS CONTRATACIONES. En mi caso personal, que soy recontra chico, un sindicato y una huelga, una sola huelga bastaría para sacarme del negocio. Después, ¿qué tendríamos?, un sindicato, un sindicato de cesantes.

Jaime Vieyra-Poseck

18 de julio

Gracias Lisandro por tu comentario!

El caso es que el derecho a huelga es ése: un derecho, consagrado en la Declaración de los Derechos Humanos de Naciones Unidas (y, por supuesto, ratificado por Chile). El caso es que hay que evitar la huelga, prevenirla. Y ahí está el trabajo como empresario (pyme y los grandes). No se puede continuar reemplazando a los trabajadores cuando hay una huelga, porque eso es una violación al derecho más elemental de un trabajador. Y esto no es nada original, los países desarrollados lo consagran en sus estatutos de los trabajadores, y allí los ves, tan ricos como siempre (a pesar de las crisis).
Gracias de nuevo por tu comentario. Un saludo.

servallas

18 de julio

Si se intenta llegar al fondo de este tema, saltando entre neologismos y silogismos difíciles de comprender si no se habla el mismo lenguaje conceptual, y para lo cual hay que leer al guru que inventó el razonamiento, lo cierto es que llegamos al mismo tema, no una sino que muchas veces, se trata en el fondo de mostrar una siniestra conspiración. Así, la idea es que los que manejan el dinero, nuestros amos, son cada día mas ricos y nos dan apenas un mendrugo para sobrevivir al día  mientras ellos manejan su Maserati. ¿De donde viene esta visión?, es de mediados del siglo XIX y propuesta por un conocido filósofo alemán, esta idea, que ha desangrado sociedades y ha atormentado al mundo durante más de un siglo, se renueva y se renueva y vuelve una y otra vez con diferentes máscaras. Lo único que ha intentado vencer con algún éxito esta idea que captura  hasta la más fina capacidad intelectual instalada en un hombre o una mujer es el deseo del hombre de libertad.

23 de julio

Estimado Jaime, evidentemente que no obligaré a trabajar a quien no quiere y que no está de acuerdo con determinadas condiciones. Pero eso no tiene nada que ver con que pretenda impedirme contratar un reemplazo. Eso no es un derecho humano. Eso sería un poder, sobrepasaría olímpicamente su condición humana, a menos que usted crea que pretendo contratar al hermano siamés. Él no compró él puesto, ni es suya la empresa. Llamar aquello «derecho elemental » no es un argumento, es simplemente una afirmación, y una infundada. Nada hace, nada refuta contra que yo llame derecho intrínseco a mi capacidad para contratar.

Jaime V-P

23 de julio

Gracias por tu comenario LIsandro!

Un trabajador nunca compra el puesto como tampoco lo hace el que contrata su fuerza de trabajo. En el intercambio entre un trabajador y un empresario, es un contrato, y en éste debe haber una relación de poder simétrica. Es inquietante que en Chile todavía estemos discutiendo un derecho que en todos los países civilizados y desarrollados fue un debate hace ya más de 70 años. La verdad, es que sonroja, y pone a Chile a la cola de los derechos más elementales en las relaciones enre trabajadores y empleadores.

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