La elección de Piñera como presidente de Chile para los próximos 4 años, ha instalado una agenda pública y privada que hace emerger antiguos y nuevos fantasmas. Chile, por primera vez en muchos años post dictadura, despliega un escenario político sin referentes, pero lo más importante: genera prácticas del quehacer político donde muchos tienen poca o casi ninguna práctica. No tienen “calle”, por decirlo de una manera coloquial.
Más allá de la discusión ideológica sobre lo que representa el “conglomerado piñerista” y lo que deja de representar, la derecha en el país, por primera vez después de 20 años de oposición con poder económico y con una experiencia política de toma de decisiones sin consulta popular (como ocurrió durante la dictadura), requiere aprender a tomar decisiones consensuadas. La Derecha no sabe aún lo que significa tomar decisiones país. Los ejemplos de alcaldes o de trabajos en los sectores populares exitosos, no son equivalentes a tomar decisiones que involucran a un país. No por el tipo de decisión, sino por el ejercicio político que ello implica, por las capacidades de conversación política que se debe poseer.
Para la Concertación, implica el orden de un conglomerado político con una profunda crisis de representatividad intra-partidista. Una suerte de limpieza interna, sacarse algunas máscaras, ponerse otras, pasar facturas, cobrar otras, saldar deudas. Las redes de conversación están cambiando y los acuerdos que hoy se pueden observar en este corto tiempo definirán otra Concertación, más allá de quienes la integren.
Realizado este ejercicio profundo e intenso, la “nueva Concertación”, o lo que surja en este proceso, -y tal vez partidos políticos no incluidos en ella- se transformarán en prácticas reales de oposición.
El terremoto ha dejado congelada una agenda que debería generar una movilización que Chile no está acostumbrado a ver desde 1973. Gremios más participativos, el mundo del trabajo con movilización partidista, sindicalismo y todas aquellas formas de manifestación social que durmieron por tanto años, tapadas por los juicios de ser “subversivos”, de que no le “servían al país” y otros. Durmieron por años con una derecha que los acompañó, con la seguridad de tener el poder económico entre sus manos.
Derecha y Concertación como nombres a “renovarse” aprenderán juntas un conjunto de prácticas que permitirán a Chile oxigenar su ser nacional. Un cambio sin precedentes, pero no en la agenda política partidista como creen muchos analistas, sino en su ecología profunda, en su manera de hacer las cosas y en la manera de sentir. Este es el profundo cambio que se viene, un emergente emocional que inaugura un país con mayor madurez, como diagnóstico y como deseo también.
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