Resultaba difícil imaginar hace una par de años cómo un Gobierno que asumió con el 62,16% de los votos en segunda vuelta se encontraría faltando un año de mandato en una situación tan compleja como la actual. Cuando parecía en un principio tener todo a su favor, incluyendo mayoría en ambas cámaras, alta popularidad de la Presidenta y apoyo -en general- a las reformas que contemplaba su programa, se produce un vuelco brutal hacia la desaprobación y pérdida de su sustento en la ciudadanía.
Las causas de la caída en la popularidad del Gobierno tienen dos orígenes: la percepción de incertidumbre y confusión generada por su manejo de las reformas y el tremendo rechazo empresarial y de la derecha – incluyendo su maquinaria mediática- y, por otra, la total desconfianza en la clase política, coronada con la situación generada por el propio hijo de la Presidenta, que pulverizó su capital político personal, el gran activo del Gobierno. Destruido éste, lo peor pasó a ser posible, no quedó donde depositar las esperanzas de la ciudadanía. La posibilidad del populismo quedó abierta, pero no se ha cristalizado por la falta de un liderazgo carismático que convoque a tanto desencantado o definitivamente hastiado con los políticos “tradicionales”.La posibilidad del populismo quedó abierta, pero no se ha cristalizado por la falta de un liderazgo carismático que convoque a tanto desencantado o definitivamente hastiado con los políticos “tradicionales”.
El Gobierno tiene cada vez más abiertos sus flancos internos; el más conservador, con una Democracia Cristiana que muestra su rebeldía en proyectos como la ley de aborto y que prefiere claramente detener las reformas y administrar lo que falta de Gobierno en un diseño con mucho más perfil Concertación que Nueva Mayoría; y por la izquierda, donde depende del Partido Comunista como dique de contención de los movimientos sociales y la frustración de los que esperaban cambios, crispados y listos para saltar catalizados por movimientos sociales como No + AFP.
El oficialismo ya no sabe cómo defender un Gobierno con el rumbo perdido mientras asume sus propios problemas de cara al futuro. La oposición política de derecha se basa en buscar descalificaciones para empatar en temas de corrupción. La oposición de izquierda podrá desatarse, sin miedo a perder ya lo poco de cambios que podía esperar. La única oposición victoriosa es quizá la menos articulada y transversal: la que se enfrentó de una forma u otra a las reformas económicas de fondo, la que no quiere grandes reformas y se siente cómoda con el actual status quo.
Este Gobierno parece tener un problema con el poder, no el poder político en todo caso. El poder político aparente sigue ahí: la Nueva Mayoría cuenta con mayoría en ambas cámaras, pero no tiene la capacidad de ejercerla, ya que se ha aceptado esperar la aprobación de nuevos o antiguos grupos de presión que hoy son más fuertes que los hasta hace poco invencibles movimientos ciudadanos. Para ser claro, en esos grupos de presión conviven especímenes bien distintos, desde concertacionistas hasta pinochestistas que nunca han visto la viga en ojo propio..
El problema es que este Gobierno llegó -se pensaba- para representar a la famosa “calle”, pero hoy se pone en duda dicha representación e incluso esta se ha pronunciado en sentido contrario. Los nuevos grupos de presión no son sus partidarios y no lo serán, por más que se ceda a sus intereses. Entonces, la conclusión es que de verdad la Nueva Mayoría no tiene (o no siente) el poder. En realidad, los dueños del poder, los señalados grupos de presión, nunca estuvieron en riesgo.
Con un Congreso que se esfuerza por aumentar su desprestigio entre la población, y donde no se observa la menor señal de liderazgo positivo a corto plazo, la búsqueda del orden se instalará como un factor central de posicionamiento político. El viejo partido transversal del “orden” recupera poder, ya que las fuerzas del cambio quedaron desgastadas y sin conducción.
Claramente hay una señal política de largo plazo: será mucho más difícil intentar hacer ciertas reformas en Chile; la oposición del poder corporativo fue feroz y eficiente, y la conducción del Gobierno torpe e ineficiente.
Hay aquí una decisión de fondo muy compleja y con profundas implicancias en las políticas públicas que deben seguir desarrollándose. ¿Qué puede hacer el Gobierno hacia adelante? Depende de sus objetivos: ¿remontar en las encuestas? ¿Lograr un nuevo período para su sector? El problema es que no se sabe cuál es o será en poco tiempo su sector, ya que la probabilidad de cambios en el pacto es alta.
Si todo sigue así, y continúa su baja evaluación, quizá dé un giro conservador y lamente a futuro no haberse concentrado en generar una nueva política, más limpia y preocupada del país, de los requerimientos ciudadanos, sin importar el costo. Claro que esto tenía (tiene) un costo político importante.
Pero, además, hay una batalla contra la corrupción y el desmoronamiento de la política entre los ciudadanos que alguien debe dar y que quizá sea la más importante de las batallas de hoy. Relegitimar la política es una tarea urgente y nadie la quiere asumir. Es quizá el único legado que podría intentar dejar el Gobierno. Puede perderlo todo en el camino, pero si hay algo debe tener en claro la Nueva Mayoría es que a este paso, el costo que pagará de seguir este diseño será en la próxima elección presidencial.
Comentarios
20 de octubre
Es una situación rara, es como esas películas malas que una vez que estas sentado en tu butaca quieres que ya termine, se hacen largas las últimas escenas. Quizás hay un error de diagnóstico muy serio en todo esto, Chile no es el que sale a las calles a gritar y a complicarles la vida a los compatriotas que tuvieron la mala suerte de cruzarse con las «marchas», mientras esos grupos gritan, cortan el tránsito, tiran piedra, Chile trabaja, y trabaja duro, no te puedes escapar del trabajo porque te echan, porque firmastes un contrato. Ese Chile no es la oposición de derecha, tampoco es la izquierda que nos gobierna, esos son grupúsculos que nos controlan, pero no son nuestros amos, probablemente una parte inmensa de nuestra población desee y quiera cambios, reformas, ello es natural porque todo se desgasta, se requieren ajustes pero no para imponer una ideología en particular, ni para refundar, ni para hacer añicos todo lo que ha costado tanto esfuerzo levantar, nadie quiere refundaciones ideológicas, lo que se quiere es mayor justicia, equilibrios, mayores oportunidades para desarrollarnos y sobre todo, no estar a merced de grupos de presión que ponen sus intereses antes que la inmensa masa de ciudadanos que esperan y esperan en silencio, ojalá vengan tiempos mejores, pero dada la cantidad de conflictos abiertos que ha dejado esta administración, lo dudo.
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