Una mañana, caminando por un barrio de la ciudad donde vivo, pasé frente a las casas de unas vecinas que conversaban a través de la reja. Mientras me desplazaba por la vereda, escuché el siguiente diálogo:
– ¿Supiste lo que pasó? – dijo una.La máxima para los líderes políticos es simple: que coincida lo que dicen con lo hacen, dicho de otro modo, que exista una sincronía entre sus palabras y las acciones. Eso hoy no ocurre.
– No tengo idea – respondió la otra.
– El Pollo Valdivia se separó de Claudia Conserva.
Lo que me sorprendió de esa breve conversación, y por eso lo recuerdo, es que una de las vecinas hablaba a su amiga de rostros de la TV como si se tratara de familiares o amigos íntimos y no de personajes televisivos. Efectivamente, en nuestros días, la vida social está influida por signos e imágenes. Las personas dan significado a los mensajes emanados de una multiplicidad de emisores y cada individuo interpreta esos mensajes de acuerdo a los contenidos internalizados en su espacio mental proveniente de la cultura.
Desde que existe el lenguaje escrito, la subjetividad humana ha fortalecido su capacidad de operar con signos construyendo discursos paralelos a la realidad tan válidos como la realidad misma. Organizamos discursos o relatos que en sí mismos son realidades; nuestras identidades personales y nacionales son, de la misma manera, relatos que construimos con el lenguaje, nuestros proyectos -de vida y sociales- son universos discursivos que movilizan la energía creadora. Somos, por lo tanto, seres lingüísticos: la morada del hombre es lenguaje. “Pleno de méritos, pero es poéticamente como el hombre reside en la tierra” dirá el poeta Hödenlinger citado por Heidegger.
En este universo, constituido por símbolos e imágenes, se construye el quehacer humano; abandonamos la naturaleza diría Erick Fromm y nos radicamos en el espacio cultural. Una de las actividades más importantes de la sociedad es la política, que tiene como herramientas el discurso, las promesas, los compromisos, los valores, la moral y las ideologías. Sin embargo, los protagonistas del quehacer político ignoran esta realidad, casi como si los marineros no se dieran cuenta de que van a navegar por aguas peligrosas que tienen corrientes, mareas, oleajes y tempestades. La máxima para los líderes políticos es simple: que coincida lo que dicen con lo hacen, dicho de otro modo, que exista una sincronía entre sus palabras y las acciones. Eso hoy no ocurre. Veamos algunos ejemplos: los políticos dicen que creen en la democracia y se reúnen entre cuatro paredes para tomar decisiones que afectan al país; dicen que el neoliberalismo genera inequidad y reciben dinero de sus principales exponentes; afirman que las AFP son nefastas y se integran a sus directorios; llaman a votar por un programa y años después dicen que no lo leyeron bien; señalan que respetan los derechos humanos y son cómplices de la matanza de sus compatriotas durante la dictadura de Pinochet; dicen que creen en el libre mercado y se coluden para evitar la competencia: la lista de sus incoherencias puede ser bastante más larga.
La ciudadanía de manera reiterada está expuesta a estas actitudes, no obstante, maneja la información suficiente adquirida a través de los medios oficiales de prensa y las redes sociales para hacer interpretaciones y determinar que los discursos políticos, en general, son oportunistas y tienen como principal propósito conquistar votos para acceder al poder a cualquier precio y no para hacer lo que prometen en sus programas.
Comentarios
26 de agosto
El lenguaje no es más que una representación de lo real, pero no es lo real, y como tal hasta puede ser deconstruido (Derrida), sobre lo mismo, los convencimientos a los cuales llegamos, las convicciones que nos formamos en realidad no vienen de las experiencias como ilustra el diálogo que incluyes, vienen más bien de los discursos y en algunos caso de un sistema de pruebas que parecen confiables, pero al final del día pueden no serlo, y quizás todo es resultado del trabajo de personas y colectivos que saben cómo manejar la opinión de otros, aquel que logra aislarse de esos discursos, reflexionar, fabricar su propio sistema de prueba y sobre todo, que entiende o al menos sospecha lo engañoso que puede ser el lenguaje y las medias verdades, puede alcanzar el nirvana, ser confiable consigo mismo y no un soldado de otros.
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