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La verdad, aunque severa…

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Así reza un acreditado refrán, que solían los viejos de antaño desplegar con solemnidad: “La verdad, aunque severa, es amiga verdadera”. Pedagogía de entre casa, consentido lugar común… Sí, tal vez todo eso.


¿Y la verdad, es valiosa porque agrada a los hombres, o agrada a los hombres porque es verdad? Pregunta socrática que tal vez no esté desplazado repetirse una y otra vez en los confusos escenarios de nuestros días.

¿Qué es la verdad?”, es la prolongada pregunta, la mayor interrogante que se puede plantear el gran interrogador: la mujer, el hombre; en otras palabras, la especie humana.

Pregunta un personaje de novela a otro puesto en similar condición, “¿para qué hemos venido al mundo?”. Y encuentra la respuesta: “Quizás, para hacernos esa pregunta”.

Y ante “la verdad”, ¿qué otra actitud honesta y humilde, que la de quien se asumiera impotente ante tan poderosa interrogación? ¿Qué otra cosa sino algo así como “una antigua aspiración”, “una exigencia inútil”, y etcétera y etcétera y etcétera?

Y seguimos obsesionados: ¿qué es la verdad? ¿Puede una verdad ser la única y misma para él y el otro, los unos y los otros, los amigos y los distanciados por odios o intereses, los de la vereda de aquí y los de la vereda de allá?

¿Es tan “relativa” la verdad que pueda vestirse de tal “según el cristal con que se mire”?

Todas estas torpes disquisiciones y trasnochadas citas, a propósito del debate que hoy se instala en portadas y pantallas, en el proceloso y para nada “pacífico” mar que ¿“tranquilo”? nos baña.

¿»Requisitos” para que algo sea tenido por verdadero?: aquí, tampoco un criterio uniforme y consagrado. Y es que “el cristal…” suele venir empañado con la niebla sutil de los intereses creados.

¿Se consagraría Juan a la verdad si viera con ello afectados sus intereses? ¿Acudiría Pedro a “la verdad” sin matices, si pudiera sospechar en ella un imperativo moral que lo obligara a dañarse a sí mismo reconociendo un error o, mucho más, una falta que pudiera ensombrecer su “buen nombre”? ¿Se haría paladín de “la verdad” Diego, si sospechara que tras esa declaración de principios estaría obligado a actuar de manera tal que se lo pudiera sospechar de…?

Primera condición para tener por veraz al otro: que lo que declare, no importa la materia en cuestión, no le sea “provechoso”. Es decir, que la verdad sea, como debe serlo siempre, desinteresada… Convengamos que el cumplimiento de un tal requisito no es tan fácil como pudiera parecer al solo discurso.

También es cierto que una vieja mentira, repetida o porque implique un ocultamiento de la verdad, suele tenerse por tal… por verdad. “Miente, miente, que algo queda”, ¿no les recuerda algo?

Pedimos la verdad. La elevamos incluso al altar de las exigencias ciudadanas, pero omitimos el dato inexorable de que no sólo nadie está obligado -“constitucionalmente”- a servirla con un carácter de culto, sino que hay algunos sutiles intereses creados que durante muchas jornadas la han ido relativizando, hasta el extremo lógico y real de que se pueda sospechar que algunos usos y costumbres, sistemas incluso, estén basados y construidos precisamente en el no culto a la verdad.

¿Y entonces?

Tal vez, que junto a aquello de “la verdad aunque severa”, habría que recordar la sabiduría contenida en otro refrán, tan discutible sin duda como tantos otros de su especie, y que para la ocasión podría leerse como “no pedirle peras al olmo”.

Así, pues, exigencia y aspiración válida, por cierto, pero a no hacerse ilusiones porque lo de “amiga verdadera” suele colisionar –como se dice en nuestros días por lo que antaño llamábamos simplemente “chocar”– con aquello de “severa”.

¿Discurso sobre la verdad sin tocar los bolsillos?: falsa ilusión, doble mentira, maniobra como un “hacer tiempo” en espera de la campana salvadora.

¿Y la verdad, es valiosa porque agrada a los hombres, o agrada a los hombres porque es verdad? Pregunta socrática que tal vez no esté desplazado repetirse una y otra vez en los confusos escenarios de nuestros días.

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07 de junio

La verdad es lo que nos hace libres emocional y espiritualmente. Lo que es relativo tiene que ver con la experiencia individual y libre de cada persona para encontrar su verdad subjetiva. En ese sentido, somos pequeños dioses en nuestro universo individual. Por eso lo contrario de la verdad no es la mentira, sino el odio y el miedo hacia nosotros mismos. . La función del odio es alterar la escena del crimen, sobredimensionando aspectos de la realidad o minimizando otros. La mentira es hija del odio. El miedo por su parte, es el candado que nos impide abrir las puertas hacia nuestro desarrollo El hijo ilegítimo del temor vendría a ser algo así como aquella necesidad irrestricta de seguridad existencial Cuando el miedo y el odio dominan nuestras relaciones con los otros y con nosotros mismos, se acaban las posibilidades para hacernos libres de nuestros condicionamientos culturales, sociales e individuales. y la Verdad se aleja de nosotros. Libertad y Verdad no pueden separarse. Sólo lo intentan las dictaduras y las mentes disociadas El problema viene con la muerte . Tremenda amenaza para terminar nuestra posibilidad de acercarnos a la Verdad Si la vida fue la aceptación libre de nuestra propia experiencia ¿Cómo asumir entonces la evidencia de su Fin? Puede ser una paradoja, pero el desarrollo o el término de nuestra Libertad y de nuestra concepción de la Vida, dependen finalmente de la interpretación existencial que hacemos de nuestra propia muerte. Y es entonces cuando nos preguntamos si sería cierto aquello de que Sólo la Verdad nos haría Libres, hasta de la muerte. Al final, eso del Ser o no ser, se parece mucho a Creer o no creer. ¿verdad?

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