Todo sugiere la urgencia de una revisión radical del sistema de gestión territorial para reemplazarlo por otro, donde las comunas sean depositarias de importantes recursos materiales, financieros y humanos calificados, donde las provincias desaparecen porque su rol actual es exactamente el de “figurantes”, y donde las regiones adquieren gran autonomía para la creación estratégica.
Escribo estas líneas para decir que en mi opinión, el sistema de gestión territorial actual constituye la principal amenaza para la sostenibilidad del desarrollo económico futuro y para la continuidad democrática en los años que vendrán. Es sorprendente, sin embargo, que los responsables políticos nacionales se libren desde hace ya bastante tiempo a situar las causas del desapego democrático en cualquier otra parte (en particular en el sistema binominal, en la escasa participación ciudadana y en la algunas reformas constitucionales) y que expliquen los dudosos resultados de las inversiones publicas en las comunas y regiones (mas allá de los programas estrictamente sociales) por deficiencias comunicacionales o por ausencia de capacidad de los actores territoriales.
Es sabido que un porcentaje importante de los escasos recursos financieros acordados presupuestariamente a las regiones a las instituciones ministeriales delegadas no alcancen a gastarse en el ciclo anual porque los mecanismos de asignación de recursos por las instancias superiores son extremadamente complicados y burocráticos y porque las decisiones mas importantes para la inversión en ultima instancia están centralizadas en Santiago. Pero los responsables nacionales prefieren no hacerse cargo de que es la extrema pesantez del sistema centralizado la que está en la raíz del mal. El sistema de gestión territorial vigente es propio, y por lo mismo funcional, del régimen político altamente centralizado de ejercicio del poder que domina en Chile y por lo mismo creo que hay necesidad de cuestionar también el sistema mismo de representación nacional existente.
Las huellas del centralismo enfermizo dominando en el país están por todas partes y todos los ciudadanos viven y resiente sus efectos. Los numerosos estudios llevados a cabo al nivel territorial, en particular local, por antropólogos, geógrafos, sociólogos y otros especialistas abundan en elementos que ponen en cuestión la validez del orden territorial chileno ligado al excesivo centralismo y a la pesantez burocrática.
Todos esos estudios dan cuenta de cómo, por todas partes reinan, la manía de todo controlar a través de las instituciones centralizadas, la pobreza generalizada del nivel municipal, su rol reducido casi exclusivamente a la distribución de las ayudas sociales, el empleo abusivo de la mistificación participativa, la subordinación cultural de los actores locales que utilizan inconscientemente principios y métodos habituales del sistema centralista disminuyendo o frenando su capacidad creadora, la ausencia de flexibilidad en la gestión territorial, el carácter sectorial de las acciones sobre el terreno, todo ello dando pábulo en las comunas y localidades, aisladas o no, a un alto grado de desconfianza y de desafección democrática y hacia las instituciones públicas y al Estado centralista.
Todo sugiere la urgencia de una revisión radical del sistema de gestión territorial para reemplazarlo por otro, donde las comunas sean depositarias de importantes recursos materiales, financieros y humanos calificados, donde las provincias desaparecen porque su rol actual es exactamente el de “figurantes”, y donde las regiones adquieren gran autonomía para la creación estratégica, para sus relaciones internacionales, para la formación profesional y la asistencia técnica a las comunas. La creación de nuevas comunas, multiplicando las actualmente existentes, como manera a la vez de desconcentrar aquéllas que tienen autoridad sobre territorios demasiado extensos y para liberar las energías locales.
Todo indica que hay necesidad urgente de poner la república unitaria y centralizada en el banquillo de los acusados y para su refundación oponerle otra versión del principio de territorialidad: porque si los creadores de la república «unitaria y centralizada” (en Santiago) no explotaron del principio de territorialidad sino la idea del «lugar central» en esta otra versión republicana se trataría de explotar al máximo su otra vertiente, es decir aquélla de la multiplicidad diversificada de los espacios y de los lugares donde están los grupos humanos. Va de suyo que en tal óptica deberían adquirir una relevancia de primer orden nociones tales como autonomía local, intercomunalidad, territorios identitarios, estatutos especiales, complementariedad de espacios y otros mas.
Las ventajas de dar un viraje hacia un sistema federal deberían entrar en el debate actual acerca de la reforma constitucional pues hoy, como nunca antes, en la historia chilena, la identidad nacional es el patrimonio de todos y la capacidad de los ciudadanos para asumirse se encuentran reunidas a todo lo largo del país. Hay que recordar que en esta época de crisis los países que en Europa se defienden mejor, en primer lugar la Suiza, la Alemania y los países escandinavos, son países que funcionan con regímenes federales y donde los territorios nacionales están sembrados de actores con iniciativa y capacidad creadora.
Así es como se podrá lograr que en la nueva república la flexibilidad exigida a los actores de la economía globalizada, tenga su contraparte en la flexibilidad exigible también a los actores de la política.
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