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La Teletón y el desigual reparto de las emociones

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En la previa del mega evento mediático, se enfrentan los críticos de la Teletón, como institución cargada de simbolismos neoliberales, abusos y prácticas de consumo-caritativo desenfrenadas, y los críticos de los críticos, aquellos que han tenido o tienen a algún pariente en proceso de rehabilitación, y/o que consideran que la Teletón es una institución deseable que ha tratado efectivamente a los niños con capacidades distintas, como dice la usanza actual.


Y como la distribución de emociones frente a la Teletón es desigual, probablemente la TV y las grandes marcas, los testimonios múltiples de los afectados y la capacidad oratoria de algunos ilustres rostros televisivos, intentarán equiparar percepciones y hacer más igualitaria la distribución de emociones en una causa común.

Los argumentos de los primeros críticos asoman en abundancia y tienen tanta visibilidad como las marcas que participan en la Teletón: el informe ONU del año pasado emitido respecto a la Teletón mexicana, que sentencia que ésta “promueve estereotipos de las personas con discapacidad como sujetos de caridad” y no de derechos, informe respaldado por la Fundación Nacional de Discapacitados en Chile; el repulsivo trato de los ciudadanos donantes como marcas (“la marca eres tú. Tú eres el 70%”); el origen viciado de la Teletón en 1978, en plena dictadura, cuando la desmantelación del Estado seguía su triste camino; la hipocresía de las empresas donantes y el directorio de la Teletón, que el año 2014 generó 7.5 billones de pesos en ganancias, 4 veces lo anunciado en TV (sí, 4 veces!), como señala un perspicaz columnista recientemente; los escandalosos miembros previos y actuales del directorio de la Teletón, como afirma otro periodista (choclito Délano, el mismo del caso PENTA, y Alfredo Schönherr, tesorero de la institución y director de FASA, la firma dueña de la coludida Farmacias Ahumada); la apología al capitalismo salvaje intermediada por una solidaridad manoseada y mezquina; la inmanente presencia religiosa cristiana en la caridad de la denominada “cruzada” de los chilenos; la escasa incorporación al trabajo de personas con discapacidad (menor al 10%), en las mismas empresas que actúan como donantes. Argumentos sobran, suman y siguen.

Por otra parte, el gran argumento de los segundos parece incontestable y podría resumirse como sigue: las familias que tienen parientes en rehabilitación tienen necesidades apremiantes que la Teletón ha sabido resolver frente a un Estado ineficiente e indolente. Ellos soportan, legitima y razonablemente, cualquier calificación de la Teletón como una farsa vergonzosa y añaden frecuentemente una indignación rampante, incluso con desprecio, con aquellos intelectualoides oportunistas y autoindulgentes que hacen uso de la palabra para criticar la Teletón y que no han experimentado en carne propia un problema de discapacidad infantil.

Entonces, existe una esperable distribución desigual de sensibilidades y emociones frente a una institución que expresaría lo mejor de nuestra solidaridad como país, y lo peor de un neoliberalismo perturbador y de un Estado fragmentado y endeble, entendiendo que esta visión dualista de análisis no es la única. En otra escala y con otras dimensiones, la Teletón comparte con los recientes atentados de París y la guerra en Siria un elemento común: en ambas situaciones y otras tantas, existe un reparto desigual de lo que se considera sensible, que en último caso construye política, particularmente la subjetividad política de los ciudadanos, como señala Ranciere.

Desafortunadamente, pareciera que el sujeto histórico que ha creado la Teletón es testigo y practicante del consumo como premisa de acceso a derechos básicos y un férreo e ingenuo defensor de la intervención del aparataje privado frente a un desnutrido Estado. Ese sujeto, que aparentemente se ha despolitizado progresivamente y se ha acostumbrado a vivir con un acompañamiento público precario y frágil, legítimamente ha de prepararse para satisfacer las necesidades más básicas de su familia, inclusive las de un familiar afectado por una condición de salud discapacitante. En este sentido, el riesgo de indolencia frente a los administradores y financistas de la Teletón parece compresible, así como su rechazo a cualquier comentario que se eleve con árida insolencia frente a aquellos que realmente viven la discapacidad.

Sería una insensibilidad mayúscula no acoger el sentir de los afectados, pero también lo sería esterilizar a la Teletón de toda crítica. Eso sería anular el diálogo y cerrar la deliberación, proteger al abusador y desproteger a ciudadano desinformado y despolitizado. En este escenario y precisamente porque existe un reparto desigual de sensibilidades, no me parece necesario uniformar posturas contra o favor de la Teletón. Por gracia humana, afortunadamente podemos cambiar de opinión como de disfraz, según nuestras emociones y según nuestros estados de necesidad, permitiendo permita mantener la capacidad de mantener la escucha y abrirse al nuevo interlocutor, que necesitará validarse políticamente para ser escuchado.

Adicionalmente, cualquier intento de conciliar posturas, junto con parecer innecesario, fracasará con un Estado desmantelado y mientras los derechos sean exigibles por parcelas. Este trabajo ya está hecho y se reconoce fácilmente en que los únicos elementos que generan uniformidad y acuerdo forzoso en la Teletón, son el número de millones que se recaude y el precio de las prestaciones de salud que se realizan y el de aquellas que se dejan de realizar, las que en última medida respaldarán o no el acercamiento a la Teletón de aquellos que la necesiten. El único consenso visible y claro es el diagnóstico de un sistema de salud débil e incapaz de otorgar una protección mínima frente a estados de necesidad. En síntesis, el acceso a salud lo sigue definiendo esencialmente el precio y el bolsillo de quien utiliza un servicio.

Y como la distribución de emociones frente a la Teletón es desigual, probablemente la TV y las grandes marcas, los testimonios múltiples de los afectados y la capacidad oratoria de algunos ilustres rostros televisivos, intentarán equiparar percepciones y hacer más igualitaria la distribución de emociones en una causa común. La expresión más esquizoide llegará cuando el mismo papel higiénico que nos asaltó en el baño de nuestras casas día tras día durante años, sirva para financiar la Teletón y para secar las lágrimas de los chilenos y chilenas parapetados frente al televisor.

TAGS: #Teletón

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