Según un reportaje del semanario The Clinic una familia de clase alta puede llegar a gastar en la educación de un hijo, desde kínder a cuarto medio, $ 102 millones. El Estado durante el mismo período invierte en el mejor de los casos $ 8 millones por un niño chileno. En el primer caso, el estudiante sale del colegio con un alto capital cultural, mayor rendimiento académico y a esto se agrega una cartera de contactos que le allanará el camino en su exitosa vida laboral. En el segundo caso, el estudiante egresa de la educación con un bajísimo capital cultural, un rendimiento académico precario y, además, es posible, con una gran cantidad de problemas psicosociales.
En la actualidad somos testigos de la férrea e intransigente defensa que realizan sectores de derecha del actual modelo educacional de mercado. ¿Por qué la derecha defiende con uñas y dientes un modelo que hace agua por todos lados? Si miramos a países como Finlandia o Singapur, sociedades punta de lanza en materia educacional, con modelos abiertos, inclusivos e integradores, podemos observar que lo que caracterizó a esos países cuando iniciaron su proceso transformador, fue la capacidad de ponerse de acuerdo en el tipo de educación necesaria para las nuevas generaciones: una educación acorde a las demandas del mundo moderno. Los sectores más conservadores fueron capaces de ceder protagonismo al Estado para que realizara las transformaciones que se requerían en el momento. Hoy estos países destacan por su avanzado capital humano, innovación y producción de conocimiento. Sumado a altos estándares de vida y niveles de ingresos de sus trabajadores.
Una de las peculiaridades de la derecha política en Chile es que no le gustan los cambios. Nuestra élite latifundista y rentista, es temerosa de cualquier transformación que pueda significar disminución de la poderosa influencia que ejercen en las decisiones del país. Le cuesta la democracia, le cuesta la idea que el país debe construirse de acuerdo a las decisiones de la mayoría. Le gusta más la idea del país como latifundio, compuesto por peones al servicio de ella. Y al momento de percibir vientos de cambio, difunde su batería de miedos.
Una de las peculiaridades de la derecha política en Chile es que no le gustan los cambios
Sabemos que la clase acomodada chilena nunca ha sido amiga de los libros, del conocimiento, prefiere el látigo y las espuelas. El rodeo simboliza la mirada frente al otro y la fascinación por el uso desmedido de la fuerza. Es conocido, también, por todos que este sector no hizo fortuna produciendo ideas al servicio del progreso, sino dominando grandes extensiones de tierra, explotando recursos naturales, transando en la bolsa y evadiendo impuestos. Todo bajo el amparo de la ley. Porque la ley la hicieron ellos y a su medida.
Como señala el economista Manuel Riesco, Chile es sólo un gran coto privado de caza donde unos pocos se apropiaron del país a expensas de recursos que pertenecen a todos. Y precisamente son esos privilegios los que no quiere perder la élite.
En un siglo de cambios vertiginosos, la élite económica chilena, se resiste a asumir que en la educación está la clave del desarrollo. El siglo XXI requiere sociedades que tengan como base de crecimiento la producción de saberes e innovación, por consiguiente, la educación debe ir en esa dirección: formar personas con altos niveles de confianza en sí mismas, autónomas, autodidactas y que contribuyan a esta idea de progreso. Y precisamente eso es lo que quiere evitar: que nuestro país de ese gran salto. Pues una sociedad con esas características se convierte en una sociedad muy difícil de manipular.
Por estos días la derecha anda saltona, incluso han usado a un sector de la clase media (bastante pocos, por lo demás) para salir a las calles a protestar en contra de los cambios. Saben que el talento y las capacidades no tienen domicilio social, ni económico y que si estos se potencian en las nuevas generaciones en un futuro mediano perderán protagonismo y Chile dejará de ser el gran coto de caza del que siempre han usufructuado.
Comentarios
02 de septiembre
La derecha duopólica que nos viene gobernando desde hace más de cuatro décadas no puede dar el brazo a torcer en relación a una profunda y radical reforma en el sistema educativo. No le es posible porque una educación planteada en esos términos reafirma la idea de los trabajadores entendidos como ciudadanos con derechos genuinos y no solo formales, autónomos, autodidactas, técnicos, profesionales, solidarios y comprometidos con el bienestar común, lo cual definitivamente atenta contra la dictadura del capital que ella sostienen en propio provecho.
La élite, ese par de familias que son las dueñas de nuestros recursos, esfuerzo, trabajo y vidas, del país en su conjunto finalmente, por lo mismo es conservadora y en ese sentido luchará contra cualquier cambio que altere esta situación política, social, económica y cultural que le favorece sobremanera. El problema no es que sean la minoría sino que sus intereses son contrarios a las necesidades de la mayor parte de la población. Y una de las urgencias a resolver para que Chile recupere su democracia es precisamente la construcción de un sistema educativo público, de calidad y no segregacionista, como en general lo exigen nuestros estudiantes.
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