Está política tiene como raíz una visión de que el representante no es un mandatario del pueblo, sino que su gobernante, por tanto, éste tiene, en su discrecionalidad, que buscar el acuerdo o lo que sea más beneficioso para la galería, pero sin contar con la opinión de la galería, por qué la galería “no tiene una voz fija”
La política es por definición, el arte de hacer posible lo imposible, el de construir mayorías y transformar realidades sociales y culturales, es por esto que en política el acuerdo nunca es malo, es el acuerdo el que puede generar transformaciones profundas, retoques e incluso no hacer nada.
En Chile, a raíz de la institucionalidad heredada de la dictadura, se ha establecido en la clase política una determinada forma de hacer política; una que dice que si no es con grandes acuerdos no se puede avanzar hacía cambios en el sistema, esta llamada “política de los consensos” tiene una doble raíz, la de parte de la institucionalidad en la cual el empate provisto por los enclaves autoritarios y la falta constante de mayorías han generado o forzado el acuerdo. Y la otra, más profunda y menos tocada, es que la mayoría de la clase política tiene dentro suyo el germen de la política en clave gremialista, es decir, ven la política como acciones aisladas de la realidad social, algo parecido al despotismo ilustrado del siglo XVIII con el “Todo para el pueblo, pero sin el pueblo”.
Está política tiene como raíz una visión de que el representante no es un mandatario del pueblo, sino que su gobernante, por tanto, éste tiene, en su discrecionalidad, que buscar el acuerdo o lo que sea más beneficioso para la galería, pero sin contar con la opinión de la galería, por qué la galería “no tiene una voz fija”
En una sesión de la comisión Ortúzar se expresa: “el señor Guzmán adhiere a la proposición del señor Carmona en el sentido de reemplazar la expresión «Democrático Representativo» por «Chile es una república democrática», por estimar que, sin perder la esencia del concepto anterior, evita la tendencia a considerar a las autoridades como mandatarios del pueblo, en circunstancias que son sus gobernantes. Añade que quien gobierna no es un mandatario del pueblo, porque en tal caso debería hacer lo que quiere su mandante. Considera que un gobernante debe hacer lo que conviene al bien común, dentro de las facultades que le otorga la Constitución».
Es por esto que las declaraciones de ciertos personeros, ya a esta altura clásicos de la política chilena, como Andrés Záldivar, no han de extrañar, ellos están moldeados a la luz de esta concepción de la política, ellos no son mandatarios del programa o del pueblo, ellos son los gobernantes del pueblo. ¿entonces, nuestra lealtad es con la Presidenta, el programa o con transformaciones reales?
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