No debiese sorprendernos el estilo frontal de Marcel Claude, la prudencia de Bachelet o el discurso anti político de Parisi.
La razón de estos perfiles descansa en la idea de que a partir de las últimas elecciones municipales es posible construir un panorama relativamente sensato respecto al nivel de participación ciudadana en el contexto del voto voluntario.
A casi un mes de las próximas elecciones presidenciales los candidatos han ido afinando puntería en la forma en que se comunican con sus respectivos stakeholders. Prueba de ello son los contenidos propuestos en las franjas recién estrenadas.
Lo anterior explica cómo mientras a unos les molesta el despliegue de los contenidos programáticos por parte de ciertos candidatos, a otros los convoca. La lógica de ello se encuentra manifestada en una serie de dinámicas propias del proceso de comunicación, cualquiera sea el contexto en el que esta se produzca.
Una de estas variables es la construcción de mensajes en base a audiencias, entendida como un conjunto de personas que reciben un mensaje a través de cualquier medio de comunicación. Por donde se mire, este grupo de personas no se constituyen como un ente neutro, sino que por el contrario, gozan de preferencias e ideas pre-concebidas, sobre las cuales determinados tipos intervenciones impactan por sobre otros. En definitiva, la efectividad del mensaje dependería entonces de la coherencia que este tenga respecto de la audiencia sobre la cual es dirigido.
Así entonces, no debiese sorprendernos el estilo frontal de Marcel Claude, la prudencia de Bachelet o el discurso anti político de Parisi.
La razón de estos perfiles descansa en la idea de que a partir de las últimas elecciones municipales es posible construir un panorama relativamente sensato respecto al nivel de participación ciudadana en el contexto del voto voluntario.
Para efectos prácticos, podemos afirmar que existen dos tipos de audiencias bases; una activa y otra pasiva. La audiencia activa serían aquellos ciudadanos cuya intención de voto –cualquiera sea la opción- es cierta y clara, es decir, el segmento que abarca a personas de entre 35 y 69 años, quienes conforman aproximadamente el 69% de los votos emitidos en la elección anterior.
La candidata de la Nueva Mayoría, por ejemplo, despliega gran parte de su estrategia comunicacional en dirección a audiencias que se encuentran dentro de este segmento, quienes -conscientes o no- se caracterizan por enfrentar la vida desde la vereda de la prudencia y evitar riesgos innecesarios. De ahí su extrema cautela, enfocada en dar garantías por sobre ofertas arriesgadas.
Sin embargo, el padrón electoral definitivo para las próximas elecciones es de un poco más de trece millones de chilenos, de los cuales cerca de ocho millones son audiencia pasiva, es decir, no existe una determinación clara de que se acerquen a las urnas.
Sobre este espacio trabajan el resto de las candidaturas, a excepción de Evelyn Matthei que es caso aparte. El estilo frontal de Claude responde a la convicción de que existen un alto porcentaje de jóvenes en capacidad de votar y que están descontentos con un sistema económico, político y social. Ese descontento es lo que el representante de “Todos a La Moneda” busca transmitir en cada una de sus intervenciones, apelando a emociones propias del disgusto o la indignación.
Parisi, en tanto, construye su discurso desde lo pedagógico, apelando no sólo al joven desencantado, sino que también a la señora dueña de casa desesperanzada de una clase política que no ha logrado llevarla al éxito. Muy parecido a lo hecho por Joaquín Lavín en su momento.
Reconocer entonces cuáles son las audiencias objetivo de cada uno de los candidatos presidenciales permite entender finalmente cómo es que se implementan las diversas estrategias comunicacionales empleadas en miras a las próximas elecciones. A considerar.
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