Entre lluvias y funerales el otoño avanza inexorablemente. Otras cosas ocurrieron en el intertanto, pero para quienes orientan la vida por las pantallas y noticieros de televisión, nada quedará de mayor importancia o para el recuerdo que esas imágenes del río sublevado y de los restos del Presidente Aylwin. Hasta la marcha de los estudiantes convocada por la Confech pasó con más pena que gloria y los clásicos “incidentes aislados” tuvieron poco espacio en las pautas de los medios.
Para ese Chile, -que mira sin ver- se preparó una enorme escenografía que exaltaba los valores de una élite republicana que, para bien o para mal, dirige los destinos del país. Lo que no se podía ver, porque no es tan sencillo de mostrar, es que esa elite está en problemas.El modelo de los políticos para relacionarse entre ellos ya no sirve y debe cambiar. El modelo para contactarse con la ciudadanía simplemente no da para más y si no hay – al menos – una adaptación real a las nuevas formas de comunicarse y relacionarse, el descalabro será inevitable.
Problemas porque los niveles de abstención electoral representan el desinterés que la ciudadanía tiene por sus asuntos, los que parecen ser propios de una ciega endogamia, que no permite ver siquiera los espacios cada vez más vacíos de participación y que es una verdadera bomba de tiempo en términos de legitimidad.
Problemas porque a pesar de lo anterior, a pesar de las trabas que el sistema se encarga de colocar convenientemente al paso de quienes siguen teniendo ideas, hay jóvenes empujando por saltar dichas vallas con miradas difícilmente comprensibles por la vieja política. Y no es posible combatir lo que no se entiende. Ya lo dijo Darwin: la adaptación es la clave de la supervivencia y los jóvenes de hoy han mutado de una manera absolutamente misteriosa e inmanejable para los viejos artilugios de la retórica política chilena.
Problemas porque el modelo de comunicación de esta élite con sus audiencias está simplemente desapareciendo, dejándola predicar en el desierto, con parlantes o vocerías que ya no se escuchan o que emiten discursos que parecen ser dichos en lenguas muertas para sectores cada vez mayores de la población.
Problemas porque aún en las pocas veces que logra ser escuchada, generan aún más anticuerpos, porque simplemente ni la forma ni el fondo del discurso se soporta. Demasiadas veces fue el agua al cántaro de la credibilidad y la paciencia ciudadana, agua pesada pero vacía.
Problemas, en definitiva, porque las aguas volvieron a su cauce y la realidad no se puede detener en esas imágenes de unión cívica superficial, en este gesto mediático de complacencia democrática entre los mismos que están terriblemente objetados por la gente, que cada vez asume con más claridad que la fronda aristocrática todavía existe y en ella están al parecer los sospechosos de siempre.
La calma instalada en estos días solemnes no es ciertamente real, ni refleja las contradicciones que hoy laten en la sociedad. Sólo parece intentar colocar un velo sobre ellos, e impulsar una especie de modorra ciudadana esperando que el sistema conserve su estabilidad por inercia, como ha ocurrido por tantos años. Pero hoy, esta calma instalada no es convincente y pronto veremos las viejas turbulencias, los viejos trucos que ya a nadie sorprenden.
El modelo de los políticos para relacionarse entre ellos ya no sirve y debe cambiar. El modelo para contactarse con la ciudadanía simplemente no da para más y si no hay – al menos – una adaptación real a las nuevas formas de comunicarse y relacionarse, el descalabro será inevitable.
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