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¡La Concertación ha muerto! ¡Viva la…!

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En las monarquías europeas se solía gritar: “¡El rey ha muerto! ¡Viva el rey!”, como una forma de despedir al monarca fallecido y dar la bienvenida al siguiente, y de esa forma renovar los lazos del vasallaje. Al final, el significado simbólico-político de la expresión era perpetuar la institución política conocida como la monarquía. En la semana que termina, Carolina Tohá, cual primer ministro en una monarquía, salió a gritar: “¡Ha muerto la Concertación!”, con un significado político-simbólico contrario a perpetuar la institución (caracterizada por un alejamiento de su electorado y una aprobación ciudadana del 17%), sino dirigido abiertamente a darla por muerta de verdad: a sepultarla. 

Al anuncio de Carolina nadie replicó “¡Viva la Concertación!”. Incluso algunos presidentes de partidos que conforman la coalición, y que no de buenas ganas firmarían el acta de defunción ahora mismo, en momentos en que en realidad la institución se encuentra experimentando muerte cerebral, insinuaron que hay que mirar alternativas. Por ejemplo, el presidente de la DC, partido contrario a abrir el conglomerado a otras fuerzas e ideas políticas (según la misma Carolina –La Tercera 11/09/2011), solo atinó a decir que no le gustaban las notificaciones por la prensa, mientras hacía guiños al PS para mantener la alianza entre ellos, pues en conjunto “hemos tenido cuatro presidentes”, y porque “nuestra acción conjunta debe ser el germen de una nueva alternativa de gobierno pensando en el 2014” (La Tercera 11/09/2011). Y su homólogo del PS hablaba de la necesidad de “remozar” la institución (Andrade en El Mostrador, 12/09/2011).
 
Mientras las gerontocracias de los partidos de la coalición y la última ola de jóvenes reformadores (los que se quedaron a apagar la luz, porque los primeros salieron del conglomerado antes de las elecciones 2009-2010), se disputan que hacer con el inanimado (si preservarlo con natrón al estilo de las momias egipcias o darle sagrada sepultura para que descanse en paz), quisiera opinar sobre el nuevo escenario político que se abre, teniendo en mente a las minorías étnicas de Chile. Y lo hago afirmando de partida que, en la actual coyuntura, hay condiciones inesperadas e inmejorables, para que las minorías abran espacios a sus proyectos y a la representación sin intermediarios en el Estado (poder).
 
Justifico mi impresión recurriendo a tres premisas. Primero, creo que el orden político, social y económico vigente (construido desde Pinochet y hasta el presente para generar desigualdad), ha sido puesto en cuestión por los movimientos sociales (protesta mapuche, rapanui, deudores, Barrancones, Magallanes, HidroAysén, movilización estudiantil, etc.), generando un consenso ciudadano del tipo: “¡Basta! Algo tiene que cambiar… aunque no necesariamente en forma radical”, y que se refleja en el apoyo al movimiento estudiantil. Ahora, es cierto que ese apoyo es virtual en el sentido que proviene de sondeos tipo encuestas, mientras en la realidad el movimiento comienza a dar síntomas de desinflarse y debatirse en luchas internas. No obstante, es previsible que ese apoyo a las causas levantadas por los movimientos sociales, se exprese en votación contra quienes defiendan el modelo tal cual en las próximas elecciones, al igual que ocurrió al momento de la transición (las protestas contra Pinochet fueron fuertes entre 1983-1985, pero después decayeron y el dictador fue vencido por el voto popular… lo que habla de que el chileno prefiere votar al combate callejero o armado).
 
Segundo, los movimientos sociales han desnudado la brutalidad de la segregación y la discriminación en Chile en todo ámbito, pero no se han mostrado capaces de disputar el espacio político a los promotores-defensores del modelo. Para acabar con el modelo no basta ni el estado de asamblea permanente que practica la Confech, ni las tácticas de combate neolíticas de la ultraizquierda-anarcos, ni la creación de más expresiones de movimientos sociales (aunque bienvenidas sean). En esa dirección el llamado de Carolina Tohá tiene total validez y sentido: “Proponemos conformar al más breve plazo, la Convergencia Opositora, que aglutine a la oposición política y ciudadana y que se transforme en el espacio preferencial para nuestro accionar en la actual coyuntura”. Se podrá estar en desacuerdo con el nombre y otros aspectos de la convocatoria, pero la única oportunidad de cambiar la dirección de las cosas, en un país en que la gente no cambia gobiernos por las armas a no ser que se sea de derecha, es la acumulación de fuerza electoral. Se impone entonces, más allá de las diferencias, articular una unidad de fuerzas políticas y sociales, en un movimiento de entidades en igualdad de condiciones, que haga el trabajo que la concertación no hizo: desarticular el modelo en sus aspectos repugnantes y construir una sociedad más justa, más democrática y más descentralizada.
 
Tercero, las minorías étnicas en el contexto político presente, deben salir de su aislamiento político, e integrarse al movimiento reformista de la política en Chile (así como la Femae se incorporó a la Confech), o quedarse relegados a lo de siempre: el rol de clientela electoral por otro par de décadas. Es cierto que ha habido intentos anteriores de participar en la política, pero ellos han pecado de ilusos, como el caso de candidatos a presidente y otras posiciones, sobre la base de un discurso extremadamente etnicista y aislacionista, que al final se ha mostrado incapaz de convocar al propio “pueblo” mapuche. Los escasos mapuches que han conseguido llegar a posiciones de representación pública (con alguna excepción), lo han hecho de la mano de partidos políticos chilenos (algunos alcaldes, un diputado y ministro), aunque en estos casos se ha evidenciado la falta de proyecto propio y la supeditación a las estructuras políticas estatonacionales. Es por eso, que las organizaciones políticas mapuche (especialmente las que se denominan partido), deben jugarse todo en esta coyuntura, y aceptar participar del llamado -lo haya hecho el PPD o no- a crear un movimiento opositor amplio y en el cual tengan voz y voto. Participar en la configuración de una nueva alianza política es clave para acceder a poder, y vital para la existencia de las propias organizaciones, pues no hay nada que legitime más a una fuerza política que estar en el poder (aunque sea compartido o en pequeñas cuotas).
 
Concluyo. Quienes entre las minorías se plantean la lucha en la arena política, no pueden tener un mejor escenario para intentar despegar en sus proyectos de representación, que el presente. Dejar pasar la oportunidad puede costar la vida como institución, ya que ninguna fuerza política de carácter étnico puede perdurar eternamente, en un ambiente en el cual los que dicen representar votan por el poder. A manera de ejemplo recordemos que durante los veinte años de la Concertación, surgieron organizaciones que hoy son casi recuerdos (CTT, CAM), y líderes que estuvieron en la boca y el ojo de todo el mundo (las promesas adalides), hoy no son más que memorias. Tampoco pueden las organizaciones por sí solas vencer el sistema binominal que seguirá reinando por algunos años, mientras no cambie el presente gobierno ni cambie la correlación de fuerzas en el legislativo. No hay nada que perder en el intento y mucho por ganar en la experiencia. De manera que los cuadros políticos del movimiento mapuche deberían asumir el reto y actuar en consecuencia. Con ese acto no solo estarían ayudando a enterrar a la Concertación en beneficio de una nueva alianza, sino asegurando que sea boca abajo, para que no tenga posibilidad de resurgir en caso de que algunos chamanes políticos la quisieran convertir en un zombi político o una institución muerta viviente.
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