La centroderecha moderna que Chile necesita

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La centroderecha está llamada a no agotarse en un discurso electoral, sino a representar un movimiento social, que altere esa errada percepción de que Chile es un país ideológicamente de izquierdas. Y en eso, el legado de Allamand debe seguir vigente. Y su figura en la política chilena también.

El resultado de las elecciones primarias ha sido una sorpresa –y una decepción- para quienes creemos que la derecha de hoy no puede ser la de hace veinte años atrás, ni mucho menos la de cincuenta años atrás. El domingo 30 fueron derrotados el mensaje y los sentimientos de quienes pretenden superar las concepciones tradicionales de la derecha tradicional, más defensora de sus propios intereses que de conceptos o ideas.

La noción de derecha moderna se confrontó con la denominada “derecha popular” o “centro social”, concepto tan imposible de determinar como de comprender. Sin embargo, si podemos entender que el resultado electoral de la UDI, es fruto de apelar a la idea de quien fue su gran articulador, Jaime Guzmán, un departamento poblacional que, en sus palabras, disputara  “palmo a palmo en las poblaciones” a la izquierda.

Sin desmerecer lo hecho en dicho trabajo de Guzmán, sus partidarios que lo sucedieron se “acomodaron”. Si ganó Longueira fue principalmente por su condición de líder indiscutido dentro de su partido, que fue capaz de arrastrar a un partido que se encontraba moral y políticamente debilitado producto de la elección inadecuada de su  inicial candidato.

Sin embargo, y pese al triunfo, debemos decir que dicha noción, la de “centro social”, no basta por si misma para que los principios de subsidiariedad, libertad y responsabilidad sean en dichos sectores tanto o más populares hoy que el asistencialismo, el clientelismo o la dádiva estatal. Decir como han señalado algunos que la “nueva derecha” nació sólo allí sería injusto y mezquino.

Por eso el relato de Andrés Allamand debe seguir vigente en este proceso, no obstante a haber sacado menos votos en esta elección que el proyecto propuesto por la UDI. En el significativo esfuerzo, al alero del concepto de la “democracia de los acuerdos”, referencia obligada al revisar la historia de las últimas dos décadas, la figura de liderazgos como el de Allamand cobran relevancia. Sin duda en forma anticipada a su tiempo, tales ideas hoy fundan el ideario de una nueva e indispensable forma de comprender a la derecha y la función gubernativa que se ha reflejado en los éxitos de la gestión del Presidente Piñera.

La noción que Allamand representa sigue más vigente que nunca: una derecha basada en la dignidad humana, sin miramientos en fomentar la cultura de los derechos humanos y condenar sus trasgresiones, sea que éstas se produjeran en Chile durante el gobierno militar, en Venezuela, en Cuba o China. Un movimiento políticamente laico que no pretende que sus miembros sean necesariamente agnósticos o ateos sino simplemente receptivos a la idea de separación de iglesias y Estado. Un movimiento sustentado en la movilidad social que privilegia el emprendimiento por sobre el igualitarismo y la meritocracia por sobre la uniformidad igualitaria estatista; y un movimiento con vocación de mayorías, sin complejos de sus antecesoras: no es un movimiento de cuadros, de defensa de interés.

Esa “derecha moderna” de la que hablaba Allamand en esos tiempos post-dictatoriales consiguió lo que se había propuesto: llevar a la centro-derecha al poder y alcanzar democráticamente el gobierno. Algo dificultoso de conseguir (diecisiete años de régimen militar autoritario marcaron huella) pero que, veinte años después, terminó transformándose en realidad. Un gobierno basado sobre los cuatro paradigmas descritos.

De otro modo, no se explica por qué es que hoy es la centro-derecha, y no la izquierda, la que consiguió aprobar perfeccionamientos que proponen una verdadera “democracia 2.0”, con inscripción automática y voto voluntario; la que propone con fuerza voto para chilenos en el extranjero para chilenos; la que propone profundización de la tolerancia y la no discriminación; la que promueve la modificación del sistema electoral; la que, en suma, conjuga la efectividad al tiempo de un relato de afectividad.

La centroderecha está llamada a no agotarse en un discurso electoral, sino a representar un movimiento social, que altere esa errada percepción de que Chile es un país ideológicamente de izquierdas. Y en eso, el legado de Allamand debe seguir vigente. Y su figura en la política chilena también.

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