A punto estuvo de instalarse, en la opinión pública nacional, el argumento de una conspiración terrorista internacional enquistada en plena Araucanía. La ETA y las FARC, decíase, actuaban en territorio chileno, adoctrinando en guerra de guerrillas y actos terroristas a la Coordinadora Arauco Malleco y al movimiento violentista pro mapuche.
A tanto llegaban los nexos con Colombia y país vasco, que de la mano de uno que sabe de utilizar lucha antiterrorista como principal arma política, el ex mandatario Álvaro Uribe, el actual presidente Piñera y su paladín Espina, anunciaron en Colombia, con gran escandalera, que “la Araucanía estaba en llamas”. Este claro acto proselitista que le costó cargo a un funcionario de la administración Bachelet mencionado en algún correo parecido en la computadora personal incautada tras la muerte del Comandante Raúl Reyes.
Pero hay que tener cuidado con las malas juntas: bien sabe la comunidad internacional que el ex presidente Uribe llegó a romper el Estado de Derecho local e Internacional con sus acciones anti FARC.
Primero, con operaciones cuya cercanía a la violación a los derechos humanos está bajo un manto de dudas razonables y, segundo, desafiando a un país vecino con ataques militares en territorio ecuatoriano.
Al parecer, las malas costumbres de las juntas colombianas de la “tríada antiterrorista” de la neoderecha (Piñera, Hinzpeter, Espina) se anduvieron contagiando. Nada curioso resulta conocer las filtraciones de los análisis del embajador Simmons por medio del tan bullado caso wikileaks, respecto de la utilización del conflicto – y de su exacerbación- con fines políticos. Transformar un conflicto del que el Estado Chileno (gobernado por coaliciones de distintos colores o en su defecto por dictaduras) ha soslayado por más de 120 años en un comodín propagandístico, adquiere un cariz peligroso.
La cruzada de Espina, y luego Hinzpeter, como paladines antiterroristas del presidente Piñera, tiene un lado oscuro ante el cual no queda más que ser drástico. Es aquí donde hay que espetar a esa tríada y siendo muy franco, acusarles de antipatriotas. Señores, les acuso de antipatriotas.
No se puede ir en contra de la imagen país por fines políticos, menos faltando a la verdad. No, señores. Una cosa es constatar y denunciar ciertos delitos y otra, muy distinta, es jugar con la percepción que el mundo tiene de una república “ordenada” y relativamente pacífica como es la que los chilenos gozamos. Un país que para inversionistas extranjeros tiene, entre otras ventajas, la seguridad, ítem muy valorado por los rankings de competitividad de países y ciudades, y que tienen a Chile entre los lugares más indicados para realizar negocios. Magnificar el conflicto mapuche, donde jamás ha muerto nadie más que tres comuneros mapuche, es, y en esto insisto, antipatriota.
Como también lo es hacer aflorar la sensación de un incipiente terrorismo (con pakistaní incluido) o aterrar a la población con alarmantes frases bomba en relación con las altas tasas de delincuencia.
Señores, nada de eso ocurre, es su tarea mantener una sensación de calma, más acotada a la realidad.
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