Las miradas, apuestas y esperanzas de muchos están puestas en las elecciones de este domingo. Se trata de una elección presidencial tremendamente simbólica, en la medida que ocurre después de un gobierno que cambió la agenda política del país de manera trascendental en la historia de la democracia chilena post dictadura.
Pero además, otro rasgo simbólico recorre el nicho demócrata cristiano: la votación que logre Carolina Goic el domingo tendrá consecuencias relevantes a la interna del partido. Para bien o para mal, la DC tendrá un período rápido de discernimiento respecto a qué hacer si la votación es muy baja o si está sobre las expectativas.
Mirar los acontecimientos con perspectiva histórica y elucubrar una posible respuesta resulta del todo ejemplar para evitar los juicios y decisiones apuradas, de manera que en la vieja reyerta sobre si aprendemos o no del pasado podamos responder, por fin, que somos capaces de no tropezar dos veces con la misma piedra. En ese sentido, viene a bien plantear las decisiones de los demócrata cristianos después del domingo como una disyuntiva entre la proyección o el estancamiento.
Mirar los acontecimientos con perspectiva histórica y elucubrar una posible respuesta resulta del todo ejemplar para evitar los juicios y decisiones apuradas, de manera que en la vieja reyerta sobre si aprendemos o no del pasado podamos responder, por fin, que somos capaces de no tropezar dos veces con la misma piedra.
En 1998 y 1999, un caso de financiamiento irregular salpicó a la CDU, la democracia cristiana alemana, liderada por Helmut Kohl. Las similitudes con el caso chileno del último tiempo son bastante particulares: una campaña financiada con dinero proveniente de Suiza que no habían sido declarados, una red de financiadores secretos que entregaron dinero a escondidas del partido y “el Canciller de la reunificación” fuertemente cuestionado, en silencio, sin revelar de dónde provenían esos dineros. Muchos plantearon que provenían del tráfico de armas y que eso había influido en la decisión del gobierno de exportar tanques a Arabia Saudita. En el seno alemán, corruptela de la peor calaña sin investigaciones ni culpables claros hasta el día de hoy.
La debacle alcanzó su zénit cuando la CDU perdió el gobierno frente a los Socialdemócratas encabezados por Gerhard Schröder, quien lideró Alemania entre 1998 y 2005. En ese entonces, la ex ministra de Medio Ambiente del gobierno de Kohl, Angela Merkel, tenía 45 años. En medio de la crisis, con su habitual sencillez y voz reposada, alcanzó la Secretaría General de la CDU y tiempo después, en un diario de circulación nacional, declaró que después de este escándalo la era de Kohl había terminado definitivamente. Un año después, por aclamación popular de su partido, fue electa Presidente de éste y en 2005 recuperó la Cancillería alemana que mantiene hasta el día de hoy. En Europa la bautizaron como “The Decider” (“La que decide”) por su influencia, liderazgo y visión estratégica.
Guardando las proporciones –no somos Alemania ni Carolina Goic es Angela Merkel– los demócrata cristianos chilenos tienen dos caminos después de las elecciones: apabullar a la ciudadanía quitándole el piso a Goic rápidamente por su votación o respaldarla como líder del partido para que busque acuerdos o de libertad de acción a quienes hayamos votado por ella.
El primer camino sería el camino del poder por el poder, al que muchos se ven tentados de vez en cuando. Sería el camino de Kohl: independiente de las consecuencias que puedan tener nuestros actos, realizamos acciones que puedan terminar perjudicando la colectividad de un partido político sólo por alcanzar más escaños en el congreso.
En cambio, el segundo camino, sería consolidar una propuesta nueva y refrescante para la Democracia Cristiana y la política tradicional chilena: un estándar ético más alto, donde los líderes que nos representan son de intachable trayectoria personal y política, una forma distinta de hacer política fuera del área chica, menos contestataria y con más proyecciones para el país. Sin embargo, para consolidar esto y renovar de forma interna la DC, Goic necesita respaldo de los militantes de base y de quienes se encuentran en las cúpulas demócrata cristianas. De lo contrario, el proyecto de volver a ser la DC que muchos añoran, se verá truncado en el corto plazo y pasaremos, como Kohl, a ser parte definitiva del pasado en forma irremediable.
La apuesta es larga y distinta a la creación de nuevos referentes políticos que hemos visto en Europa y Chile en el último tiempo. Merkel se demoró siete años entre dar por superada la era de su antecesor y convertirse en la mujer más poderosa de Europa. Esperemos que en la fluida, rápida y poco predecible política nacional, hábil para el Twitter pero poco dada a los largos procesos, la apuesta de Goic encuentre eco en su propio partido y en los otros tradicionales que también levantan sus banderas cabizbajos y sin entusiasmo.
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